Cuando nos vayamos y el museo cierre, quedará el silencio.
Al cruzar la puerta de Auschwitz nos llueve la infamia de ese letrero forjado en hierro: Arbeit macht frei*¹, para después recordar el estribillo himmleriano: "De aquí solo se sale por las chimeneas".
Auschwitz impresiona; Birkenau sacude. Allí las ruinas de lo indescriptible permanecen vírgenes. Las vías de los ataúdes —¿podrían llamarse de otra forma esos trenes?—, reptan sobre la columna vertebral del infierno, como terribles ofidios calcinados y hambrientos.