miércoles, 15 de mayo de 2019

La chica que miraba inclinado PARTE III y final


(Relato corto incluido en la antología Somos diferentes, M.A.R. Editor 2018)






Pasado el tiempo, al acabar nuestras respectivas carreras, Irune y yo nos casamos. Tuvimos un hijo y fuimos muy felices, a pesar de los problemas que todo vivir conlleva. Por desgracia, el tiempo corrió demasiado aprisa, y al poco de nacer Ismael, su madre y mi esposa falleció aquejada de un cáncer veloz. Y nos quedamos solos padre e hijo. ¡Cuánto la lloré, y la lloro todavía! Aunque pueden más ahora los recuerdos alegres. Irune nunca dejó de ser aquella mujer única y maravillosa de la que me enamoré en el instituto. 

*

Nuestro hijo heredó la belleza de su madre, su inteligencia y nobleza… y sí, también su mirar inclinado. Estudió medicina para ayudar a personas como Irune, enfermas de cáncer. 

Hoy ha venido a visitarme, como todos los miércoles. 

—Hola papá: ¿cómo te encuentras? —pregunta dándome un beso en la mejilla. Yo le respondo que bien, solo que un poco alicaído. 

—Es este calor —me responde aflojándose el nudo de la corbata—. Yo también estoy cansado, en parte por eso. 

—En mi caso, hijo, son los años. 

—Ambas cosas —sonríe—, los años y el calor. 

Le devuelvo la sonrisa. Él se sienta enfrente y se inclina hacia mí. 

—Te traigo buenas noticias —me anuncia. 

—Pues desembucha, no me hagas esperar más para saberlas. 

—Me han concedido una cuantiosa subvención para mis investigaciones oncológicas. Han publicado un artículo sobre ello en una prestigiosa revista médica internacional, y me han entrevistado en la radio. 

—¡Eso es fantástico! ¡Te felicito hijo, qué orgullosa estaría tu madre! Tanto o más que yo. ¡Tenemos que celebrarlo! 

—Sí, pero aún no he acabado. Hay algo más. 

—¿Más? 

—Vas a ser abuelo. 

La emoción me hace juntar las manos, entrelazar los dedos. 

—¡Abuelo! ¡Gracias Dios mío! Si supieras qué ilusión me hace. 

Sonreímos, llenos de felicidad. Al cabo de un rato de confidencias y planes de futuro, nos despedimos hasta el próximo miércoles. Le observo alejarse por el pasillo, abrir la puerta, y poco más tarde, desde la ventana, cruzar la verja. Me sorprendo a mí mismo hablando en voz alta: 

—Ahí lo tienes, Irune: tu niño. El que a veces mira inclinado, como tú. Ha salido más listo que tú, que ya es decir. Pero sé que a ti no te importa, que no te sientes celosa, sino muy orgullosa. Un médico eminente, Irune, un investigador de renombre. Y un corazón apasionado con lo que hace. Digno hijo tuyo, nuestro. ¿Sabes que en el colegio y en el instituto también se metían con él? Sí, claro que lo sabes. Sus compañeros le creían bobo porque torcía un ojo. Bobo, sí… ¡Sopas con honda les ha dado a todos! Si la gente supiera que los de mirar inclinado pueden ver más allá de lo que ve todo el mundo… El color y el grueso de las mentiras, por ejemplo. 


Te quiero Irune. Siempre te he querido. Nunca he conocido a nadie como tú. Tan bella por dentro y por fuera. Grande por el derecho y por el revés. Inmensa. Mirando inclinado a veces, siempre de frente. Por eso, siempre te he amado. Y siempre te amaré.



Mariaje López© Tu escritora personal por Mariaje López se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial.


           

La chica que miraba inclinado PARTE II


(Relato corto incluido en la antología Somos diferentes, M.A.R. Editor 2018)




Enamorarse es bonito, pero desarma. Eso, de distinta manera, lo descubrimos ambos aquella tarde. Yo conservaba mi nariz intacta, pero me sentía culpable. Irune me tenía por listo, pero ese día le demostré ser un necio. Ella por el contrario, sí que era inteligente: acumulaba dieces en los exámenes y comprendía las explicaciones a la primera. Sucedía con ella algo curioso, y era que al mirar así, como miraba ella, o sea, inclinado, podía ver muchas cosas que los demás no solemos ver. Por ejemplo: el color y el grosor de las mentiras. Tal cual. Y tenía un corazón a juego con su tamaño corporal, tan grande que se compadecía de todo aquel que lo pasaba mal. 

El día siguiente de nuestra conversación truncada, la busqué y le pedí perdón. Ella, escarmentada, no sabía si mirarme o hacerse la loca. Fue la primera vez que la vi indecisa, y un poco acomplejada por su estrabismo, pero también sería la última. Al fin levantó la cara y me observó. 

—Está bien, te perdono. Pero si te divierte tanto la cosa va a ser que eres medio tonto, y si eres tonto, aunque sea a medias, no puedes ser mi novio. Así no, lo siento. 

Y se marchó dando un respingo. Entonces el que se quedó bizco de los dos ojos y turulato, y atontao del todo y medio lelo, fui yo. Porque hubiera esperado cualquier cosa, incluso alguna lágrima por su parte; pero su reacción me cogió completamente desprevenido. Menuda reina. En aquel mismo instante, todavía descolocado, me enamoré de ella. Era diferente a cualquier persona que yo conociese, y mostraba tanta seguridad en sí misma, tanta confianza en su valía, que me fascinó. Desde aquel día la admiré profundamente. ¿Cómo iba a aceptar por novio a un imbécil? ¡Por supuesto que no! Tenía que demostrarle que a pesar de todo, yo no lo era. 

Una mañana de invierno se juntaron tres cobardes, tres; para empujarla y hacerla caer a un barrizal encharcado que se formaba en una esquina del patio. Después salieron corriendo entre risotadas, orgullosos como si acabaran de conquistar Oklahoma —pongamos por caso—. Ella quiso intentó perseguirlos, furiosa; pero no hacía más que resbalar y caerse una y otra vez en el fango escurridizo. Pataleaba y gritaba, amenazaba, gruñía, bufaba, se levantaba y no aún en pie, regresaba al suelo. 

—¡Ya os atraparé de uno en uno! ¡Gallinas! A ver qué machitos sois cuando os acorrale en una esquina. ¡Lo pagaréis; como me llamo Irune que lo pagaréis! 

Yo, que escuché las voces y lo presencié todo desde lejos, corrí a ayudarla, y viéndola tan empeñada en ir tras ellos, sin dejar de arrojar sapos y culebras por la boca. Tuve que emplear toda mi fuerza para sujetarla, y ni aun así me hacía con ella. Traté de convencerla de que no era buena idea enfrentarse con esos tres cenutrios a la vez, y de que habría otra manera de que recibiesen su merecido. 

—¡Mis cuentas las arreglo a mi modo! —Me espetó—, ¡y lo comprobarás enseguida! —añadió tiritando de rabia y frío. 

No pudiendo con ella, me planté delante con los brazos en jarra dispuesto a no dejarla ir, o al menos demorarla un poco más, lo suficiente para evitar un enfrentamiento en el que llevaba todas las de perder. Todo inútil, porque la moza era de piñón fijo. Me miró enojada sin pizca de estrabismo, y yo me pregunté si acaso podía controlarlo a su antojo. 

—¡Aparta! —me gritó, dándome un empujón que me hizo trastabillar. Juro que daba miedo, y más cubierta de barro como estaba, que parecía una luchadora tribal. Pero no quería que le dieran una paliza, o que le sucediera algo peor. Me armé de valor y le planté cara. 

—Si prefieres pelearte cuando puedes arreglarlo de otra manera —sentencié con firmeza—, va a ser que eres medio tonta; y si eres tonta, aunque sea a medias, no puedes ser mi novia. Lo siento. 

Aquello fue mano de santo. Me miró boquiabierta y aproveché el inciso para contraatacar. 

—Vamos, Irune, escucha lo que te propongo —dije suavizando el tono—. Iremos a contárselo al tutor. Yo como testigo. Una lucha cuerpo a cuerpo, solo empeorará las cosas. No te rebajes a su nivel; tú vales mucho más que todo eso. 

Como ella no daba muestras de conformidad con mis argumentos, me di por vencido y la media vuelta, con intención de alejarme; pero la vasca me agarró del brazo y me atrajo hacia sí con determinación. Pensé que, llegados a este punto, no me libraba de un guantazo ni San Judas Tadeo, por mucho que fuera el patrón de los imposibles. Entorné los párpados, para encajar el golpe con caballerosa dignidad, pero lo que sentí en el rostro no fue un sopapo, sino la calidez de sus labios rozando los míos. Abrí los ojos lentamente, sin poder creer lo que estaba pasando, y me cegó el brillo de los suyos, que me miraban alegres. Tenía la cara sucia y el cabello chorreando fango, como la ropa; y a pesar de todo seguía siendo bonita. La abracé, nos abrazamos. Caímos al charco riéndonos. Me volvió a besar, y yo la besé. Rebozados en tierra y agua, felices. 

—Me acabas de demostrar que eres el chico más listo del instituto. Y para corresponderte, seré la chica más pacífica que habrás conocido nunca. 

Y lo cumplió, porque era una mujer de honor, fiel a su palabra. Le ayudó mucho lo que sucedió después, ya que aprendió que usar la fuerza no siempre daba el resultado esperado, ni el mejor. El problema se resolvió por el cauce administrativo. A los tres acosadores se les abrió expediente y se les sancionó con una semana de expulsión, abierta a expulsión definitiva y multa si reincidían. Tuvieron que pedir perdón públicamente a su víctima. Todos los profesores en sus respectivas aulas aprovecharon el incidente para alertar de las consecuencias de determinados comportamientos. 

—En este centro —aseveró el director—, las acciones de este tipo no serán toleradas. Pero mejor sin duda es respetarse no por temor a la sanción, sino porque se es persona, y persona de bien. Y porque hacerlo así es una muestra de inteligencia. 

*

Mariaje López© Tu escritora personal por Mariaje López se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial.

La chica que miraba inclinado PARTE I


(Relato corto incluido en la antología Somos diferentes, M.A.R. Editor 2018)




Como todas las mañanas, acuden a levantarme, porque yo voluntariamente no quiero hacerlo. La enfermera que me cuida tiene acento cubano, y es muy dulce. Puedo conversar con ella de muchas cosas, aunque la mayor parte del tiempo no tengo ganas de hablar. Me deja en el cuarto de baño y se marcha a prepararme el desayuno. Todavía puedo asearme solo, aunque tuvimos que habilitar la ducha para ello. Como todas las mañanas, me miraré en el espejo, me afeitaré y me vestiré con lo primero que saque del armario. Tomaré el desayuno en la cocina, como todas las mañanas, y como todas las mañanas me sentaré en la butaca junto a la ventana, para recordar a Irune. Ejercitar así la memoria es mi prevención exclusiva contra el alzhéimer.

*

Se llamaba Irune, como he dicho, y acababa de cumplir quince años. Nacida en Santurce, llevaba desde los cinco viviendo en Madrid, y apenas le quedaba algo de ese acento característico de su tierra, que visitaba a menudo. Era guapa… mucho; alta y fuerte, chicarrona del norte, vamos. Derrochaba ingenio, y genio a secas también, para dicha y desdicha; y algo que la distinguía físicamente era una ligera bizquera en un ojo, la cual se le agudizaba cuando montaba en cólera, lo que sucedía con relativa frecuencia. Mucha culpa de eso se debía a las burlas de que era objeto a causa de su pequeño defecto. Ante ese escarnio ella no se achantaba, nada de eso. Cuando alguien la llamaba viroja, u ojo vago, o bizcocha, plantaba cara y sacaba los colores a quien fuera. 

—A veces miro inclinado; ¿y qué? A mí no me molesta, y al que le moleste que no mire. ¡Y que se ande con cuidado, no sea que le parta la boca!

Lo decía con tanto aplomo, clavando la mirada en el sujeto, con toda la mala leche de su mirar inclinado, que por lo general el ofensor de turno se acobardaba; y si alguno perseveraba se volvía calentito a casa. Tenía suerte Irune de ser tan grande y fornida, porque de haber sido más menuda no sé si le habría ido tan bien. 

Conmigo era otra cosa, porque yo le gustaba. De los otros, le importaba un comino lo que pensaran de ella y de sus ojos grandes y libres, con tal de que no se mofasen en su cara; pero a mí me miraba siempre de frente, porque de esa forma no bizqueaba, y permanecía así mucho rato, sin decirme nada. Hasta que un día me cogió por banda:

—Juanito; tú a mí me gustas. —me soltó de sopetón en el pasillo. Yo me quedé atónito, sin saber qué hacer, ni qué decir. Ella prosiguió: 

—No sé si yo te puedo gustar a ti, Juanito, por lo del ojo. Pero si te fijas bien, no soy bizca del todo, ni todo el tiempo; el problema solo se manifiesta intermitentemente. 

—¿Intermi… tente… mente?

—Quiero decir cuando miro inclinado. Por eso procuro mirar de frente todo el tiempo, para evitar peleas —concluyó resuelta.

—Ya… —Empezaba a reponerme del susto—. ¡No es cuestión de andar repartiendo tortas todo el día! —añadí sonriente.

Ya en el patio se sentó a mi lado, y según le hablaba noté que se iba embelesando cada vez más, por lo que en algún momento se le debió olvidar lo de mirar de frente, y el iris de su ojo derecho se puso a jugar al escondite con el izquierdo. Sin yo advertirlo, una sonrisa asomó a mis labios. Ella me imitó al principio, pero enseguida comprendió por qué me sonreía yo. 

Supe que no tenía excusa, y en un gesto automático me aparté, tratando de eludir el sopapón que, sin duda, se avecinaba. Entonces sus ojos se pusieron muy brillantes y en vez de propinarme el esperado guantazo, salió corriendo.

*


Mariaje López© Tu escritora personal por Mariaje López se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial.


jueves, 9 de mayo de 2019

Con Hilo de Luna, o cómo se lucha por un sueño






A Leticia Gómez Bosque le sobraban motivos para tirar la toalla. En ocasiones estuvo a punto de hacerlo, pero no lo hizo. Hasta tres intentos dotados con reservas ingentes de tiempo, ilusión, esfuerzo, dedicación. Fallaron las expectativas, pero sobre todo, fallaron las personas. Una y otra vez. Traiciones clamorosas, recursos malgastados... ¿Malgastados? No. A una luchadora de la talla de Leticia no se le pudren los fracasos en un saco roto. Ella remienda el saco y lo recicla. Todo servirá para alcanzar la meta final. 

Nunca antes había llegado tan lejos, ni tan concienzudamente, y a la tercera venció. Aunque el fruto tarde en madurar, madurará. No puede ser de otra forma cuando las cosas se hacen bien y la pasión acompaña. Y acompaña, doy fe. 

Es la pasión la que mueve la montaña de la fatalidad, y la hace a un lado. La pasión y la fe mueven montañas y cordilleras enteras. 

Un proyecto como Con Hilo de Luna necesita mucha cantidad de ambas cosas, además de amor al prójimo y una reserva de generosidad abundante. De eso Leticia Gómez Bosque tiene los graneros llenos, aunque a ella, nadie le ha regalado nada. Regalado no. Y si algo le dieron lo retornó con creces. Menuda es Leticia, oiga. 

Presta atención si me lees, a lo que ha puesto en pie. Observa si merece la pena y me darás la razón. Y no dudes que a quien quiera que llegue cualquiera de sus creaciones, le hará mucho bien. 

Date una vuelta por su mundo de texturas y colores, por su universo de ternura y talento. Llévate a casa mucho más de lo que a simple vista puedes ver. Llévate una historia de superación contagiosa que te reconcilie con el pesar de los días y te haga creer que la felicidad es posible cuando entregas al mundo lo mejor de ti. 

Web de Con hilo de luna: https://www.conhilodeluna.com/

Mariaje López 

jueves, 2 de mayo de 2019

Bailando



Imagen:http://www.casaquiquet.com 


Lo recuerdas. Sé que de esto guardas memoria.

Apagando la noche,

bailando canciones lentas a la luz de las velas,

dejándonos llevar,

rotando

despacio

sobre la música

y el olor a canela.



Mariaje López© Tu escritora personal por Mariaje López se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial.

Desengaño exorcizado


Imagen: http://goo.gl/Jypr8a


Cuando llegamos a la casa es la hora de cenar. Violeta ha esparcido sus regalos de Reyes por todo el salón. Le quedan restos del berrinche de la noche anterior, cuando su padre eligió esa hora mágica para desvelarle que su soñado rey mago no era otro que él. Mari Sol, la madre, apenas puede ocultar su indignación. 

Para desagraviar a ambas, improvisamos un teatrillo de guiñoles en el que a través de los personajes la niña va confirmando que sí, que los Reyes Magos existen, que son reales aunque no vengan de Oriente ni se trate de desconocidos. Que son las personas que más la quieren en este mundo. 

En aras de calmar a la madre y distraer a la niña, después de cenar damos un paseo por las calles mojadas, haciendo recuento de constelaciones. Nos hacemos fotos junto a la casa, alborotando la noche con nuestras voces risueñas. Los reyes magos de verdad han resultado mejores que los de cuento, sobre todo, porque son reales. 


Mariaje López© Tu escritora personal por Mariaje López se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial.