miércoles, 22 de noviembre de 2023

Ventanas


 

    Brillan al anochecer, como párpados indolentes, como pupilas ciegas a las que no incomoda ser miradas.

Ventanas que fascinan, que inquietan, que conectan con mundos aleatorios y asiduamente propios. Contrapicados de lámparas, esquinas de estanterías y armarios, voces, músicas, siluetas.

Ventanas, ojos de la casa, del hogar que nutre y preserva, o también —ay— del infierno más profundo.
Miro las ventanas con los ojos de mi niñez desmochada, buscando siempre el hogar amable, seguro, el nido de rumores ocultos y de fuego amigo. Lo busco como a un templo donde el estrépito se arrodille fuera, ante sus puertas. Y dentro la vida a resguardo, la frágil vida, añoranza perpetua del hogar primero. Allí donde el amor reparte su voz secreta, donde el dolor es manejable fuera de su jaula, donde la mirada es libre y la risa tranquila brinca como un perrillo en la hierba.

jueves, 9 de noviembre de 2023


 

Hace tiempo participé en esta antología de M.A.R. Editor con un relato negro: os lo dejo aquí:


JUSTICIA EN TRES ACTOS


Acto I

Ahora puedo contar lo que pasó, y hasta desmenuzar sus pensamientos, ya que a día de hoy nada se me oculta.
Diré que hace dos noches María administró a su hija adolescente un somnífero en la cena. Luego esperó a que se durmiera, y ya de madrugada, intranquila, sacó una bolsa negra del fondo del armario y revisó su contenido: una peluca castaña de corte masculino, una discreta barba postiza, la copia de la llave de mi casa –extrajo la original del bolsillo de mi abrigo, colgado en el perchero de la sacristía mientras yo celebraba la misa vespertina–, un paquetito de cuchillas de afeitar y unos guantes de vinilo. Diré también que ocultó su larga melena rubia bajo la peluca, y cubrió su bello rostro con la barba, tras lo cual abandonó la casa de madrugada, en medio del mayor sigilo. Se cruzó por el camino con dos noctámbulos a los que ningún despertador perturbaría en la mañana, y que la tomaron por un igual. Invirtió catorce largos minutos en caminar deprisa hasta el portal de mi casa. Una vez allí, seleccionó en su móvil mi número de teléfono.

–Vengo a darte lo que quieres –me dijo secamente.
Bajé las escaleras y le abrí la puerta. Aprobé la idea del disfraz: un sacerdote ha de proteger su reputación.