domingo, 25 de agosto de 2013

Frente al Guernica

Si prefieres escuchar, hoy te dejo el post también en audio.





Me encuentro en el Museo de Arte Reina Sofía, frente al Guernica de Picasso.


No es la primera vez, y como siempre me sucede, lo primero que "veo" es el ruido. Gritos, lamentos, silbidos que se agrandan trayendo muerte, estallidos, carreras, llantos.

No veo las bombas, pero me impacta la grisalla; la negrura quebrada por un terror blanco, crispado hasta el paroxismo. Me detengo en las distintas partes del tríptico y avanzo por su dolor salvaje, desde mi diestra.

Arde una casa, y con ella una persona que ya lo sabe todo perdido. Me recuerda al condenado de la camisa blanca, el insurrecto anónimo de Goya

 
Del hogar en llamas escapa una mujer semidesnuda, con la pierna alcanzada a rastras, algo me dice que logrará salvarse cuando la veo entrar en el frágil triángulo de luz. Vaporosa pirámide de esperanza.


La portadora de la lámpara entra por la ventana, como un náufrago en el hielo, tratando de contener con una mano el cráter de angustia que estalla en su pecho. Y aun así iluminando el rostro del averno con su candil de aceite.


Hay otra luz. Ese amenazante ojo con perfil de sierra, cercenando cualquier cosa que no sea su brillo. El progreso ha sido subvertido por la oscura ambición.


Oigo el último relincho de un caballo herido mortalmente. Apuntalándose como puede para eludir el derrumbe. La mitad de su cuerpo son sólo palabras, signos despojados que agonizan con él. Otras veces me ha parecido inocente, pero hoy he dudado. Tal vez por esa torsión del cuello con que aparta de la lámpara su faz. 


Luego friso el remordimiento cuando intuyo que lo hace para buscar a la paloma herida. Es su última visión, una paloma que se agita entre las sombras; apenas la delata una venda de fulgor. ¿Servirá para que viva?


Bajo los cascos, restos dispersos de un hombre desmembrado. Quizá un héroe, quizá un poeta. Puede que ambas cosas. En el puño cerrado se abrazan una flor y una espada. La espada rota; etérea la flor pero no marchita.


El toro me habla de un lugar concreto. Su mirada amplia e incisiva me recuerda los ojos del autor. Ese astado es el único reducto de serenidad en la barbarie. ¿Será que es él la barbarie? En sus orejas puntiagudas hallo signos de inquietud; parecen confesionarios afilados, criptas demoníacas que ocultan atrocidades.


Y acá, en la orilla más siniestra, bajo el minotauro, está ella. La madre. La piedad truncada antes de la madurez del hijo. Llegan ecos del Stabat Mater ahogados en el grito; el más desgarrador y el más desgarrado. La desolación más cruda, la sentencia a vida más insoportable: seguir respirando cuando no se puede, llevar la vida muerta en los brazos.


Es esta madre lo que más me quema. La mirada se hunde en esa nítida flecha gris que nace de sus pechos malogrados y apunta al hijo. Es el instante encriptado de la muerte, es un dolor eterno y gris, ni blanco ni negro; ni viva ya, ni muerta.

En el cénit de la vorágine, en el corazón del horror, brilla un delicado gesto que apenas se insinúa, un punto minúsculo capaz de salvar el mundo: esa pequeña mano inerte que reposa en la palma abierta de la madre. Mano dulce y grave, infinitamente delicada sosteniendo este cáliz que en su mundo lo gobierna todo: la quintaesencia de su carne, el fruto inocente de su sangre.

Llegada a este misterio, lo demás son circunloquios. El sentido de la vida y de la muerte descansa en este par de manos desiguales.



Mariaje López.


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lunes, 19 de agosto de 2013

Deseando amar



María nunca había amado, y por eso no sabía qué cosa era el amor. Conocía algunas personas que amaban, que amaban de verdad. Decían que en el amor no hay temor, pero ella temía, luego no amaba.

No amaba, ni había amado nunca. Había sí, querido esto y lo otro, a este y a aquel, pero eso no era amor y lo sabía. Necesidad, dependencia, o simplemente placer e ilusiones de posesión. Pero amar, lo que se dice amar, eso no. 

Quizá por creer que el amor es algo peligroso. Sin embargo estaba descubriendo que lo peligroso era confundir el amor con otras cosas; cosas que estaban en flagrante contradicción con él. Mientras tanto el vacío se instalaba en su pecho más y más.

Rezó para pedir un corazón amante. Un día sintió el relámpago cruzando su mente:

"Para amar basta con hacer actos de amor".

María examinó su memoria: actos de amor desinteresados había tenido muy pocos, de hecho, en puridad no podía recordar ninguno. El miedo era más fuerte que su deseo de amar. Sería un despilfarro gigantesco llegar a las puertas de la muerte sin haber amado.

Al menos ahora conocía su prisión.

Durante toda su vida había estado huyendo de muchas cosas, sobre todo del miedo. El mero hecho de vivir le producía vértigo... aunque llevaba mucho tiempo preguntándose si vivía realmente. 

Ya no correría más.

Dejaría de huir.

Ya no le serviría nada que no fuera verdad, aunque solo fuera esa verdad unitaria y personal, ésa que no garantiza estar en lo cierto, pero que trata sinceramente de ser honesta. Porque la otra, la verdad universal y objetiva, sabía que era de todos y de ninguno. Acaso fuera solo un sueño inalcanzable de la humanidad. 

María ya no deseaba una vida de aproximaciones. Si había que vivir, que fuera con todas las consecuencias. Intuía que aquel era un camino poco transitado, la realidad a menudo tenía un rostro demasiado franco y despojado. Tal vez habría de marchar en solitario.

¿Y qué tanto daba? ¿Acaso no había estado siempre sola?

Sola, como todo el mundo.

Pues dejaría al fin que la soledad fuera también verdadera, y no un fantasma disfrazado. 

Ya había dejado de huir. ¿Y ahora qué? 

Quedaba sólo comprender. Observar y comprender de qué había estado huyendo, para no volver a huir. Y la vida le entregó sus llaves de amor y gratitud, para cruzar el umbral de la Puerta de Todo (*). 

Amor y Agradecimiento. 

Se adentraría con ellas en el Nuevo Mundo y permanecería atenta a cuanto el Amor quisiera enseñarle.

(*) La Puerta de Todo (Ruby Nelson)


Mariaje López.


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lunes, 12 de agosto de 2013

Regalos que no pueden envolverse.


Dehesa de Navalvillar- (Colmenar Viejo) - Paco a lo lejos.


Hay que reconocerle a Paco que sabe hacer regalos. Desde hacer realidad un sueño de juventud, (visita a la mítica Petra), hasta un "Rincón de Majelola" en el jardín. Desde una visita al museo de los impresionistas (D'Orsay) en París, hasta un juego de miradas cómplices en el Ponte Vecchio, desde una piedra con forma de corazón de casi diez kilos, que está en el jardín, hasta un romántico crucero fluvial por los Arribes del Duero en Portugal. 

Pero en lo que realmente domina es en el arte de hacer regalos que no cuestan dinero, ni pueden envolverse, ni meterse en una caja o una maleta.

Regalos como, por ejemplo, un barullo de mariposas, o pongamos por caso... un arroyo de flores. 

Y me explicaré; por si te animas a buscar obsequios de este tipo para esa persona que tú sabes. Exigirán de ti mayor esfuerzo que entrar en una tienda, pero te ganarás un espacio en su corazón para siempre.


Te lo cuento por orden:

Un arroyo de flores


Fue esta última primavera, que se había maquillado de lluvias antes de salir a escena y lucía espléndida con sus labios pintados de carmín amapola. Una tarde soleada, mientras yo acababa algún escrito, él se marchó a dar un paseo por las afueras de Colmenar. Al día siguiente me dijo: ¿Te vienes a dar un paseo? Y nos fuimos a la Dehesa de Navalvillar, que nosotros llamamos "nuestra finca" porque en sus 1.100 hectáreas  encontrarse con alguien es una excepción. No siempre fue así. Hubo una época en la que la dehesa vio a  Kubrick repartir  instrucciones para el rodaje de su película Espartaco, y a un Cid Campeador con la cara de Moisés besando a la exhuberante Sofía Loren. En la Dehesa de Navalvillar, segundo Holliwood español (el primero fue el desierto de Almería), se rodaron más de 200 películas en época de Franco. Entre ellas, la Trilogía del Dólar de Sergio Leone: los spaghetti western "Por un puñado de dólares" (1964), "La muerte tenía un precio" 1965) y "El bueno, el feo y el malo" (1966). Allí rodaron Anthony Mann, Raoul Walsh, Richard Fleischer, Orson Welles...el mismo Kubrick ya citado y dirigieron a actores como Kirk Douglas, Richard Burton, Alain Delon, Cary Grant, Charles Bronson, Robert Mitchum; y a actrices como Brigitte Bardot y Claudia Cardinale. Casi al final llegó "Conan, el bárbaro" (1981), encarnado en un culturista de proporciones hercúleas y apellido trabalenguas que empezaba su carrera de actor: Arnold Schwarzenegger.  

Pues bien, aquel día de primavera Paco se me adelantó un poco. Bueno, esto pasa con frecuencia; yo me dejo guiar porque de orientación siempre voy con la reserva. Vi en una charquilla unas florecitas blancas que flotaban en el agua. Ya las había visto en otros sitios, como en la vega de Navia de Suarna, bajo el puente; pero ignoro el nombre de esta planta. Quise hacer una foto.

— Luego, a la vuelta las haces— me dijo.

A los diez minutos aparecía el cuerpo del arroyo. Me quedé boquiabierta. Las diminutas flores apenas dejaban ver el agua sobre la que flotaban. El arroyo entero estaba cubierto de blancas puntillas almidonadas.  Él sonreía satisfecho.



"Abriendo" mi regalo.

Seguimos el curso hacia arriba. Son varios los arroyos que tiene la dehesa, pero creemos que éste era el Arroyo de Tejada, que nace en las laderas del Cerro de San Pedro. Paseamos tranquilamente más de un kilómetro durante un par de horas, bordeando pequeños saltos de agua, meandros y retuertas cerradas, y las flores no acababan nunca. Ellas seguían alfombrando el arroyo hacia la cumbre cuando tuvimos que volvernos con la noche en los talones.



Decenas y decenas de metros...

... todo el curso igual; plagado de flores.





















Un barullo de mariposas


Íbamos de marcha por la sierra de Madrid, por un camino que lleva a la Fuente de la Reina. Dicho lugar está en ruta Jacobea, es enlace de calzada romana y conducto hasta la Casa Eraso, morada lírica del Fantasma de Casarás. Cuentan viejas leyendas de un caballero templario que allí mora, en especial por las noches: don Hugo de Marignac.

Desde el principio del camino me llamó la atención la abundancia de mariposas. Revoloteaban delante de nosotros, sin temor a rozarnos, esparciendo pinceladas tornasol que nos alegraban el paso. 

Paco se detuvo ante un matorral un poco aislado, en el centro de un cruce de sendas. Era un arbusto que no se alzaba más de un metro, con un diámetro de dos. Levantó el bastón en horizontal y me susurró: 

— Mira...

Golpeó suavemente el ramaje. Y una nube de mariposas en tropel surgió de pronto en el aire. Calculé medio centenar. Eran como una lluvia de pétalos. 

— ¿A que nunca te habían regalado un barullo de mariposas?

— Tienes razón, nunca —admití riéndome.

Quise que lo repitiera más tarde, para hacer la foto. Pero desgraciadamente, los móviles y nuestra falta de pericia fotográfica no fueron capaces de captarlo. He encontrado una imagen muy parecida.




Bueno... si la crisis te ha vaciado el bolsillo y se avecina una cita... ya tienes dos propuestas.   ;-)


Mariaje López.



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lunes, 5 de agosto de 2013

Cuando mis ojos me miran


Foto: Mariaje López

La playa es una franja húmeda de gris infinito, repartiendo caricias blancas y espumas. Una mujer se acerca. Viste un sari bermellón y oro que lame sus pies en la humedad salada. Su pelo es largo y oscuro, y cabalga en un cielo que se apaga lentamente. Su gesto es sosegado, docto, sin edad. Su mirada se asienta en mi memoria y me sumerge en el túnel de los siglos. Exhala el aroma de una flor curtida en el silencio de muchos días. Me acerco en pasos inquietos vencidos de preguntas viejas, y las mirada absorta en la luz que se apaga.