Tenía que cruzar el puente. Mi vieja casa estaba al otro lado de la construcción estrecha y quebradiza, sobre cuyos tablones apenas podía caminar una persona agarrada a las cuerdas de las altas barandas laterales. Yo lo cruzaba sin miedo, afianzando el paso.
Aquel día, cosa inusual, vi que un hombre se acercaba desde el otro lado. Cuando estuvo a pocos metros frente a mí, aprecié sus grandes proporciones. Me saludó, mostrándome una amplia sonrisa. Yo respondí cortés al saludo, tras lo cual dije:
—Me temo que alguno de los dos tendrá de retroceder.
—Oh, no será necesario. – Repuso alegremente—. Apretándose un poco cabemos los dos.
Yo miré hacia el suelo de tablillas y hacia él, alternativamente, con expresión escéptica.
—Me parece que no; y temo que el suelo no resista tanto peso en un mismo punto.
—Puede estar segura de que resistirá. Adelante, ¡Probémoslo!
Sin demasiada convicción accedí. Al encontrarnos el puente crujió y se bamboleó un poco. Ambos quedamos trabados de costado, pero mi oponente no cejaba en su avance, arrastrándome consigo y obligándome a retroceder.
En ese punto me desperté.
Tras el sobresalto inicial, lo comprendí todo. El sueño, recadero de mi subconsciente, me hacía una advertencia: tenía que moverme, sacar mi vida del lugar en que se había estancado, hacer las maletas y partir.
Sí, pero eso no era todo. Antes tenía que cruzar el puente estrecho de las creencias limitantes y los prejuicios. Era verdad que empezaba a hacerlo, más mis dudas y mis temores indefinidos me obstaculizaban el tránsito, hasta el punto de hacerme retroceder y desistir.
Estaba siendo derrotada una vez más.
Resuelta a tomar en cuenta los mensajes del sueño, no tardé ni diez minutos en llenar una maleta con lo imprescindible y alejarme para siempre de la vieja casa.
Mariaje López©Tu escritora personal por Mariaje López se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial.
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