lunes, 15 de octubre de 2018

Ante la inminente publicación de Por Caridad, algunas precisiones.






Por Caridad es una obra de ficción basada en hechos reales. He de reconocer que esta frase siempre me ha parecido truculenta. ¿Pero cuánto de ficción y cuánto de realidad? Y sobre todo: ¿Qué es ficción y qué no? Te podré dar alguna pista y decirte sin titubeos que lo verídico supera el 80%, y que no llamaría estrictamente ficción al 20% restante; considéralo aquella parte de la realidad de la que tengo conocimiento sin ser testigo directo. Caben en esta mínima reserva narrativa, trazas de ficción, lo cual, insisto, no afecta a la veracidad de lo sustancial del relato. 

No es mi intención herir sensibilidades; por el contrario deseo respetarlas todas sin menospreciar la propia. He tardado muchos años en ponerme a escribir la novela. Cumplo pues, a instancias de mi conciencia, con un mandato largamente aplazado. No siento ya rencor ni amargura, por más que estaría en mi derecho de sentir ambas cosas. Quedan los recuerdos teñidos de tristeza. Y sé bien a qué me refiero cuando hablo de esta emoción; no en vano escribí Beatricia. La tristeza es el dolor de la pérdida; de lo irremediable, la pena por aquello que perdimos o que nos fue arrebatado, y en muchos casos no puede ya ser restituido. Hay otro dolor, otra condena que acompaña siempre al superviviente de una verdad incómoda: la de no ser creído. O la de saber que dice la verdad, y negárselo. Esto último, además de un agravio, es encubrimiento. 

Pues bien, si por ventura tuviese yo alguna facilidad para trasladar al papel hechos y sentimientos, habría de poner tal cualidad al servicio de otras mujeres que no se sienten con fuerzas, o que equivocadamente se avergüenzan de proclamar su verdad. Nadie debe juzgarlas, pues ya se las condenó sin juicio, y se profanaron sus mentes para que asumieran una culpa y una vergüenza que no les pertenecían. 

La otra cuestión que he de subrayar, porque amo la equidad; es hablar de lo que conocí y viví años después, durante mi etapa de creyente. Fueron tiempos en los que me desvinculé del credo infantil, profundicé en el estudio de mi fe, y colaboré en la marcha de mi parroquia. Conviví con algunas de las personas más extraordinarias que he conocido, algunas de ellas siguen formando parte fundamental de mi vida. En ese tiempo de compromiso fui testigo de los pecados de la Iglesia, pero también conocí sus virtudes. Instituciones eclesiales como Cáritas Internacional —por citar un ejemplo—, siguen mereciendo mi credibilidad y respeto. Me consta lo que hacen y cómo lo hacen, y la voluntad sincera que las mueve. 

Volviendo a la novela, confieso que no ha faltado quien intentara disuadirme de publicarla. Aquí está; que la lea quien quiera, y que la ignore quien no; en lo que a mí respecta, quedo en paz. 

Por Caridad, y por todas las que fueron y siguen siendo mis hermanas, estén donde estén.



Mariaje López  © Tu  escritora personal por Mariaje  López se encuentra bajo una Licencia  Creative Commons Atribución-NoComercial.




jueves, 11 de octubre de 2018

Mi tío Pepe, la memoria de un tiempo.





Hace dieciocho años enterró a su única hija, a su primer nieto, que se había criado a su sombra, y a su yerno. Los tres perecieron en un trágico accidente de forma instantánea. Los dos hijos menores, uno con diecisiete años, y el otro con siete, quedaron bajo su tutela y la de su esposa, mi tía Nieves. Dicho suceso sacudió a mucha gente, además de la familia, pues mis tíos eran muy conocidos. 

Mi tío Pepe era el menor de cinco hermanos, todos fallecidos. Mi padre fue el primero, murió muy joven, a los treinta y cuatro. Ya solo quedaba el pequeño, con el que siempre tuve una afinidad especial. El tío Pepe tenía fama de gruñón, y se la sabía ganar a pulso; pero yo había descubierto desde la infancia su lado fascinante. Su sed de conocimiento, alimentado por él a su escala y posibilidades, me marcó el camino de por vida. Había un resquicio oculto, bañado en candor, que solo asomaba en sus escritos, y capaz de asombrar a quienes lo leyeran, sobre todo si eran propios. Me refiero a los escritos (pocos) que hizo para niños, como el cuento que escribió a sus primeros dos nietos, ya que el tercero tardaría aún diez años en llegar. 

Hoy venimos de enterrarlo a él, ya octogenario. Un octogenario vital y apasionado, como lo fue hasta el fin. ¿Sería esa nuestra conexión fundamental? Esa, y la curiosidad. Leí el Quijote en mi juventud por cómo me describía él su experiencia lectora. Lo releía una y otra vez, ávido de aprehender sus claves. Pidió que lo enterrasen con el libro, y así se ha hecho: lo llevaba al partir en el viaje final, a sus pies. Antes de colocar la lápida, yo arrojé mi bolígrafo a su tumba. A mi tío le gustaba escribir, y lo necesitaba. Era su tabla de salvación cuando la memoria de sus muertos lo arrastraba al abismo. 

Me deja un gran vacío, y escribo esto con lágrimas en los ojos y pena en el corazón. Se sabía deudor de las faltas cometidas, y procuró enmendarlas. Para algunas cosas que nos reprochamos cada cual, a veces ya es demasiado tarde, y solo nos queda aprender de los errores e intentar perdonarnos. Ignoro si él lo logró. El que esté libre de culpa, que tire la primera piedra. 

Llamo a mi editorial y pregunto que si estamos a tiempo de añadir una dedicatoria en mi nuevo libro, pero llego tarde, ya está imprimido. Me digo que le dedicaré la presentación, entonces. 

Mi tío era un tanto terco, y pienso, que por una razón fundamental: pensaba por sí mismo. Nunca aceptó nada que le dieran masticado. Eso debe crear una especie de fortaleza en torno a las propias convicciones, sean acertadas o no. 

Es extraña la muerte, por más que se imponga como lo más natural del mundo. Un instante acaricias una mejilla tibia, contemplas unos ojos que te miran, escuchas una voz anclada en tu historia, estrechas una mano familiar... y al instante siguiente no queda nada. Un cuerpo que ya no es la persona que conocíamos y amábamos. Es extraña la muerte. 

Quizá, tal vez me equivoque, fui una de las pocas personas que tuvieron contacto con sus luces más que con sus sombras. Unas sombras que todos tenemos, pero que en las personas de carácter, destacan mucho más que las luces. Por eso el vacío que me deja su marcha solo podrá llenarlo el recuerdo de aquellas cosas que compartíamos. 

Sé que nunca lo olvidaré, porque me dejó una huella profunda encaminada a la curiosidad infinita, al pensamiento propio, a una idea elevada de la autoconciencia de la dignidad. Y muchas otras cosas que iré redescubriendo a medida que la memoria las rescate.     

martes, 9 de octubre de 2018

Microrrelato: El enigma Blancanieves




(Microcuento histórico, que leí en el programa Sexto Continente de RNE, hace dos sábados). Puedes escuchar el programa aquí.

El enigma Blancanieves 


El pequeño Alan abandonó el cine fascinado con aquella Blancanieves de Walt Disney. Desde entonces, cada vez que le daba el primer mordisco a su manzana de antes de dormir, pensaba en la bella.

Alan se hizo mayor, fue un genio de las matemáticas, padre de la informática, y gracias a su ingenio para descifrar la máquina Enigma de los nazis, se salvaron más de catorce millones de vidas.

Cuando años más tarde la policía descubrió su cadáver, envenenado con cianuro, sobre la cama, y vieron la manzana mordida en la mesilla, no lo dudaron: Alan Turing se había suicidado. Incluso sus amigos lo tomaron como un último acto poético dedicado al personaje que le había hechizado en su infancia.

A nadie pareció extrañar, ni se consideró seriamente, que en la libreta que estaba junto a la manzana, el científico se hubiera tomado la molestia de escribir una lista con todo lo que tenía que hacer el fin de semana.

Mariaje López  © Tu  escritora personal por Mariaje  López se encuentra bajo una Licencia  Creative Commons Atribución-NoComercial.