Estábamos en el Jardín del Príncipe, junto a una veintena de personas, disfrutando del concierto que cerraba la temporada en la Fuente de Apolo.
La tarde había hecho estanco. Tras lloviznar toda la mañana, el agua dio esquinazo a los paraguas definitivamente. Al otro lado del escenario, frente a nosotros, un señor barbado en la primera fila daba muestras de estar perdiendo su guerra contra el sueño. Tristrases y cabezazos a babor, estribor y alguno que otro de popa, forzando al límite su apariencia de oyente interesado. Fracaso cantado. Sentí una vaga conmiseración: en trances del estilo he naufragado a veces. En minutos el hombre ya roncaba cabalmente.
En esas estábamos, cuando apareció en lontananza un pavo real de los muchos que campan a su albedrío en los jardines de Aranjuez. Atraído por la cadencia de las flautas, y cerciorado de que el grupo carecía de vocalista, se prestó a lance con toda el alma, arrancándose a graznido crudo desde lejos, mientras se acercaba con la prestancia y el gesto de un divo operístico. Ya se sabe que la música emociona hondamente a los cristatus macho.
El señor de barbas, inmerso en el paraíso R.E.M., tuvo un súbito despertar. Puedo dar cuenta pues hice de ello un seguimiento escrupuloso. El Farinelli alcanzó el escenario y las cumbres del estrellato a un tiempo, mientras su voz áspera y trompetera, penetrante, se unía a la de las flautas a decibelio pelado. El público conmovido por la emoción y entusiasmo del emplumado intérprete, aplaudió su aria con agrado. Para entonces los músicos, que habían mantenido el tipo con notable estoicismo, optaron por interrumpir el concierto, ante el estruendo pavoroso —nunca mejor dicho— del vocalista intruso. Por fortuna la cosa no tuvo mayores consecuencias. El pequeño melómano se quedó por las inmediaciones hasta el final del concierto, ya algo más calmado, y cerrado el pico se convirtió en un espectador más.
Guardo memoria de aquella tarde hermosa y de esta tierna y graciosa anécdota, aunque es probable que los Flanders Recorder Quartet no opinen lo mismo.
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Simpática y deliciosamente contada, que no faltaron al evento ni Apolos de piedra, ni encarnizadas luchas entre Morfeo y el decoro, ni un espontáneo y solidario vocalista. No sé si esos Flanders se replantearán ahora ser un “quinteto”.
ResponderEliminarPues eso depende de su sentido del humor y grado de afecto que sientan por el reino animal. Lo que sí apostaría es que no lo han olvidado.
ResponderEliminarGracias Antonio. Gusto en verte por aquí.