Uno de los mejores regalos que los Reyes Magos dejaron jamás a los pies de mi cama, fueron dos gruesos tomos de cuentos populares: los Cuentos Egipcios, y los Cuentos Árabes. Si lamento haber extraviado objetos de mi infancia, sin duda los mencionados encabezan la lista.
Me entusiasmaban los dos libros, profusamente ilustrados, si bien hice más relecturas del segundo, tal vez por embutirse más en mi fantasía. Las imágenes, espléndidas obras de arte, aguzaban mi imaginación con sus trazos coloridos, y me transportaban, casi materialmente, a lugares exóticos y distantes que sólo habitaban mis sueños.
Mi primera incursión en el mundo árabe real, no se produciría hasta mi edad madura. En aquella ocasión viajamos a Petra, la ciudad perdida de los nabateos, esculpida en las rocas del Valle de Edom y oculta entre montañas. Fue emocionante.
Monasterio de Petra |
Poco después llegó la segunda visita al pueblo de Aladino, (por seguir con los cuentos). Esta vez Cappadocia. Pero sin duda, mi auténtica inmersión en la cultura árabe ha sido más reciente; en la mítica Tetuán.
Paco y yo, junto con otros familiares, tuvimos el honor de ser invitados a una boda amazigh, (bereber). Imazighen significa "hombres libres". Durante una corta estancia en Almería, conocimos a una encantadora familia marroquí cuando nos invitaron a tomar el te en su casa. Cuando Najat, la bella anfitriona, terminó de escanciar la bebida caliente con admirable destreza, no tuve más remedio que aplaudir. Pasamos una tarde deliciosa, oliendo a menta y canela, y probando los exquisitos dulces que habían cocinado en abundancia.
Llegamos a Tetuán el mismo día del ritual de la henna. Éramos un grupo de once personas y Magdalena, mi eficiente cuñada, nos había reservado habitaciones en el Blanco Riad; una gran casa típica marroquí del siglo XVIII bellamente restaurada, dentro de la medina. Entramos directamente a su receptivo patio central, en torno a una fuente cuadrangular rodeada de columnas y arcos, atrio al que se abrían las habitaciones llenas de encanto.
La novia ya había sido conducida a la casa de sus suegros, donde todo estaba preparado para el ritual de aquel día previo al casamiento. Una boda marroquí es una fiesta de mujeres, y para mujeres. Ellas son las absolutas protagonistas. Todo está enfocado a su diversión, a su lucimiento, y las novias llegan a parecer verdaderas huríes descendidas de la Yanna. Recuérdalo si eres advenedizo, y en cambio, olvídate del reloj: es un objeto inútil en según qué sitios. (Sí, señor Einstein; el tiempo es relativo; pero los marroquíes ya contaban con eso antes que usted lo dijera).
Al llegar a la casa, cambiamos nuestros vaqueros por los favorecedores vestidos tradicionales. |
La estancia principal, un rectángulo largo y alfombrado, cuyo fondo estaba decorado con profusión de telas satinadas que pendían del techo, caían salpicadas de hilos dorados hasta el banco lleno de cojines. Un escabel almohadillado remataba el conjunto. Allí reposarían los pies desnudos de Ghizlan teñidos de henna.
Entró el cortejo de mujeres escoltando a la novia, comenzaron los cánticos y bailes, que ya no cesarían hasta pasada la media noche. Quedamos absortos admirando la destreza de la mu'alima, que perfilaba delicados encajes oscuros en las manos de la joven.
La henna es más que un simple adorno. Un proverbio árabe dice:
“Si mis palabras fueran falsas, no te presentaría mi mano teñida de henna”.
Y Paco empeñado en probar lo de la henna. La mu'alima no daba crédito; pero él insistió tanto que ella medio cludicó, trazando velozmente en el dorso de su mano un signo de interrogación. Se quedó ahí.
Entre tanto, los cuentos de la infancia, poblados de imágenes entonces lejanas, irrumpían en la tercera dimensión. Mujeres que parecían estampas de las Mil y Una Noches, ataviadas con hermosos caftanes bordados, ajustados al talle por el ancho cinturón de corsé.
De pronto dos muchachas se soltaron la melena, literalmente. A una de ellas, el pelo le sobrepasaba la cintura. Giros de cuello inverosímiles impelían sus melenas hipnóticas, como un oleaje furioso rompiendo contra el dique de la modestia. Me atrevería a decir que era un desafío. Quizá inconsciente, quizá no. Aventuré el impacto de esa proyección en el bando masculino. ¿Les producía deseo y temor a la vez? ¿Les alcanzaba el miedo atávico de un poder que les hacía vulnerables? ¿Y qué decir de la danza, tan sensual? No importaba lo tapados que estuvieran los cuerpos, ni si alguno escapaba al límite de su peso. Eran bellos, voluptuosos. Ellas anudaban cualquier cinta o pañuelo alrededor de sus caderas para enfatizar su increíble y rítmica oscilación. Poseen una gracia natural para el baile, desde pequeñas. Cuando bailan son poderosas, y ellas lo saben. Sólo hay que mirarlas a la cara.
Avanzada la fiesta, llegó el novio. Creo recordar que recitó algo, apartó el velo de la frente femenina, y dejó en ella un beso. Luego se sentó a la izquierda y se dispuso a escuchar la música y las salmodias.
Najat nos llamó para cenar en una sala aparte. Después de pasarnos el aguamanil, comenzamos con el té y los dulces, que se deshacían en la boca. Todavía lamento no haberme atrevido con alguno más, pero había que dejar sitio al mscharmel, un asado de pollo con limones encurtidos y aceitunas; y al suculento mechuí de cordero, tan delicioso, que eras capaz de saborearlo aunque el hambre ya sólo fuera un concepto lejano. ¡Qué magnífica fiesta para el paladar!
Mscharmel |
Bastela |
Dulces como el amiou, hecho con pasta de almendra tostada y amalgamada con miel. Se come a cucharaditas, y sabe como un polvorón de los nuestros, menos denso. La bastela (pastela); es un plato salado con un toque dulce; que consiste en una especie de guiso de pollo o pichón, a veces cordero e incluso pescado; con cebolla, pimientos, jengibre, canela, azafrán y cilantro, envuelto en una fina capa de hojaldre. Es un plato muy elaborado que suele reservarse para las fiestas. O el mismo cuscús, que nunca me había sabido tan bueno. Tal vez sea el toque del utensilio especial que tienen para cocinarlo al vapor: el alcuzcucero.
Al despedirnos de la novia por la noche, nos dio las gracias por asistir a su boda, aunque sin duda, quienes tenían mayor motivo de agradecimiento éramos nosotros.
-Mañana será un día muy largo – dijo.
La mañana siguiente, tras desayunar en el hotel, y mientras las chicas se iban de compras, yo me apunté al grupo de los varones, que preferían ver la ciudad antigua. Al final creo que estuvimos en los mismos sitios.
La medina de Tetuán es un lugar increíble, declarado por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad. Sus calles, la mayoría estrechas y empedradas, tienen cubiertos muchos de sus tramos con arcos, que se vuelven triangulares en el barrio judío. Forman un auténtico laberinto de vías y plazoletas en el que no es difícil perderse.
Allí, todas las historias imaginables son posibles. Acompaña la mixtura de olores, la abundancia cromática en los comercios a pie de calle, a veces a ras del suelo, como en el caso de las mujeres rifeñas, que venden sus cultivos sobre una estera, ataviadas con sus sombreros y trajes típicos.
Los gatos son bienvenidos en el zoco, mantienen las calles limpias de ratones y de insectos rastreadores. Creo que gozan del respeto de los tetuanís. Los puestos de especias son unos de los más atractivos; esparcen aromas que activan resortes mágicos en el subconsciente. Cuando menos, en el de una experimentada transeúnte de la región de los cuentos. Me habría pasado allí el día entero, descubriendo sus rincones, percibiendo sus olores, y archivando en la memoria rostros y costumbres que parecían recortados de mis viejas láminas. Me sentía como Bastian Baltasar Bux en Fantasía. Entrar en la medina es como entrar en el libro de los libros, una historia sin fin.
Nunca faltan moritos avispados, pendientes de los turistas. Son los relaciones públicas de los comercios más grandes. Ganan una comisión por llevar posibles, y enredan astutamente al comprador presunto con alguna búsqueda en el mapa, más o menos ficticia. Sea; cada cual gana el cuscús como puede. Había que salir del laberinto; Najat nos esperaba para el almuerzo.
Después de la bastela y el cuscús, participamos en una romería por las calles del barrio, con cánticos, bailes y salmodias rituales. Las mujeres iban a la cabeza, seguidas por los músicos, que enarbolaban largos palos de caña abierta, en los que se habían ensartado billetes de dirhams con distinto valor. Era una ofrenda para entregar al padre del novio. Supongo que ayudas al gasto de la boda. La novia, madre, hermanas y primas, estaban en el hammam (los baños), o en la peluquería.
Ya de noche, llegó un pequeño autocar a recoger a los invitados que aún permanecían en la casa, para trasladarlos hasta el local donde se celebraría la ceremonia principal. Fuimos cantando y dando palmas todo el camino. A mi lado iba Serghini, el padre de la novia; un amazigh poseedor de una de las sonrisas más acogedoras que he visto nunca.
Durante la fiesta, la novia luciría cuatro lujosos vestidos diferentes, cada uno con sus complementos; desde los zapatos hasta las joyas, e incluso el maquillaje. Dada la aparatosidad de la indumentaria, Ghizlan tenía que caminar de la mano de la maestra de ceremonias, que con lentitud, iba conduciéndola hasta el estrado doble con baldaquino destinado a los esposos. Debía adoptar, al menos en la primera entrada y por protocolo, una actitud hierática, para mostrar su pena por el abandono de la casa familiar. En las dos entradas subsecuentes, los costaleros danzantes la trajeron sentada bajo palio, en volandas, ejecutando diversas coreografías en las que después, también intervendrían los consortes.
Las novias imazighen lucen maquillaje abundante, justificado en parte, por la opulencia de su atavío nupcial, y eso hace que las jovencitas parezcan mujeres ya maduras. Con el último vestido, de corte más europeo, Ghizlan lucía un maquillaje más sencillo: volvía a aparentar la edad que realmente tenía. El novio también se puso varios trajes, todos bonitos, pero el tercero me encantó, era un caftán muy elegante con las babuchas a juego.
Antes de cortar la tarta, los nuevos esposos se ofrecieron leche y dátiles. Iman, la hermana de la novia, les manchó la punta de la nariz con nata. Esto último no formaba parte del rito, sólo fue una travesura simpática.
Leche y dátiles para la promesa |
Algunas invitadas también cambiaron de vestido a mitad de la fiesta. En el centro del ancho pasillo que hacía las veces de pista, siempre había mujeres bailando. Najat y su cuñada, encantadoras y muy cariñosas ambas, estuvieron sentadas junto a nosotros toda la velada. Con ello sin duda se privaron de disfrutar del acontecimiento junto a los suyos. Su exquisita hospitalidad fue la causa, nuevamente. Sabían que no podíamos integrarnos demasiado, al desconocer la lengua. Tampoco entre ellas y nosotros era fácil la conversación; hablan poco o ningún castellano, y nosotros nada de árabe. Con todo, nos entendíamos. Y para un apuro teníamos al paciente Samir, otro amigo árabe que nos traducía.
Najat, nuestra bella anfitriona |
De pronto una cortesía inesperada en honor a los extranjeros: partitura desacostumbrada en aquel contexto y en aquella orquesta. El vocalista se arrancó con La Bamba. Había que salir a bailar. Y Paco que no.
Los hombres bailaron sólo al final y sin mezclarse mucho. No es que bailen mal, en absoluto. Son vitales y muy ágiles. Pero no pueden competir con ellas. Ellas se convierten en diosas cuando bailan. Con sus imponentes caftanes, sus velos de seda y sus hermosos rostros. Con esa forma tan plena de vivir la alegría que demuestran. Con ese saber disfrutar, en complicidad femenina, de lo que tienen.
Volvimos al hotel caminando por las calles vacías del Ensanche español.
-¿Verdad que son como las auténticas princesas de los cuentos?- le dije a Paco, maravillada.
Él asintió. No eran tan irreales, al fin y al cabo, mis fantasías de niña. Confirmé entonces, en la madrugada de las mil y una noches, que Scheherezade existe.
Mariaje López.
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Como tu dijiste del comentario del hotel, rubrico todo lo que dices.
ResponderEliminarTambién para nosotros aquel fin de semana fué un cuento de las mil y unas noches del que nosotros formamos parte, lo vivimos y lo sentimos con tanta intensidad que se nos ha impreso para siempre en nuestras almas, en nuestras retinas, ..
Me apunto a conocer y compartir al resto del mundo, no tengamos miedo, todo lo distinto nos enriquece, esto que vivimos fué la auténtica alianza de civilizaciones. GRACIAS.
Me ha encantado hasta tal punto que, casi, casi, lo he vivido. ¡Que suerte poder haber sido parte de ello y sobre todo saber contarlo tan bien!.
ResponderEliminarAunque parezca mentira, te has superado en saber transmitir tus vivencias.
Un beso.
Has plasmado con tanta realidad tu experiencia, que me has metido en la boda!!. Buen relato, con unas fotos estupendas, los trajes de la novia muy bonitos y coloridos.
ResponderEliminarA Tetuán no he ido, sí a Marruecos, y me gustó muchísimo.
Gracias, un abrazo.
Carmen (auroraboreal)
Una descripción tan perfecta de la boda, que me has metido en ella!!..he disfrutado leyéndolo y me ha gustado ver las fotografías de los trajes tan vistosos Con ese colorido tan bonito.
ResponderEliminarNo conozco Tetuán, pero he ido a Marruecos y comprendo lo que dices del cuento, el zoco, los colores, olores, la magia etc.
Muchas gracias, un abrazo
Carmen (auroraboreal)
Gracias por los comentarios, la verdad es que anima mucho que haya conversación.
ResponderEliminarGracias Magda, haremos más viajes, si está de ser.
Gracias Mari Carmen, pues ya puedes decir que has estado en la misma boda que yo.:-)
Gracias Carmen, sobre todo por intentarlo tres veces. Ya arreglo eso ahora, para que no vuelva a haber problema.
(ghizlan mabloz)
ResponderEliminarGracias me gusta mucho como has contado mi boda, ha sido un placer para mi teneros conmigo en un dia tan especial, para mi y para mi marido samir os quiero gracias.
Ghizlan: el placer es mío al tener aquí tu opinión, que es una prueba más de que Scheherezade-Ghizlan existe. ;-)
EliminarMuchas gracias por invitarnos. Esta es una de las entradas más visitadas de este blog. Ha gustado mucho a muchas personas.
Nosotros también te queremos. Gracias.