Imagen generada por IA |
Entretanto los días y las noches se engarzaban apacibles, sin perjuicio de que cesaran por ello los dimes y diretes en torno a su persona. Y es que algunas aves, cada día más irritadas consigo mismas por no ser tan bellas como deseaban, y lo que deseaban era serlo tanto como el pájaro azul, y celosas además por la fraternal relación que pájaro y árbol mantenían, no soportaban que su congénere viviese tan despreocupado, sin que ninguna sombra perturbara su placidez.
Estas envidias les causaban a dichas retorcidas aves gran disgusto, aunque ninguna se atrevía a confesarlo. Enfermas de celos, no hallaban otra manera de rentabilizar su ocio que organizar corrillos para criticarle todo: si hacía porque hacía, si dejaba de hacer porque no hacía. No se daban cuenta —ni procuraban dársela—, de que en realidad el pájaro, por muy azul y extraordinario que fuera, se empleaba en las cosas normales de su especie: volar, cazar, alimentarse, chapotear, acicalarse, descansar... y vuelta a picotear, a volar, beber, arreglarse las plumas y dormir.
Lo único que no hacía era murmurar como ellos, pues aún en el caso improbable de quererlo hacer, no tenía con quién. Bueno, estaba el árbol, pero a ninguno de los dos les gustaba perder el tiempo en una actividad tan necia.
El mundo de la línea infinita, (M.A.R. Editor).
https://www.mareditor.com/.../El_mundo_de_la_linea...