martes, 27 de enero de 2015

¡Sálvame!




Un día, hace unos años, recibí en mi teléfono un mensaje acuciante de alguien muy cercano que decía:

"Lo tengo todo preparado para suicidarme. ¡Por favor, SÁLVAME!

Con el corazón desgarrado y anegada en lágrimas respondí:

"Si tu salvación dependiera de mí, hace mucho tiempo que estarías salvado. Desgraciadamente tu salvación no está en mis manos, sino en las tuyas. De lo que decidas hacer, tú eres el único responsable".

No se quitó la vida. Tampoco puede decirse que se salvara; eso es algo más que no matarse. 

A veces la realidad es salvaje; a veces salvadora. Como una cuerda, sirve para afianzarse y escalar, o de lazo para la horca. Depende de cómo decida usarse.






Mariaje López.
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viernes, 23 de enero de 2015

Memorias de un sofá.




Llevaba algunos años separada. Era el primer mueble que yo compraba sola: sola lo busqué, sola lo elegí, y sola lo pagué. Era un sofá corriente, pero robusto. Nos entendimos bien desde el principio.

Llegó a casa oliendo a nuevo, con sus tres cojines rojo granate, regalo de la tienda. Desde entonces ha contribuido a hacer mi vida bastante más confortable. Por aquellas mismas fechas, algunos años antes de conocerle, el hombre de mi vida estaba comprando las sillas de su comedor con idéntico tapizado; exacto hasta en el color, y eso que había seis tonalidades a elegir si no recuerdo mal. Obra del azar desde luego, pero encantadoramente profético. 

Mi sofá y yo hemos vivido muchas cosas juntos: tantas y tantas horas de intimidad creativa, largas meditaciones, hallazgos deslumbrantes, soledades buscadas, compañias encontradas, sustanciosas lecturas, lágrimas surtidas, felicidades plenas, diarios escritos y olvidados, esperanzas rotas y cumplidas, palabras dichas y escuchadas, arrullos con los gatos, risas, siestas, abrazos, proyectos, adioses y besos. Él lo sabía todo de mí, y yo en ningún otro sitio me encontraba tan cómoda. Y así un día me dí cuenta de que nos habíamos convertido en cómplices. 

Una vez entraron a robar en casa. Mientras esperaba a la policía y a un cerrajero que me abriese la puerta, yo imaginaba a mi discreto amigo acuchillado; sabía que a veces los ladrones lo hacían, no sé si de pura rabia. Confieso que esa visión me angustiaba más que ninguna otra pérdida. Al entrar fue donde primero acudí, y respiré aliviada al comprobar que no había sufrido daño. 

Podría quedarse vacía la casa, y eso me apenaría; podrían llevarse todos los demás muebles, y sería un pequeño desastre. Pero este sofá acumula tanta historia, que si quedara él solamente entre las cuatro paredes, mi casa seguiría siendo mi hogar.


Mariaje López.
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