viernes, 11 de noviembre de 2016

Más de lo que nunca soñé.


Que un texto mío aparezca embutido en un artículo de José César Álvarez, éste en concreto en el semanario PUERTA DE MADRID, ya es más de lo que nunca soñé. Tanto he admirado siempre a César.

Transcribo el texto más abajo, para que quien guste leerlo lo haga con más facilidad que en la imagen.

Gracias, César, y enhorabuena por tu recientemente galardonada novela Voz de Bajo, con el premio Juan Valera 2015. Para añadir a tu colección.






Tras la lista de los personajes costumbristas

       Mariaje López pateó, con perdón, las calles de Alcalá con la intensidad que aquí puede sentirse. Su atormentada huida de la ciudad la llevó a Colmenar Viejo, donde, junto a San Sebastián de los Reyes, viene haciendo su vida. Allí lleva ya un puñado de años, los suficientes para haber podido olvidar a Alcalá. Pero Mariaje, cuyo crecimiento escritural iba granando como cosecha segura, rompió como es norma de la naturaleza con su primera novela, Beatricia —narrativa, MAR editor—, donde a borbotones le salió el Alcalá que dentro llevaba. El embarazo literario carece de tiempo fijo de gestación, pero el punto de fecundación fija sus señas indelebles. Dio a luz Mariaje en otras alcobas de su vida sin alterar su linaje y me invitó a la presentación de su fruto en la Biblioteca de la Casa de las Fieras del Retiro de Madrid. Me fui para allá bajo la imagen penosa del oso polar de movimientos convulsos y mecánicos, pero me vine con un caluroso costal de imágenes vivas y alcalaínas, las que al ser prendidas por el dardo de la palabra se renuevan vigorosas. Ahí va un poquito del rescate de Alcalá y de Mariaje en el Retiro de Madrid:

“A veces Liena rozaba con los dedos las columnas más antiguas, y sentía como si le susurrasen historias al oído. Le encantaba salir a pasear los domingos por la mañana, porque nunca sabía lo que iba a encontrarse. Un día podían estar los soportales inundados de caballetes; otro, tomados por estatuas vivientes; otro, por artesanos. Era frecuente ver algún grupo de cómicos vestidos de época ilustrando las rutas teatralizadas. Por San Antón llenaba la calle una fila de mascotas con sus amos, desde la Casa Tapón hasta el Hospitalillo, templo donde recibían los animales la bendición del santo. Caballos, mulas, borricos, algún gato serenísimo provisto de arnés y otros menos pacientes en su trasportín, canes de toda raza y sin ella, periquitos, loros, cotorras, tortugas, alguna que otra iguana, peces en sus peceras, hámsteres en sus jaulas y conejos variados con susto en el cuerpo. Tampoco se libraba el santo de algún ofidio, ni el cura, que daba la bendición con más cautela que ganas. Los costaleros ensayaban las vísperas de procesión con los pasos desnudos, y los cargaban de sacos para emular el peso de las imágenes. Y cuando no se terciaban estas cosas, era teatro de calle, música en las plazas, mercado barroco, títeres, rally de coches antiguos, juerga rociera o manifestaciones a favor de las cigüeñas y en contra del obispo. Todo ello servido de tenderetes, puestos de libros, de sellos, de monedas, terrazas de bar y pedigüeños.”

“Añádase la debida proporción de maniáticos que toda ilustre ciudad alberga: el Iluminado, que se tiró un día por el balcón al creerse ingrávido; el Jesucristo, que se lanzaba a los viandantes con su mirada azul intimidatoria y les disparaba con voz de cañón: “¡Me das una moneda!”; el Incógnito, siempre escondido tras el filo de algún periódico, para de esta guisa recorrer las calles y las iglesias vigilando a hurtadillas lo que se terciase. Estaba también la Yonqui, que desde el alba al anochecer recorría los bares mendigando un trago, y se encaraba con el indiscreto que osase mirarla dos veces, aunque tenía buen corazón; y la Profetisa, que insultaba a los curas en las procesiones; sin olvidar al Santoni, que se tapaba el cráneo con un zorongo pirata y andaba como Frankenstein. O al Mátrix, vestido siempre de Neo, ya hiciera frío o calor. Y el sin par Platanito, toreador de coches y feo como él solo. A ese, como no podía ser menos, se lo llevó por delante un Volkswagen Passat de segunda mano”.

Y como Mariaje me marca el paso, me voy yo más allá a por Mario, aquel muchacho espigado que vivió en la casa de Cervantes antes de que lo fuera y que, cuando la muchedumbre esperaba la antorcha de la Olimpiada de México 68 en larga y aburrida espera, Mario enarboló una escoba y a zancada atlética por la calzada obtuvo el más clamoroso éxito registrado en estos pagos. O cuando Ramón Vallejo ‘El Liguerín’ se decidió por la adquisición de la caja de limpiabotas, y ‘El Tronchao’, titular de la canonjía de la puerta de Casa Juan, vinos y cervezas, le amenazó con llevarlo a sindicatos. O la ‘Rosario la tonta’, quien, pese a su título, era un archivo público de fechas inútiles. O ‘El Chiroli’, el que se arrodillaba ante el altar de Cervantes en la plaza y se ponía con los brazos en cruz como un penitente de la cofradía del vino. O aquel Malaca que se pasó la vida transportando los carretes de películas del cine grande al chico, y viceversa, sintiéndose formar parte del engranaje de un giro cósmico inalterable. O aquel Perdices, funcionario municipal del Servicio Público de Limpiezas que exhibía la rara habilidad de lanzar un eructo que desde la Casa-tapón recorría toda la calle Mayor con riesgo de su pétrea verticalidad. O aquel Tavares que se caló la gorra de vigilante del aparcamiento de la plaza de Cervantes y dirigía el tráfico. O aquel Fernando ‘el ronquillo’, cansino y reiterante con su “para hoy sale hoy”, quien, sin ver, juntaba mensaje con columna. O el pavero de las navidades de vara y mandilete gris. O el Niño de Irueste, un anciano de voz atiplada que anunciaba su producto con la claridad de su voz: “Miel y nueces de la Alcarria”. O la churrera matinal de los “calentitos”. O el disonante Nono, el mercero gangoso de la baja calle Mayor. O Elisa la ciega, vendedora del cupón junto a la Vicenta, sorda y ‘liguerina’, que iban a la terraza del cine y se quedaban solas por causa de su intercomunicación. O Mendizábal, el portero de pata de palo del Seminario que cuando se curaba el muñón juraba en vascuence profundo. O Jurelo, el que un día vendió un rebaño de ovejas con pastor incluido, quien le miraba descreído por vez primera…

Fue Mariaje quien nos abrió desde el Retiro el filón de los personajes costumbristas de Alcalá, ella, la sacerdotisa de los perennes humos de incienso que ahora justamente le revienen. 

José César Álvarez

6 comentarios:

  1. Describiendo tal cual, la vida misma, personajes cercanos de cuando los vecinos eran como una familia, donde más o menos todos se conocían, un estilo casi desaparecido, me gusta chica .....

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  2. Con toda modestia yo diría que incluso más allá de Alcalá, puesto que aquí, cruzando el mar, hay quien ha abierto más los ojos para gozar del filón de la lectura y el sabor de escribir. Esteban

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  3. Enhorabuena Mariaje, la novela es estupenda... no dejes de escribir tus palabras están llenas de vida.

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    1. Gracias Paco: me hace ilusión que me lo digas tú. Me quedé con la cosilla de haberte "forzado" por decir así, a leer el libro. Pero si te ha gustado, me quedo más tranquila. Un abrazo enorme, esta es tu casa, ven cuando quieras. Y saluda, que si no, no me entero de que has estado. ;-)

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