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Harem - Estampas africanas del siglo XIX |
Me gustan los cuentos. Me gusta sobre todo que me los cuenten de viva voz y disfruto lo indecible con ello. Para mí una sesión de cuentacuentos, es la mejor terapia cuando mi ánimo fluctúa hacia la baja. Admiro a la gente que sabe contar historias, y si son divertidas, mejor que mejor.
Cuando vivía en Alcalá de Henares, todos los jueves iba con un grupo de amigas a los cuentacuentos que organizaba el colectivo escénico Légolas. Aportaban a mi vida buena dosis de encanto y magia, cosas de las que estaba muy necesitaba por aquellas fechas. Era secretaria en una antigua academia de la calle Mayor, y el último año tuve que soportar un acoso mezquino, ya en los estertores de la que antaño fuera una academia de prestigio, por parte del matrimonio que al irse mi primer jefe, la dirigía.
Cuando vivía en Alcalá de Henares, todos los jueves iba con un grupo de amigas a los cuentacuentos que organizaba el colectivo escénico Légolas. Aportaban a mi vida buena dosis de encanto y magia, cosas de las que estaba muy necesitaba por aquellas fechas. Era secretaria en una antigua academia de la calle Mayor, y el último año tuve que soportar un acoso mezquino, ya en los estertores de la que antaño fuera una academia de prestigio, por parte del matrimonio que al irse mi primer jefe, la dirigía.
Un profesor de ciencias que daba clases a los universitarios me dijo un día:
-Esos dos no hacen el amor. Hacen aquelarres.