martes, 21 de enero de 2014

Otoño en el Monte Abantos



Cruz en el Monte Abantos


Ella y él en un coche azul metálico, en un silencio plácido que les lleva por la carretera que desciende ladera abajo desde el monte Abantos. Impregnado el espíritu de un otoño que madura en su belleza, engalanado el rostro con rubores de hojarasca húmeda y polvo de oro en los párpados.

Dicen las leyendas que en los valles de este monte tenían su lugar sagrado nuestros padres Iberos, donde celebraban sus rituales mágicos, hijos de los cultos rúnicos de los celtas. 

A ella le parece todo mentira de tan bonito. Recuerda los últimos otoños de su vida. Otoños de sonrisas tristes y carpetazos, de pasar páginas, de soledades últimas. De luchas y derrotas reiteradas, de coraje sin tregua. Otoños de terremotos vitales y cotidianos, de penas dilatándose hasta estallar en canal, de goteras sobre el colchón y céntimos esquivos, de agotadoras jornadas sobre suelos mojados y guantes de látex. Otoños de desencuentros y de encuentros desahuciados nada más nacer. Otoños, en fin, de colosales naufragios, de intransigentes voces, de atropellos, de puños apretando dentro dolor y voluntad. 

Y los pies afirmándose al borde de la cuneta, arañando sus lentas y sudorosas reconquistas. Confiados en su terca búsqueda de la recreación. Y las lágrimas dejadas para más tarde, siempre para más tarde. 

Pero hoy acariciaba el perfil de la felicidad. Volvía de una cumbre donde hubo otra mirada acompañando la suya. 

Una mirada profunda sin esquirlas en el lagrimal. 

Y de súbito, en aquella calzada estrecha, tapizada de pequeñas llamas desprendidas del corazón del mundo, los otoños del recuerdo y el otoño presente se miran estremecidos: “¿Se puede ser tan feliz?”. 

La respuesta de ella no es otra que sus lágrimas, aquellas que habían sido dejadas para más tarde, las que habían esperado tanto y tan calladamente su ocasión propicia. 

La mirada de él, que había mirado con ella desde la cumbre, lo comprende todo, y deteniendo su marcha, abraza su llanto. Un llanto dichoso para bendecir el regalo de la vida, una vida que al fin le entrega la victoria por la que tanto ha luchado.

Mariaje López


 Premios 20Blogs 
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4 comentarios:

  1. Lindísimo!!!!

    Besitos,
    Mariajo

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    1. Gracias, supongo que cuando uno sabe de dónde nacen las palabras, lo lee de otra forma.
      Un cariño grande.

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  2. Comento por comentar, porque solo el silencio podría ser más bonito.

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    1. Pues acabas de hacerlo, Tucho. Has conseguido decir algo más bonito que el silencio. Gracias. ;-)

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