Tenía que cruzar el puente. Mi vieja casa estaba al otro lado de la construcción estrecha y quebradiza, sobre cuyos tablones apenas podía caminar una persona agarrada a las cuerdas de las altas barandas laterales. Yo lo cruzaba sin miedo, afianzando el paso.
Aquel día, cosa inusual, vi que un hombre se acercaba desde el otro lado. Cuando estuvo a pocos metros frente a mí, aprecié sus grandes proporciones. Me saludó, mostrándome una amplia sonrisa. Yo respondí cortés al saludo, tras lo cual dije: