viernes, 30 de noviembre de 2012

Una pin-up diferente



Llevaba tiempo queriendo presentártela, porque ella es diferente.

Su creador, Duane Bryers, logró encandilar con este personaje tanto a hombres como a mujeres. Es realmente encantadora.


Las pin-up hicieron furor durante las décadas 40 y 50 del siglo pasado, aunque las primeras que se consideraron como tales datan de mediados del siglo XIX. Eran fotos o ilustraciones de chicas atractivas, muy bien maquilladas, en una pose sugerente, mezcla de ingenuidad y picardía. Prototipo que encarnó a la perfección Marilyn Monroe.


Normalmente se distribuían en formato de calendario, y según caducaba el mes en curso, se recortaba la hoja que podía sujetarse a la pared con chinchetas. Se las regalaban a los soldados americanos de la segunda guerra mundial para aupar su moral.


Las chicas no solían aparecer desnudas, sino más bien con poca ropa, muy linda y ajustada al cuerpo. Sugerían más que mostraban.


Es una corriente en auge actualmente. A mí me encantan las ilustraciones de la época, por su colorido, gracia y complacencia. Aunque mi pin-up favorita es nuestra invitada de hoy. Te dejo a solas con ella, mientras preparo un chocolate calentito con churros para esta tarde de invierno.


Prefiero dejar que mi amiga se presente como más le plazca. Prometió venir con un montón de fotos de su nueva vida en el campo. ¡Hasta luego!



¡Hola, encantada de conocerte!:

Me llamo Hilda.


Antes era secretaria. Me gustaba mi trabajo, pero ya estaba muy cansada de vivir con prisas, con horarios inamovibles, pendiente del humor de mis jefes y todas esas cosas.

Una Navidad, no lo podía creer... ¡Me tocó la lotería!


No me lo pensé dos veces: a partir de entonces llevaría la vida de mis sueños. Me compré una casa en el campo, con un terreno grandecito para sembrar mis propias hortalizas y plantar un bello jardín. Nunca olvidaré la primera mañana que desperté en mi nuevo hogar.



Tengo todo el tiempo que quiero para mí, aunque no por eso descuido los quehaceres cotidianos, que siempre los hay. Pero nadie me azuza con prisas y lo voy haciendo todo a mi ritmo.




Hay que preparar el desayuno, y a veces Lucy se resiste.



A mi vecino no le importa si le tomo prestadas unas manzanas. ¡Son muy ricas y dulces!




Senior y yo solemos dar un largo paseo en bici por las mañanas, y aprovecho si tengo que hacer alguna llamada. El teléfono de casa a veces no funciona bien.



Luego, hasta la hora de comer, me entrego a las tareas que van surgiendo...



Siempre que Mina no me interrumpa; necesita que le presten atención y es capaz de cualquier cosa.


Hay que preparar unas astillas para el invierno. ¡Que luego da gustito acercarse a la estufa!



Me gusta el ejercicio físico, hay que cuidar la línea. Una tiene sus carnes, pero ni un gramo de celulitis. Y eso hay que mantenerlo en su sitio, ¿no te parece?


Mmmm... creo que a la abejita le gusta mi bikini.


Me parece que Senior se va a llevar una buena ducha, como no se aparte.



Me permito alguna chulería con el tirachinas, je je. Y eso me sirve de entrenamiento para charlar después con las simpáticas ardillas. ;-)


 
Aprovecho para descansar mientras consigo la cena.

 

Me compré este bikini en la ciudad, pero me gustan más los que yo me hago con flores.


A Senior le apasiona jugar al escondite.





Los troncos de los viejos árboles guardan sorpresas interesantes.




El esfuerzo no sirvió de mucho, la verdad.



¡huy, huy... ay, ay, ay!

Después del remojón, lectura y siesta al aire libre.




Cuando hay viento me gusta volar cometas.




Trabajar en el huerto, a veces es un poco duro. Pero la satisfacción de comer mis propias verduritas, compensa con creces. Tienen un sabor delicioso que me recuerda los guisos de mamá.


Me gusta revivir mi infancia. ¿Y a ti?
 


Y lo hago de muchas maneras...




... como puedes ver.


Aunque en alguna ocasión me ha costado un disgustillo.


Tengo varias aficiones. Una de ellas es la fotografía.
 


Y otra la pintura.




Incluso doy conciertos de serrucho. Si no lo has escuchado nunca, te sorprenderá lo bien que esta herramienta puede llegar a sonar.

Las historias divertidas son mis favoritas para antes de dormir.


Aunque en invierno, no sé por qué, me da por leer novelas de miedo. Luego no me atrevo a apagar la luz.
 

Un rato de flamenco es lo mejor para esos casos. Distiende mucho. Lamentablemente a Senior no le satisface mi estilo.



Bueno, sí. Ya he notado que se saltó un botón. Me queda un poco justo el pijama. Vale.


 

















Pero es innegable que resulta sexy... ¿O no?
 



¿Verdad que era una linda bebé? Tenía unos mofletitos...


Después de caminar sobre la nieve, me chifla meter los pies en agua calentita.




¡Qué abrigadito y gracioso está Senior con su pijama!















La verdad es que siento mucha gratitud por mi vida, llena de paz y sencillez, de momentos felices y tiempo para poder hacer todo lo que más me gusta.















 Cada noche me duermo pidiendo que todo el mundo tenga la misma suerte que yo. Que cada persona pueda alcanzar la vida de sus sueños.



Ha sido un placer pasar la tarde contigo, y contarte mis cosas. Espero que ahora me hables de tí. Quizá quieras venir a almorzar mañana a casa y traerme algunas fotos tuyas. Al llegar al pueblo pregunta por Hilda.
 
Cualquiera te indicará el camino que lleva hasta mi hogar. Me encanta recibir amigos, y ya te considero uno de ellos, si tú me aceptas.





Si te apetece saber más Hilda, aquí http://www.facebook.com/wonderful.hilda puedes encontrar estas y otras fotos, y a muchos de sus amigos. También podrás averiguar algo sobre su padre, el magistral Duane Bryers.




Mariaje López.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Scheherezade existe.



Uno de los mejores regalos que los Reyes Magos dejaron jamás a los pies de mi cama, fueron dos gruesos tomos de cuentos populares: los Cuentos Egipcios, y los Cuentos Árabes. Si lamento haber extraviado objetos de mi infancia, sin duda los mencionados encabezan la lista.

Me entusiasmaban los dos libros, profusamente ilustrados, si bien hice más relecturas del segundo, tal vez por embutirse más en mi fantasía. Las imágenes, espléndidas obras de arte, aguzaban mi imaginación con sus trazos coloridos, y me transportaban, casi materialmente, a lugares exóticos y distantes que sólo habitaban mis sueños.

Mi primera incursión en el mundo árabe real, no se produciría hasta mi edad madura. En aquella ocasión viajamos a Petra, la ciudad perdida de los nabateos, esculpida en las rocas del Valle de Edom y oculta entre montañas. Fue emocionante.

Monasterio de Petra

Poco después llegó la segunda visita al pueblo de Aladino, (por seguir con los cuentos). Esta vez Cappadocia. Pero sin duda, mi auténtica inmersión en la cultura árabe ha sido más reciente; en la mítica Tetuán.

Paco y yo, junto con otros familiares, tuvimos el honor de ser invitados a una boda amazigh, (bereber). Imazighen significa "hombres libres". Durante una corta estancia en Almería, conocimos a una encantadora familia marroquí cuando nos invitaron a tomar el te en su casa. Cuando Najat, la bella anfitriona, terminó de escanciar la bebida caliente con admirable destreza, no tuve más remedio que aplaudir. Pasamos una tarde deliciosa, oliendo a menta y canela, y probando los exquisitos dulces que habían cocinado en abundancia.

Llegamos a Tetuán el mismo día del ritual de la henna. Éramos un grupo de once personas y Magdalena, mi eficiente cuñada, nos había reservado habitaciones en el Blanco Riad; una gran casa típica marroquí del siglo XVIII bellamente restaurada, dentro de la medina. Entramos directamente a su receptivo patio central, en torno a una fuente cuadrangular rodeada de columnas y arcos, atrio al que se abrían las habitaciones llenas de encanto.



La novia ya había sido conducida a la casa de sus suegros, donde todo estaba preparado para el ritual de aquel día previo al casamiento. Una boda marroquí es una fiesta de mujeres, y para mujeres. Ellas son las absolutas protagonistas. Todo está enfocado a su diversión, a su lucimiento, y las novias llegan a parecer verdaderas huríes descendidas de la Yanna. Recuérdalo si eres advenedizo, y en cambio, olvídate del reloj: es un objeto inútil en según qué sitios. (Sí, señor Einstein; el tiempo es relativo; pero los marroquíes ya contaban con eso antes que usted lo dijera).

Al llegar a la casa, cambiamos nuestros vaqueros
 por los favorecedores vestidos tradicionales.

La estancia principal, un rectángulo largo y alfombrado, cuyo fondo estaba decorado con profusión de telas satinadas que pendían del techo, caían salpicadas de hilos dorados hasta el banco lleno de cojines. Un escabel almohadillado remataba el conjunto. Allí reposarían los pies desnudos de Ghizlan teñidos de henna.
Entró el cortejo de mujeres escoltando a la novia, comenzaron los cánticos y bailes, que ya no cesarían hasta pasada la media noche. Quedamos absortos admirando la destreza de la mu'alima, que perfilaba delicados encajes oscuros en las manos de la joven.


 
  La henna es más que un simple adorno. Un proverbio árabe dice:
“Si mis palabras fueran falsas, no te presentaría mi mano teñida de henna”.

Y Paco empeñado en probar lo de la henna. La mu'alima no daba crédito; pero él insistió tanto que ella medio cludicó, trazando velozmente en el dorso de su mano un signo de interrogación. Se quedó ahí. 
Entre tanto, los cuentos de la infancia, poblados de imágenes entonces lejanas, irrumpían en la tercera dimensión. Mujeres que parecían estampas de las Mil y Una Noches, ataviadas con hermosos caftanes bordados, ajustados al talle por el ancho cinturón de corsé. 

De pronto dos muchachas se soltaron la melena, literalmente. A una de ellas, el pelo le sobrepasaba la cintura. Giros de cuello inverosímiles impelían sus melenas hipnóticas, como un oleaje furioso rompiendo contra el dique de la modestia. Me atrevería a decir que era un desafío. Quizá inconsciente, quizá no. Aventuré el impacto de esa proyección en el bando masculino. ¿Les producía deseo y temor a la vez? ¿Les alcanzaba el miedo atávico de un poder que les hacía vulnerables? ¿Y qué decir de la danza, tan sensual? No importaba lo tapados que estuvieran los cuerpos, ni si alguno escapaba al límite de su peso. Eran bellos, voluptuosos. Ellas anudaban cualquier cinta o pañuelo alrededor de sus caderas para enfatizar su increíble y rítmica oscilación. Poseen una gracia natural para el baile, desde pequeñas. Cuando bailan son poderosas, y ellas lo saben. Sólo hay que mirarlas a la cara.


Avanzada la fiesta, llegó el novio. Creo recordar que recitó algo, apartó el velo de la frente femenina, y dejó en ella un beso. Luego se sentó a la izquierda y se dispuso a escuchar la música y las salmodias.

Najat nos llamó para cenar en una sala aparte. Después de pasarnos el aguamanil, comenzamos con el té y los dulces, que se deshacían en la boca. Todavía lamento no haberme atrevido con alguno más, pero había que dejar sitio al mscharmel, un asado de pollo con limones encurtidos y aceitunas; y al suculento mechuí de cordero, tan delicioso, que eras capaz de saborearlo aunque el hambre ya sólo fuera un concepto lejano. ¡Qué magnífica fiesta para el paladar!



Mscharmel
Bastela

















Dulces como el amiou, hecho con pasta de almendra tostada y amalgamada con miel. Se come a cucharaditas, y sabe como un polvorón de los nuestros, menos denso. La bastela (pastela); es un plato salado con un toque dulce; que consiste en una especie de guiso de pollo o pichón, a veces cordero e incluso pescado; con cebolla, pimientos, jengibre, canela, azafrán y cilantro, envuelto en una fina capa de hojaldre. Es un plato muy elaborado que suele reservarse para las fiestas. O el mismo cuscús, que nunca me había sabido tan bueno. Tal vez sea el toque del utensilio especial que tienen para cocinarlo al vapor: el alcuzcucero.


Al despedirnos de la novia por la noche, nos dio las gracias por asistir a su boda, aunque sin duda, quienes tenían mayor motivo de agradecimiento éramos nosotros.

-Mañana será un día muy largo – dijo.





La mañana siguiente, tras desayunar en el hotel, y mientras las chicas se iban de compras, yo me apunté al grupo de los varones, que preferían ver la ciudad antigua. Al final creo que estuvimos en los mismos sitios. 

La medina de Tetuán es un lugar increíble, declarado por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad. Sus calles, la mayoría estrechas y empedradas, tienen cubiertos muchos de sus tramos con arcos, que se vuelven triangulares en el barrio judío. Forman un auténtico laberinto de vías y plazoletas en el que no es difícil perderse.




  









Allí, todas las historias imaginables son posibles. Acompaña la mixtura de olores, la abundancia cromática en los comercios a pie de calle, a veces a ras del suelo, como en el caso de las mujeres rifeñas, que venden sus cultivos sobre una estera, ataviadas con sus sombreros y trajes típicos. 

Los gatos son bienvenidos en el zoco, mantienen las calles limpias de ratones y de insectos rastreadores. Creo que gozan del respeto de los tetuanís. Los puestos de especias son unos de los más atractivos; esparcen aromas que activan resortes mágicos en el subconsciente. Cuando menos, en el de una experimentada transeúnte de la región de los cuentos. Me habría pasado allí el día entero, descubriendo sus rincones, percibiendo sus olores, y archivando en la memoria rostros y costumbres que parecían recortados de mis viejas láminas. Me sentía como Bastian Baltasar Bux en Fantasía. Entrar en la medina es como entrar en el libro de los libros, una historia sin fin.



Nunca faltan moritos avispados, pendientes de los turistas. Son los relaciones públicas de los comercios más grandes. Ganan una comisión por llevar posibles, y enredan astutamente al comprador presunto con alguna búsqueda en el mapa, más o menos ficticia. Sea; cada cual gana el cuscús como puede. Había que salir del laberinto; Najat nos esperaba para el almuerzo. 

Después de la bastela y el cuscús, participamos en una romería por las calles del barrio, con cánticos, bailes y salmodias rituales. Las mujeres iban a la cabeza, seguidas por los músicos, que enarbolaban largos palos de caña abierta, en los que se habían ensartado billetes de dirhams con distinto valor. Era una ofrenda para entregar al padre del novio. Supongo que ayudas al gasto de la boda. La novia,  madre, hermanas y primas, estaban en el hammam (los baños), o en la peluquería.


Ya de noche, llegó un pequeño autocar a recoger a los invitados que aún permanecían en la casa, para trasladarlos hasta el local donde se celebraría la ceremonia principal. Fuimos cantando y dando palmas todo el camino. A mi lado iba Serghini, el padre de la novia; un amazigh poseedor de una de las sonrisas más acogedoras que he visto nunca.

Durante la fiesta, la novia luciría cuatro lujosos vestidos diferentes, cada uno con sus complementos; desde los zapatos hasta las joyas, e incluso el maquillaje. Dada la aparatosidad de la indumentaria, Ghizlan tenía que caminar de la mano de la maestra de ceremonias, que con lentitud, iba conduciéndola hasta el estrado doble con baldaquino destinado a los esposos. Debía adoptar, al menos en la primera entrada y por protocolo, una actitud hierática, para mostrar su pena por el abandono de la casa familiar. En las dos entradas subsecuentes, los costaleros danzantes la trajeron sentada bajo palio, en volandas, ejecutando diversas coreografías en las que después, también intervendrían los consortes.






Las novias imazighen lucen maquillaje abundante, justificado en parte, por la opulencia de su atavío nupcial, y eso hace que las jovencitas parezcan mujeres ya maduras. Con el último vestido, de corte más europeo, Ghizlan lucía un maquillaje más sencillo: volvía a aparentar la edad que realmente tenía. El novio también se puso varios trajes, todos bonitos, pero el tercero me encantó, era un caftán muy elegante con las babuchas a juego. 








Antes de cortar la tarta, los nuevos esposos se ofrecieron leche y dátiles. Iman, la hermana de la novia, les manchó la punta de la nariz con nata. Esto último no formaba parte del rito, sólo fue una travesura simpática.


Leche y dátiles para la promesa


Algunas invitadas también cambiaron de vestido a mitad de la fiesta. En el centro del ancho pasillo que hacía las veces de pista, siempre había mujeres bailando. Najat y su cuñada, encantadoras y muy cariñosas ambas, estuvieron sentadas junto a nosotros toda la velada. Con ello sin duda se privaron de disfrutar del acontecimiento junto a los suyos. Su exquisita hospitalidad fue la causa, nuevamente. Sabían que no podíamos integrarnos demasiado, al desconocer la lengua. Tampoco entre ellas y nosotros era fácil la conversación; hablan poco o ningún castellano, y nosotros nada de árabe. Con todo, nos entendíamos. Y para un apuro teníamos al paciente Samir, otro amigo árabe que nos traducía.



Najat,  nuestra bella anfitriona


De pronto una cortesía inesperada en honor a los extranjeros: partitura desacostumbrada en aquel contexto y en aquella orquesta. El vocalista se arrancó con La Bamba. Había que salir a bailar. Y Paco que no.

Los hombres bailaron sólo al final y sin mezclarse mucho. No es que bailen mal, en absoluto. Son vitales y muy ágiles. Pero no pueden competir con ellas. Ellas se convierten en diosas cuando bailan. Con sus imponentes caftanes, sus velos de seda y sus hermosos rostros. Con esa forma tan plena de vivir la alegría que demuestran. Con ese saber disfrutar, en complicidad femenina, de lo que tienen.






Volvimos al hotel caminando por las calles vacías del Ensanche español.

-¿Verdad que son como las auténticas princesas de los cuentos?- le dije a Paco, maravillada.

Él asintió. No eran tan irreales, al fin y al cabo, mis fantasías de niña. Confirmé entonces, en la madrugada de las mil y una noches, que Scheherezade existe.






Mariaje López.

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