lunes, 24 de diciembre de 2012

El Faro de Cristal





El Faro de Cristal - Mariaje López

 

El ferrocarril transoceánico extendía mar adentro sus raíles, como el tentáculo infinito de un colosal monstruo marino. El deslucido tren, se detuvo en la estación neumática de la única playa de arena de Isla Blanca. Una pasajera descendió del quinto vagón. Alta, pelo castaño oscuro, mediana edad. Propietaria de la isla; un exiguo territorio blanco como la cal que había adoptado como refugio. Siempre llegaba a bordo del mismo viejo tren, cuya estación de origen nunca lograba recordar. Sí recordaba en cambio,  que en todos los viajes el mar había estado en calma, y que jamás se había cruzado con otros pasajeros.

Llevaba puesto un vestido largo ibicenco, y no traía equipaje. En la isla tenía todo lo necesario. Se quedó mirando el humo azulado de la chimenea, mientras la locomotora se alejaba sobre  los carriles flotantes. Pronto desapareció, y como siempre sucedía en ese momento, las vías se sumergían lentamente bajo el agua, sin dejar rastro.

En su mayor parte, la isla carecía de vegetación. Sólo en una elongación de poco más de un kilómetro, había un bosque de palmeras que proporcionaban sombra, además de una cosecha regular de grandes y carnosos dátiles. En esa parte, la costa era de una arena suave y pálida como la harina. En el resto del islote predominaba el suelo calizo, con pequeños cráteres donde se formaban lagunas. El agua transparente de estas pozas, lustraba los tonos verdosos y cárdenos de las algas adheridas a las rocas, y la luz del mediodía, jugaba  en las charcas con los destellos  irisados de los pececillos que, en su nerviosa danza colectiva, arrastraban bancos de pequeñas sombras tras de sí.  

El agua era templada, y a ella le encantaba nadar en las lagunas, o simplemente meterse hasta las rodillas en las de menor tamaño, y sentir en su piel las cosquillas de las diminutas bocas curiosas. La temperatura de la isla, constante, era comparable a la de un joven otoño mediterráneo.

Luego de haberse entretenido a placer en estas distracciones, caminaba sin prisa hasta el centro de la isla. Se sabía completamente a solas, sin ninguna preocupación, sin nada que perturbase la paz de su retiro, ni la quietud de su espíritu.

No tardaba mucho en llegar al que consideraba su verdadero hogar. Lo había mandado construir a capricho. Siempre le habían gustado los faros y las pequeñas islas desiertas. Así fue que, buscando  un refugio para descansar de todo, y habiendo encontrado Isla Blanca, no lo dudó: se quedaría allí y alzaría en el lugar su reducto sagrado. Pensó en un faro, pero no quería un faro como los demás. Tenía que ser tan especial como el significado que le asignaba. Y lo había conseguido.

No podía negarse que la vista que ofrecía El Faro de Cristal era impactante. Sus paredes cónicas truncadas estaban formadas en su totalidad por artísticas vidrieras de cristal emplomado, que recortaban contra el cielo su imponente silueta multicolor. La base de la construcción, asentada sobre la blancura rugosa del terreno, evocaba la forma de un frasco de perfume descomunal navegando graciosamente sobre montañas de espuma.   

Al insólito recinto se entraba por el lado norte; en el lado sur no había puertas ni ventanas visibles. Una pequeña escalera de doce peldaños conducía hasta el umbral de la entrada. Sólo había que empujar un poco el batiente y este se deslizaba suavemente hacia arriba, dejando libre el acceso.  

De inmediato se percibía la calidez del lugar. Era como entrar en un enorme caleidoscopio, en un reino etérico de geometría translúcida, que embriagaba la vista y alegraba el corazón.

El recinto diáfano, estaba intersecado por dos plataformas semicirculares a distinta altura, protegida la parte distal por una artística barandilla de forja. Las plataformas hacían las veces de dormitorio y comedor, respectivamente, y estaban comunicadas con los demás espacios por medio de una escalera, que ascendía en espiral adosada a la pared. El pasamano de esta pieza era otra bella extravagancia decorativa: se prolongaba lateralmente en una pequeña cascada, que discurría  por la pendiente sinuosa entre murmullos de contralto. A este reparador sonido se unía, de vez en cuando, el de los dos grandes carillones que pendían del techo, y que temblaban empujados por ignotas corrientes, dejando escapar entre sus tubos hermosas partituras sin melodía, notas huérfanas y dulces que descendían hasta el suelo de cristal, grueso y azul; un azul que recordaba la vastitud del mar.

El mobiliario era escaso y peculiar. La pieza más bonita, sin duda, era el diván de color turquesa con forma de ola, situado frente a un gran rosetón del muro. A la mujer le gustaba recostarse allí, y soñar despierta largo rato. Se asustó un poco cuando descubrió que en tales ocasiones, el rosetón cambiaba de aspecto: parecía un lienzo en el que además, inexplicablemente, se proyectaban las escenas de sus sueños. Pasada la primera impresión, se sintió fascinada por aquél prodigio.

Frente al diván, apoyado contra la pared translúcida, había otro mueble digno de mención, no tanto por sus formas como por lo que contenía. Se trataba de un secreter sencillo, con tres pequeños cajones, cada uno de los cuales contenía una llave de hierro con una palabra inscrita en la tija: en la primera se leía Acción, en la segunda Amor, y en la tercera, Agradecimiento. Las circunstancias por las que aquellas tres llaves habían llegado a su poder, merecerían un capítulo aparte, pero… esa es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión. (*1)






En Isla Blanca la soledad era absoluta, pero era una soledad necesaria; y deseada. La sensación de profunda armonía con el entorno era muy poderosa, especialmente en el interior del faro, si bien era cierto que esa paz a veces se veía alterada por incomprensibles cualidades ambientales que actuaban de improviso, como muebles que cambiaban de forma, o en aquellas otras ocasiones en que aparecían manchitas blancas en el suelo azul y éste se encrespaba como el mar picado.

Un día estaba la mujer de pie, justo en el centro del faro, cuando a su derecha y a su izquierda el vidrio se fundió y se abrieron sendas puertas que jamás antes habían estado allí. No podía ver nada a través de ellas, porque una densa niebla se lo impedía.

Pasaron varios minutos antes de que lograra comprender el significado: la puerta de la izquierda era su pasado, y a la derecha se abría su futuro. La equidistancia  entre ambas era el lugar exacto del Ahora.

En ese instante le fue revelada la auténtica esencia, el sentido profundo y absoluto de su amado Faro de Cristal.
Supo que el singular edificio era, en realidad, un templo.

El Templo del Momento Presente.
Puerta de Agua - Mariaje López

No hubo terminado de asimilar esto, cuando ambas aberturas se disolvieron y el muro de cristal se restañó.

 
En otra ocasión, algún tiempo después de aquello, la mujer viajó a la isla a bordo de un barco. En esa ocasión la acompañaban dos amigas deseosas de conocer el fantástico lugar del que ella tanto les había hablado.


Ese mismo día, acordaron practicar una meditación en común. Y justamente durante esa actividad, ocurrió todo. Fue algo totalmente inesperado.

           El Faro de Cristal explotó.
     Saltó por los aires en pedazos diminutos, sin hacer ruido, en medio de un rotundo silencio. Los cristales llovían con lentitud. La mujer abrió los ojos y advirtió que sus amigas ya no estaban allí. Los fragmentos de colores rozaban su piel sin herirla, y acabaron por alfombrar la isla entera con tan singular confeti. Todo resplandecía a su alrededor. Cuando la tormenta cesó, Isla Blanca parecía un cuadro puntillista al que sólo faltaba la firma de Seurat. Ya nunca volvería a ser Isla Blanca. El Templo del Momento Presente la había convertido en la Isla del Arco Iris





Tormenta en la Isla del Arco Iris - Mariaje López


Al principio, pensó que aquello era una catástrofe. Aquél que fuera su querido refugio, el mejor que había tenido jamás, se había volatilizado. La brisa fresca tranquilizó su ánimo. Se dio cuenta de que no se sentía tan mal como cabría esperar. Más aún, lejos de padecer  angustia o pérdida, experimentaba una maravillosa sensación de libertad. Se sentía segura, alegre y confiada.

Se trataba pues, de una nueva enseñanza.

Poco a poco adquirió conciencia de que el faro ya no era necesario. Se había hecho lo bastante fuerte como para no temer a la intemperie. No necesitaba ya una isla desierta  para huir del mundo, ni un faro único y remoto para sentirse a salvo. El refugio había cumplido su función, pero ahora se bastaba a sí misma para avanzar, para abrirse caminos, para vivir sin temor a sus fantasmas, libre para ser la persona que quería ser en adelante, valiente para atreverse ser quien ya era, con todas las consecuencias. 





He de aclararte que este relato está basado en una experiencia propia de Visualización Creativa. Es un tipo de meditación que hace años solía practicar, y que actualmente intento retomar, con otro enfoque, quizá más pragmático. Como ves me lo pasaba bomba; se producían sorpresas y además, aprendía.

El Faro de Cristal lo crearon a medias mi voluntad y mi imaginación, de forma  espontánea. Cualquier profesional, (me acuerdo aquí de Paco Díaz Rod), se sonreirá -y la razón le asiste- a causa de semejante despropósito arquitectónico. Pero como ya debe saber mi apreciado y talentudo amigo, en Visualización Creativa todo es posible. 

Así en efecto, durante una meditación compartida en casa de unas amigas chilenas, me sobrevino esa imagen inesperada del faro –que era a la sazón mi refugio espiritual recurrente- saltando por los aires, y todo lo demás.

Cuando se lo conté a mis amigas, mostraron preocupación, pues ignoraban si aquello me había parecido algo bueno o lo contrario. Les expliqué el proceso, y estuvieron de acuerdo en que había sido el estupendo -y ciertamente aparatoso- broche final de una etapa, y también en que mi creatura había demostrado, a pesar de la aparente estridencia, un gran mimo, al despedirse en silencio y de forma tan asombrosamente bella.


 (*1) Frase reiterada en La Historia Interminable. Un guiño personal a Michael Ende.


Si lo deseas, puedes dejar un comentario.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

Un corazón de pizarra




La primera vez que viajé a Lugo, mi destino era Navia de Suarna. Había sido invitada por una pareja de buenos amigos, entonces novios y hoy matrimonio, a una casa de descanso familiar que tienen en la capital de Los Ancares. También venía con nosotros la hermana de ella, Maria José, que fue quien nos había presentado. Fueron unas vacaciones encantadoras, por lo que siempre les estaré agradecida.

Yo atravesaba por una época tormentosa a causa de un empleo desasosegante y una relación sentimental equivocada. Llevaba meses sin querer escuchar a mi corazón, que me pedía cita con insistencia. La confusión en que transcurría mi vida era descomunal.



Al llegar a Navia, la sola vista del río, con sus aguas transparentes y frías deslizándose bajo el Puente medieval da Proba, supuso ya una limpieza desincrustante para mi espíritu maltrecho. Dimos un paseo por las orillas del río Navia, el pueblo, as Veigas… El paisaje, acuoso y bucólico, me invitaba a entrar en intimidad. Una intimidad a la sazón desolada, y necesitada de una buena ingesta de nutrientes anímicos. El aire fresco cargado de aromas vegetales, una sabrosa comida en el mirador de la ribera,  el rumor del agua, y la exquisita calidad de la compañía, hicieron el resto. Me sentí feliz y afortunada.



Por aquél entonces, mi amiga Mariajo había descubierto un libro delicioso, y no dudó regalármelo. Durante el año siguiente, nuestras lecturas fueron simultáneas, ya que se trataba de uno de esos libros que dedican un capítulo a cada día del año. El libro del que hablo se titula: "El encanto de la vida simple" de Sarah Ban Breathnacht. Creo que está descatalogado en España, porque hace un par de años quise regalarlo y no encontré un solo ejemplar.

Antonio y Eloísa deseaban mostrarnos la zona, y habían programado algunas excursiones por los alrededores. En Los Ancares conviene ir despacio; el efecto contemplativo de tan profusa belleza, puede compararse razonablemente al síndrome florentino.



Visitamos las payozas de Piornedo, y en Rao nos amenizó el paseo un pastor con muchas ganas de hablar y pocas prisas. Encontramos allí amontonados escombros de pizarra. Sin duda restos de tejado de alguna casa reciente. Muchas piezas tenían formas bonitas y pensé en recoger una para decorarla. Dejé mi elección al caprichoso azar, y tiré de una esquina que sobresalía de una pieza semienterrada. Lo que apareció me dejó boquiabierta. Era un corazón perfecto. La sorpresa me pareció un saludo del destino,  un guiño de aquél hermoso y energizante lugar.




Pero lo que finalmente dio sentido al curioso hallazgo tuvo lugar unas horas después, en la casa de mis amigos. Maria José y yo, nos dispusimos a leer el texto correspondiente al día 25 de agosto en nuestro libro gemelo. Tengo que explicar que cada reflexión comienza con una cita célebre. Yo leía en voz alta una cita de Jennet Jourdemayne (Christopher Fry). Tras concluir la lectura,  me quedé observando el corazón de pizarra que, en ese momento, reposaba sobre la mesa.

La cita decía así:

"Lo que es profundo, como el amor es profundo, lo tendré profundamente. Lo que es bueno, como el amor es bueno, lo tendré bien".

Sí, eso era lo que había que escribir en el corazón. Sentí que aquella cita ya le estaba destinada incluso antes de que yo lo encontrara, o quizá de que él me saliera al encuentro. ¡Quién sabe!

Probablemente fue casualidad que aquél 25 de agosto, cuando tocaba leer esa cita, y no un día antes ni un día después, el corazón de pizarra y yo, nos encontrásemos. Su negritud y la mía, presentadas en una mañana alegre y esperanzadora. Cuando volví a Alcalá de Henares, escribí en la pizarra aquellas palabras, y coloqué el fragmento de roca en un lugar visible.




Pasaron tres o cuatro años. En su transcurso, la pizarra tuvo que enfrentarse a  mi furia destructora. Un día quise borrar sus garabatos a golpe de martillo. Subida a un carrusel de emociones desbordadas y llena de amargura, lo acusé de haber sido otra mentira más, una burla.

Apenas logré hacer unas pequeñas muescas en la superficie. Era más resistente de lo que imaginaba. Igual que el  músculo que latía dolorosamente dentro de mi pecho. La roca guarda sus cicatrices, dos manchas blancas en el centro. Su resistencia resultaba evocadora. Me hizo mirar hacia mi propia resistencia, a pesar de los golpes. Aquello me desarmó. Conmovida por las resonancias, volví a colocarlo en su estante, y dejé a mis lágrimas perderse en el cansancio.




Un año después, en primavera, mostré a Paco el corazón de pizarra, y le pedí que leyese la inscripción. Cuando lo hizo, me adelanté a responder una pregunta que no había sido formulada:  

"Esto lo has cumplido tú"

Y dije la verdad.

Cinco años después, en Rao.





Mariaje López.






miércoles, 12 de diciembre de 2012

Retrato de Navidad




Imagen -  (Mariaje López)


Me llaman Mikele.

Estoy aquí, en la oscuridad de este viejo armario de ropa, sin mover ni un músculo. Si no hago ruido, es posible que pueda escapar del castigo.

He logrado despistar a la giganta, que rastrea los pasillos y husmea cada rincón en mi busca. Yo la había seguido con cautela, y en un descuido, mientras buscaba algo en el almacén, me colé aquí a sus espaldas. Es una suerte que casi nunca cierre con llave, y la puerta ceda con un leve empujón. Desde mi escondite puedo escucharla arrastrar unos pies cada vez más impacientes.

“¿Dónde te has metido, eh, Mikele?”

Prefiero pasar hambre y sed, si no hay más remedio. Cualquier cosa antes que enfrentarme al suplicio que me tiene reservado. Una vez conseguí que ella se olvidara del asunto, aburrida ya de la infructuosa búsqueda. “Ya saldrás” dijo, pero no lo hice. Estuve dos días escondido en el sótano, y me alimenté de insectos todo ese tiempo. Ya encontraré algún recoveco para evacuar. No me gusta hacerlo en cualquier parte, pero ella se lo ha buscado.

Por lo demás, el sitio es relativamente confortable. Mis ojos están acostumbrados a la oscuridad, y además puedo descansar camuflado entre los montones de ropa. A la giganta le gustan esos trapos. Hace bien en cubrir su cuerpo desgarbado, tan blancuzco y lampiño que da grima verlo. Y conste que no es tan mala, después de todo, pero está completamente loca, la pobre. Lo desdichado del asunto es que yo soy la víctima de sus manías. La mayor parte del tiempo permanece tranquila, y hasta resulta agradable recostarse a su lado; pero hay días en que la toma conmigo, y me somete a vejaciones que supongo, la divierten. Por ejemplo, me obliga a tomar esas píldoras repugnantes que se me atascan en la garganta, dejándome un regusto amargo que detesto. Claro, que yo no se lo pongo fácil. Escupo la pastilla una y otra vez. Suele rodar una docena de veces antes de conseguir que me la trague.

En otras ocasiones me encierra en una jaula, la muy maldita, y de este modo me lleva a visitar a otros gigantes vestidos de verde, que también me torturan con objetos metálicos. Les debe seducir el juego. Esta rutina suele coincidir con días en los que ya me siento bastante mal de por sí. Es como si me castigara por enfermar. Luego de someterme a estos tocamientos vuelven a introducirme en la jaula para que la giganta me traiga de vuelta a casa.

Es curioso que, una vez aquí, de muestras de arrepentimiento. Trata de hacerse la simpática y todo eso, o compensarme con alguna golosina, que yo por supuesto rechazo, a no ser que sea en extremo tentadora.

Hoy tiene uno de esos temibles días. He visto como me miraba de soslayo mientras lo preparaba todo, y he temido lo peor. Me despertó esta mañana ese ruido infernal de la bañera llenándose. Si me dejo, en breve me cogerá en volandas a traición y me sumergirá en ese líquido escurridizo. Es malo abrir la boca, porque el jabón deja la lengua pastosa, y peor si entra en los ojos, ya que produce un escozor insoportable.

Escucho de nuevo sus pasos acercándose. No piensa rendirse. Me escondo lo mejor que puedo entre las pilas de ropa. La luz entra repentinamente en el armario. Aguanto la respiración. Parece que no me ha visto. Cierra la puerta murmurando obscenidades. Lleva un buen rato buscándome y su impaciencia crece por momentos. Me siento más seguro ahora que ya ha descartado este lugar.

¡Maldita sea, me equivocaba! La puerta vuelve a abrirse, y esta vez sus manazas rebuscan entre las prendas. Estoy perdido.

Me sujeta con fuerza y me levanta junto con el pijama que llevo enganchado en las garras. Gimo de desesperación mientras intento zafarme, retorciéndome y dando sacudidas, pero me tiene bien sujeto. Ha aprendido a hacerlo, aunque le cueste algún que otro arañazo.

“Vamos Mikele, no hagas un drama de esto, que no es para tanto” —dice con sorna—. “Un remojón de nada para que estés guapo”.

Ya estamos ante la piscina infame y mi corazón galopa desbocado. Miro hacia todas partes buscando un asidero, pero el líquido tibio me cubre medio cuerpo. La giganta me inmoviliza diestramente, y se divierte embadurnándome el cuerpo con ese ungüento diabólico.

Se ha salido con la suya. Y parece contenta, porque se ríe viéndome tiritar dentro de la toalla, sin dejar de restregarme contra ella como si yo fuera la lámpara de Aladino.

“¿Lo ves, Mikele? Ahora ya estás guapo para la foto”.

Me libera por fin, dejándome sobre la alfombra del salón. Ahora tendré que deslenguarme si he de quedar totalmente seco. Encima me recrimina que le haya dejado las camisetas del armario llenas de pelos. Envidia seguramente, porque cuando está de buenas no para de atusarme.

Mucha carantoña y mucho hablarme con dulzura, pero si cree que eso va a ablandarme, va lista. Decido ignorarla por completo, y es más, creo que tardaré días en volver a subirme a sus rodillas. Esta vez no me va a sobornar con mis bocados preferidos. No claudicaré ni ante el jamón de york. Uno tiene dignidad.

Pero qué... ¿qué es eso que trae en la mano, qué pretende ahora? ¿Por qué me tapa las orejas?, ¿y esa vestimenta? No, ni hablar. No pienso meter la pata por ahí.

Espera a que crezca un poco más, maldita giganta, y ya verás. Entonces no podrás obligarme a hacer cosas que no quiero. Te aprovechas de que no soy rencoroso, de que se me acaba pasando la rabieta. Pero esto no va a ser así siempre, ¡lo juro por mis bigotes!

“Venga Mikele... ahí quieto un momentito” —ruega como si nada—. “Esta Navidad la estrella de las felicitaciones vas a ser tú”.

Luego sonríe de oreja a oreja, me acerca la cara esa tan dura que tiene —insensata— y poniendo morritos de puchero me dice: “mi gatito guapo chiquitín”.

¡Lo que hay que aguantar!

Sin tiempo para coscarme de la situación, me lanza un fogonazo que me deja tonto. Menuda cara de flipe se me habrá quedado. Suerte que soy fotogénico.





Feliz Navidad.
Mariaje López.

















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jueves, 6 de diciembre de 2012

Atrollpellamientos




Estimado troll:

He dudado mucho en dirigirme a ti. Sé que es como lanzarte golosinas, seguirte el juego, cosa poco práctica, siempre contraproducente. Admito por mi parte un cierto alarde suicida, pese a que esta clase de temeridad no encaje en mi perfil.

He leído algo sobre cultivos en laboratorio, y reconozco la cepa. No cuesta intuir el origen de esa bofetada ácida en tu aliento.

Más que argumentar, cosa que preveo inevitable, prefiero inquirir. Ya sé. No responderás. Al menos, no seriamente, ni con la verdad. Bien pensado, eso me parece irrelevante; la verdad suele hablar por sí misma, de improviso, y tú muestras más de ti de lo que crees.

Tu pretendido anonimato es como un espejo de comisaría. Tú crees que no te ven, pero estás en un error. Lo tuyo es un desnudo integral que busca a tientas su malogrado disfraz. ¿Por qué no te evitas la indigencia?

Te perjudica lo equivocado del reclamo. ¿Cuáles son tus réditos? ¿Sentirte un calamar de Matrix introduciendo algo de caos en un pequeño sistema?

¿Se corresponde eso con tu deseo más profundo? Sabes muy bien que no. Esa pastilla roja que no consigues tragar. Por mi historia han transitado pretendidos héroes como tú, por eso te reconozco. Pero los dos sabemos que los trofeos de adobe se amasan con lágrimas.

El castigador busca desesperadamente compañía, y sólo obtiene soledad. ¿No percibes el gusto amargo de la rabia? Tu mayor logro es que el brillo de los otros destaque sobre tu sombra.

Y ahora sí, te pregunto:

¿De cuántos reinos infantiles te expulsaron?

¿Cómo llegaron a convencerte de que no podías ser tú?

¿Quién te negó, no treinta, sino treinta y tres veces?

¿Cuándo te consideraste al fin, indigno?

¿En qué punto quedaste convencido de que no merecías amor?

¿Por qué te lo creíste todo?

¿Y por qué no te das una oportunidad?

Date el lugar que, estoy segura, muchas veces te negaron. Ve que de nada te sirve aparentar que eres tú quién lo rechaza. No hay ser humano tan autosuficiente. No podemos eludir el afecto sin soportar el coste. Somos biológicamente gregarios.

Que la amargura no te reste posibilidades. Si todo ese tiempo y esfuerzo lo empleas en quererte más y mejor, no te costará revertir los polos de tu esfera, encontrar personas que aprecien tus cualidades y valoren tu amistad. Y el primer beneficiado serás tú.

Te prometo que un abrazo sincero alimenta mil veces más que un culpable codazo de mouse. No hay color entre una sonrisa genuina y el desorden de las carcajadas de saldo.

No te engañes más. Deja de herirte, estimado emonauta. Cierra llagas y encuentra quién te ayude con el Betadine. Atraemos reflejos de lo que somos.

Date una oportunidad. Y todas las que te hagan falta. La buena noticia es que para eso no dependemos de los demás.

Eres el único que puede cambiar el mundo. Tu trozo de mundo. Porque el mundo, sabes, sólo puede cambiarse a pedacitos. Cada uno tiene que arreglar el suyo. Lo demás no funciona, o funciona sólo momentáneamente. Lo definitivo, es lo que cada uno hacemos con nuestro pedazo.

Todo esto venía a que hoy escuché decir algo así:

"Como te trate la gente, esa es su condición; como reacciones tú, esa es la tuya".

Buen día tengas y no es retórica.


Mariaje López.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Una pin-up diferente



Llevaba tiempo queriendo presentártela, porque ella es diferente.

Su creador, Duane Bryers, logró encandilar con este personaje tanto a hombres como a mujeres. Es realmente encantadora.


Las pin-up hicieron furor durante las décadas 40 y 50 del siglo pasado, aunque las primeras que se consideraron como tales datan de mediados del siglo XIX. Eran fotos o ilustraciones de chicas atractivas, muy bien maquilladas, en una pose sugerente, mezcla de ingenuidad y picardía. Prototipo que encarnó a la perfección Marilyn Monroe.


Normalmente se distribuían en formato de calendario, y según caducaba el mes en curso, se recortaba la hoja que podía sujetarse a la pared con chinchetas. Se las regalaban a los soldados americanos de la segunda guerra mundial para aupar su moral.


Las chicas no solían aparecer desnudas, sino más bien con poca ropa, muy linda y ajustada al cuerpo. Sugerían más que mostraban.


Es una corriente en auge actualmente. A mí me encantan las ilustraciones de la época, por su colorido, gracia y complacencia. Aunque mi pin-up favorita es nuestra invitada de hoy. Te dejo a solas con ella, mientras preparo un chocolate calentito con churros para esta tarde de invierno.


Prefiero dejar que mi amiga se presente como más le plazca. Prometió venir con un montón de fotos de su nueva vida en el campo. ¡Hasta luego!



¡Hola, encantada de conocerte!:

Me llamo Hilda.


Antes era secretaria. Me gustaba mi trabajo, pero ya estaba muy cansada de vivir con prisas, con horarios inamovibles, pendiente del humor de mis jefes y todas esas cosas.

Una Navidad, no lo podía creer... ¡Me tocó la lotería!


No me lo pensé dos veces: a partir de entonces llevaría la vida de mis sueños. Me compré una casa en el campo, con un terreno grandecito para sembrar mis propias hortalizas y plantar un bello jardín. Nunca olvidaré la primera mañana que desperté en mi nuevo hogar.



Tengo todo el tiempo que quiero para mí, aunque no por eso descuido los quehaceres cotidianos, que siempre los hay. Pero nadie me azuza con prisas y lo voy haciendo todo a mi ritmo.




Hay que preparar el desayuno, y a veces Lucy se resiste.



A mi vecino no le importa si le tomo prestadas unas manzanas. ¡Son muy ricas y dulces!




Senior y yo solemos dar un largo paseo en bici por las mañanas, y aprovecho si tengo que hacer alguna llamada. El teléfono de casa a veces no funciona bien.



Luego, hasta la hora de comer, me entrego a las tareas que van surgiendo...



Siempre que Mina no me interrumpa; necesita que le presten atención y es capaz de cualquier cosa.


Hay que preparar unas astillas para el invierno. ¡Que luego da gustito acercarse a la estufa!



Me gusta el ejercicio físico, hay que cuidar la línea. Una tiene sus carnes, pero ni un gramo de celulitis. Y eso hay que mantenerlo en su sitio, ¿no te parece?


Mmmm... creo que a la abejita le gusta mi bikini.


Me parece que Senior se va a llevar una buena ducha, como no se aparte.



Me permito alguna chulería con el tirachinas, je je. Y eso me sirve de entrenamiento para charlar después con las simpáticas ardillas. ;-)


 
Aprovecho para descansar mientras consigo la cena.

 

Me compré este bikini en la ciudad, pero me gustan más los que yo me hago con flores.


A Senior le apasiona jugar al escondite.





Los troncos de los viejos árboles guardan sorpresas interesantes.




El esfuerzo no sirvió de mucho, la verdad.



¡huy, huy... ay, ay, ay!

Después del remojón, lectura y siesta al aire libre.




Cuando hay viento me gusta volar cometas.




Trabajar en el huerto, a veces es un poco duro. Pero la satisfacción de comer mis propias verduritas, compensa con creces. Tienen un sabor delicioso que me recuerda los guisos de mamá.


Me gusta revivir mi infancia. ¿Y a ti?
 


Y lo hago de muchas maneras...




... como puedes ver.


Aunque en alguna ocasión me ha costado un disgustillo.


Tengo varias aficiones. Una de ellas es la fotografía.
 


Y otra la pintura.




Incluso doy conciertos de serrucho. Si no lo has escuchado nunca, te sorprenderá lo bien que esta herramienta puede llegar a sonar.

Las historias divertidas son mis favoritas para antes de dormir.


Aunque en invierno, no sé por qué, me da por leer novelas de miedo. Luego no me atrevo a apagar la luz.
 

Un rato de flamenco es lo mejor para esos casos. Distiende mucho. Lamentablemente a Senior no le satisface mi estilo.



Bueno, sí. Ya he notado que se saltó un botón. Me queda un poco justo el pijama. Vale.


 

















Pero es innegable que resulta sexy... ¿O no?
 



¿Verdad que era una linda bebé? Tenía unos mofletitos...


Después de caminar sobre la nieve, me chifla meter los pies en agua calentita.




¡Qué abrigadito y gracioso está Senior con su pijama!















La verdad es que siento mucha gratitud por mi vida, llena de paz y sencillez, de momentos felices y tiempo para poder hacer todo lo que más me gusta.















 Cada noche me duermo pidiendo que todo el mundo tenga la misma suerte que yo. Que cada persona pueda alcanzar la vida de sus sueños.



Ha sido un placer pasar la tarde contigo, y contarte mis cosas. Espero que ahora me hables de tí. Quizá quieras venir a almorzar mañana a casa y traerme algunas fotos tuyas. Al llegar al pueblo pregunta por Hilda.
 
Cualquiera te indicará el camino que lleva hasta mi hogar. Me encanta recibir amigos, y ya te considero uno de ellos, si tú me aceptas.





Si te apetece saber más Hilda, aquí http://www.facebook.com/wonderful.hilda puedes encontrar estas y otras fotos, y a muchos de sus amigos. También podrás averiguar algo sobre su padre, el magistral Duane Bryers.




Mariaje López.