Estás en la
Plaza Mayor de Sintra, muy cerca del
Cabo da Roca, extremo más occidental del continente europeo. A tu derecha, con sus dos grandes y enigmáticas chimeneas cónicas, antes pintadas de negro y ahora de blanco, el Palacio Real. A tu derecha la sierra, exhibiendo con ostentación sus fortalezas, el
Palacio da Pena, el
Castillo dos Mouros, las casas y mansiones que salpican sus verdes laderas. Escenarios brumosos propios de leyendas románticas, gestas caballerescas y cuentos de
Andersen. La lluvia se despliega intermitente, y en los frondosos jardines un velo neblinoso se adhiere a las rocas y a las copas de los árboles. El microclima de esta zona satina las piedras, verdea los muros y las calzadas, empapa los bosques, y los surte de abundancia para que ignoren lo que significa tener sed.
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Castillo dos Mouros al fondo |
Llevas anotado en mente el nombre del primer lugar que visitarás en la ciudad. Otros que estuvieron allí antes te lo mencionaron, y tú, que gustas del
lenguaje de los símbolos, sientes una gran curiosidad, es una suerte de atracción que envuelta en esta bruma tiene algo de melancólica. Preguntas y te explican que está a pocos minutos del centro, y hacia allí te encaminas paseando; sin urgencias, pero expectante.
Asciendes la leve pendiente de la calle con los sentidos alerta. Aproximadamente hacia la mitad del trayecto encuentras a una docena de turistas parados frente a la puerta de un viejo hotel, se trata del
Lawrence´s. En un perfecto inglés el guía cuenta que en esta casa se ha alojado varias veces
Lord Byron, gran admirador, como tantos otros artistas, de estos líricos parajes.
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Hotel Lawrence's |
Tres minutos después bordeas el muro de la finca que buscabas. Al principio hay una entrada que hoy no se utiliza: la llamada
Logia de Pisöes. Un poco más adelante está la puerta principal de la
Quinta de Regaleira. Frente a ella, ya hay algunas personas esperando a su apertura, que será a las diez y media. Cuando el reloj marca esa hora la verja se abre y cruzas el umbral. Acabas de convertirte en
peregrino del inframundo. Los gatos serán los primeros en recibirte, no te temen ni te estorban; ellos moran en sus dominios, pero admiten tu llegada con generosa indiferencia.
En 1.983
Antonio Augusto Carvalho Monteiro, un excéntrico y culto archimillonario nacido en el Brasil imperial, de ascendencia portuguesa, compró mediante subasta pública la finca que perteneciera a la baronesa de Regaleira. Era abogado, aunque no ejerció mucho, filántropo, coleccionista, bibliófilo, con grandes inquietudes filosóficas y científicas, amante de la poesía de
Luis de Camöes, de quien recopilaba obras.
Carvalho, “el de los millones” como le llamaban, anexionó las fincas colindantes para crear un maravilloso jardín, donde plasmaría su ecléctica visión del cosmos y de la naturaleza humana. Contrató al polifacético italiano
Luigi Manini, arquitecto, escenógrafo y pintor, que venía de trabajar en la Scala de Milán, y en el Teatro Real de Säo Carlos. Dedicaría al encargo del nuevo cliente 14 años de su vida, tras los cuales regresó a su país natal. Había dejado constancia de su gran talento en un libro de libros esculpidos en piedra -pues eso entre otras cosas es Regaleira-; con incontables referencias históricas, literarias y mitológicas, tanto en los jardines como en el palacio, que tras la remodelación parecía el escenario de un cuento de hadas. Pero los cuentos de hadas también son oscuros.
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Luigi Manini |
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Antonio Augusto Carvalho |
Sintra ha sido fuente de inspiración para muchos literatos, músicos y artistas de todo tipo. Fue centro neurálgico de doctrinas herméticas, rosacrucismo y masonería. Tú mismo adviertes esa misteriosa reverberación que recita secretos en una lengua que no entiendes. El palacio escruta orgulloso el microcosmos que se extiende a sus pies, a lo largo y ancho de las cuatro hectáreas que ocupa la finca. Un territorio que desafía a la imaginación, que la proyecta más allá de sus límites en un juego consentido de la intuición, entre lo real y lo posible. Digo bien:
lo posible.
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Palacio da Regaleira |
Te espera una inmersión en un universo alegórico que conecta lo perecedero con lo incorruptible, la ignorancia con el conocimiento, las tinieblas con la luz. Es en esa miniaturización cósmica donde las tres formas de vida natural -mineral, vegetal y animal- coexisten con lo sobrenatural. Pero es una naturaleza que sólo va por donde quiere a medias, ya que aquí está reconducida por el arquitecto. Y simbólicamente, por el
Gran Arquitecto. Con imágenes tomadas de la
alquimia, de la
masonería, de los
templarios y
rosacruces, y del
cristianismo gnóstico, enfatizando el final de la vida y de los tiempos.
La misma mezcla se da en los estilos arquitectónicos:
románico,
gótico,
renacentista y
neomanuelino, ricamente demostrado en los balcones y ventanas, terrazas y miradores. Recorres con la mirada las agujas, los pináculos, las gárgolas… las cuerdas y nudos que recorren sus paredes por doquier, los ornamentos náuticos y armilares que aluden a la gran gesta marítima portuguesa; y esos elementos fáunicos y vegetales, que cohabitan en la gran representación con figuras antropomórficas inspiradas en la mitología clásica. Desde el mirador de la torreta se domina toda Sintra, y se contempla una panorámica exuberante de la sierra, que incluye en su paleta el vibrante azul del mar.
Accedes al interior subiendo una escalinata y penetras en otro escenario. Más de lo mismo pero aquí lo exquisito raya la perfección. Maravillas de un mundo privado que se funden con la abundancia exterior a través de hermosos ventanales que parecen obra de duendes o de ángeles. Relieves, mosaicos venecianos, preciosa marquetería, pomos espectaculares, puertas forradas de terciopelo y herrajes, techos de maderas nobles con artísticos relieves, carísimo mobiliario de pulcro acabado, espectaculares chimeneas. Y una impresionante biblioteca de dos pisos, aneja al laboratorio alquímico. Ambas estancias en el octógono de la torre. Te dices que la forma no debe ser casual. Leíste en alguna parte que en la
simbología masónica, el ocho representa el equilibrio final. La
escatología otra vez. En uno de esos ocho pináculos exteriores que apuntan al cielo, está representado Luis de Camöes.
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Sala de Caza: ventanal
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Mosaico en el suelo |
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Puerta y ornamentación |
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Sala del Renacimiento |
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Aspecto del comedor en uso
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Sala de Caza: chimenea
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Detalle de la chimenea
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Detalle del mobiliario
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Detalle de un techo |
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Llamador |
Te dispones a abandonar el recinto, pero antes echas un vistazo a los dibujos de Manini, de trazo impecable. En esta parte dedicada a museo hay una foto del célebre reloj de Carvalho, con fama de ser el más complicado del mundo; su
Leroy 01. Por una escalera de caracol regresas a la planta baja, por debajo de la principal, donde una pila de lavadero te indica que estás en las dependencias de servicio; cocinas, lavandería, cuarto de plancha, despensa, dormitorios y comedor.
Y ahora sí: te adentras en el jardín. Enfilas una alameda llamada Paseo de los Dioses. Allí están en perfecta alineación las deidades clásicas: Hermes, Fortuna, Orfeo, Venus, Pan. Aquí reina un orden, una armonía más evidente que en otras partes de este mundo de fábula.
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Hermes con el caduceo |
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Una rana y un caracol a los pies de la farola |
Hay unas mesas de mármol en el centro del paseo que semejan altares. Piensas que es un extraño lugar para ellas. Hacia la mitad te topas con un magnífico león de bronce. Te sobrecoge su grandeza, su majestuosidad, su gesto de vista alzada hacia oriente, y su fiera silueta destaca en el verdor tropical de árboles traídos de Brasil.
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Logia de Pisöes |
A su espalda hay más divinidades, llegan hasta la entrada que primero viste, la Logia de Pisöes. Es de estilo manuelino, y está recubierta de azulejo portugués. A tu derecha está el lago mayor, que aloja una nutrida población de patos. Las aguas verdes penetran en una caverna de ojos múltiples y oscuros, creando una estampa de turbadora belleza.
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Vista del lago mayor desde el Paseo de los Dioses |
Rodeando el lago alcanzas una de esas bocas. Tiene algo de inquietante y no te extraña, pues estás en la
Gruta del Laberinto. Te adentras en ella por un extremo, al principio te ayudas con la claridad del día, pero luego se debilita hasta que la negritud la ahoga. Miras a tu alrededor y te sientes vigilado. Distingues siluetas entre las rocas, formas que evocan a seres del inframundo. Abortas un grito cuando ante ti vislumbras a contraluz a un encapuchado. Parece un monje abstraído en su oración. Rebuscas en tus bolsillos la pequeña linterna… ya te habían advertido que la llevaras. Al amparo del foco minúsculo desenmascaras al fantasma, es tan sólo un bloque de piedra caprichoso. Incluso percibes cierto hedor en el agua… si aquí empieza el
viaje a los infiernos, este olor es incluso explicable. Encuentras bifurcaciones, una conduce a una salida próxima, y como aun no te has repuesto del susto, decides abandonar las aventuras subterráneas por el momento. Ya volverás a intentarlo en otra cueva.
Izda y dcha: Gruta del Laberinto
Hay sendas húmedas entre helechos, magnolios y palmeras, que a menudo invitan a hacer un alto en el camino, para descansar en bancos con escenografía propia, barrocos y sugerentes. Algunos están escoltados por magníficas esculturas de animales. En este dormitan un par de leones, en aquel otro atisban dos perros galgos acompañando a Beatriz, la joven que condujo al cielo al mismísimo
Dante en
La Divina Comedia, y que porta una antorcha. Es el
banco 515, número que en la citada obra equivale a la edad del
Espíritu Santo.
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Banco 515 |
Pronto reclama tu atención una hermosa fuente adornada con delicadas teselas. En tu mapa está señalada como la
Fuente de la Regaleira, pero también la llaman de la abundancia. Tiene un mural alargado con un arco de medio punto en el centro. Ambos extremos rematados por sendos jarrones, cada uno con un carnero en un lado y la cabeza de un sátiro en el opuesto; es decir:
el orden después del caos. Esta fuente no es tan recreativa como parece, en realidad es un tribunal. Quién sabe si se celebraron aquí juicios rituales. Los viejos lugareños así lo declaraban. Si es cierto o no, tal vez nunca lo sabremos.
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Parte central de la Fuente de la Abundancia. Abajo: detalle de un lateral. |
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Sigues adelante. Has llegado a otra fuente; la
Gruta de Leda. La mujer tiene una paloma en la mano, y está siendo mordida por un cisne. De esta forma se representa la unión de lo de arriba con lo de abajo, el cielo con la tierra. En efecto, en los relatos de la mitología griega el libidinoso
Zeus tomó esa forma para poseer a la princesa. Este simbolismo de unidad queda reforzado por la forma hexagonal del recinto.
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Gruta de Leda |
Sobre la gruta se alza un paseo elevado, en cuyo trayecto se sitúa la
Torre de la Regaleira, que simboliza el
eje del mundo. Cerca está la
Estufa Fría o invernadero. Carvalho Monteiro gustaba de experimentar con las plantas. Aquí se cultivaban especies medicinales y otras hierbas como la
belladona, la
adormidera, e incluso el venenoso
estramonio. Descubres en la fachada un medallón de escayola en el que aparece la cabeza de Carvalho dotada de unos cuernos de carnero. Te sonríe maliciosamente, y jurarías que ha cerrado un ojo. Un tanto inquieto, te apresuras a alejarte de allí.
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Torre de la Regaleira |
Todavía te preguntas si algún resto antiguo de alucinógeno flotaba en el aire, afectando así tus sentidos, cuando llegas a la preciosa
Capilla de La Santísima Trinidad, toda ella blanca, esplendorosa y profusamente ornamentada. Dentro encuentras pinturas, mosaicos y vidrieras con iconografía crística y mariana, de la
Orden de la Cruz de Cristo, heredera del
Temple.
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Capilla de La Santísima Trinidad |
Esta capilla posee un coro pequeño, y una cripta desde donde nace un túnel que la une con el palacio. Cuando te dispones a dejar el templo, miras el techo y algo te sorprende: es el ojo que todo lo ve, el ojo del Gran Arquitecto que te ha estado observando desde el centro de su triángulo sostenido por una cruz templaria. Quizá sea por el realismo que le da el relieve, pero lo cierto es que te incomoda un poco.
Al salir, ves a la izquierda un pequeño estanque de cascada, lleno de musgos y líquenes. Cerca del agua, entre las rocas, descubres a una
libélula calentándose. Sus alas brillan con reflejos plateados, y todo el conjunto se te antoja una bella fantasía.
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En el centro de la foto, una libélula | | | |
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Te sientas en un opulento banco de aspecto muy teatral y despliegas el plano que te facilitaron con el tique. Tu mirada se centra en la fotografía resaltada de una
torre invertida: es el
Pozo Iniciático. Acabas de decidir cuál será tu próxima estación.
En el camino te encuentras con el
Portal de los Guardianes. Está en una placita frente a la gran cisterna que nutre los estanques y fuentes. La construcción consta de un segmento curvo amurallado, con torreones laterales y mirador en el centro de la parte alta. Justo debajo están los dos
tritones que vigilan la entrada al inframundo.
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Portal de los Guadianes |
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Los Guardianes |
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Plaza del Portal de los Guardianes |
Te acercas expectante. Observándolos de cerca, se te ocurre que ya sabes de dónde sacaron los que rodaron
La Historia Interminable el modelo para
Fújur. Detrás de ellos está una de las grutas que conducen al Pozo iniciático… o a cualquier otra parte. Suspiras aliviado al ver que aquí hay una serpentina de pequeñas luces amarillas. Eso hace que el recorrido no sea tan siniestro. Hay bifurcaciones, pero esta vez no te apartas del camino principal.
Aparece ante ti un arco y para tu sorpresa, compruebas que has llegado a tu meta. Pero no estás al principio ni al final, sino justo en la mitad de la torre invertida. Tres personas están en el fondo, y otras dos acaban de empezar el descenso. Tú mismo tendrás decidir si bajarás o subirás. Eliges esto último, pensando que no deja de ser curioso que hayas aparecido a medio camino, porque es justo ahí donde sientes que estás en tu desarrollo, a todos los niveles.
Asciendes peldaño a peldaño. Desde arriba contemplas el agujero; es por igual inquietante y hermoso: veintisiete metros de profundidad, nueve niveles de arcos apoyados en columnas vestidas con jirones de musgo. Nueve niveles, como los nueve
círculos del infierno dantino, como las nueve secciones de su purgatorio, como sus
nueve cielos. Una espiral vertical en dos direcciones, un recorrido iniciático del día a la oscuridad del alma, y de las tinieblas a la luz. Descender a lo profundo para desenmascarar al verdadero enemigo que llevas dentro, para decir adiós a lo viejo. Ascender para abrazar lo nuevo, purificado por el conocimiento del propio misterio.
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Pozo Iniciático |
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Arriba hay una losa que gira sobre un gozne, parte de la construcción megalítica que la convierte en puerta secreta de entrada o salida. Pero todavía no la cruzas, porque vas a bajar al fondo de este pozo. En silencio, con reverencia, comienzas el descenso. El suelo está mojado. Llevas cuidado para no resbalar. De cuando en cuando te asomas a los arcos y ves cada vez más cerca la estrella de ocho puntas. Es a la vez rosa de los vientos y cruz templaria. Luce las iniciales C y M de los apellidos familiares.
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Entrada secreta al Pozo Iniciático |
Y sigues bajando en círculo, siempre en círculo. Ya estás en lo más profundo, en el centro del hoyo. Levantas la cabeza y allí está la luz. Arriba no eras tan consciente de su belleza, porque te envolvía. Desde aquí la miras y sientes algo muy parecido a la nostalgia. Es hermoso ese místico resplandor, ese mandala de luz. Te reclama, pero sabes que aún no es tiempo de acudir. Antes hay cosas que aprender en el
laberinto. Una punta de la estrella señala el arco que se abre a un túnel, y por ahí abandonas la torre invertida, ya sin dudar que fue utilizada en rituales masónicos de iniciación. Un escenario privilegiado, que ayudaría sobremanera a interiorizar todas las fases del proceso.
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Pozo Iniciático: interior |
Tu figura se difumina suavemente en la penumbra. Llegas a otro pozo, contrahecho, replegado, inhóspito. Por su tosquedad adivinas que éste es el llamado
Pozo Imperfecto. Es al que llegan los que han errado el camino. También aquí hay aprendizaje, y mucho, aunque no es placentero. No deseas demorarte aquí, lo justo para captar la enseñanza. ¿A qué más? Es un lugar afecto a los miedos, nicho propiciatorio de aberraciones y fantasmas. Escapas a tientas, y con alivio vuelves a ver la cadena de luz. Pronto escuchas el rumor del agua.
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Cascada de la Saudade: una salida del laberinto. |
Sales a un estanque, junto a una cascada. Estás en el
Lago de la Saudade. Hay un camino de baldosas de piedra para que camines sobre el agua, como el hombre que confía, y llegues sano y salvo a tierra firme. Cruzas, ya a cielo abierto.
El sol ha rasgado la niebla y te acoge en un
abrazo repentino que te infunde ánimos y te sacia de energía.
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Cascada de la Saudade y puentecillo, desde arriba |
Ahora sí que te apetece un largo paseo por los jardines... todavía quedan muchos rincones, y subir a la
Torre del Zigurat, en la
Terraza Celeste; ir a la
Gruta de la Virgen, en el norte; y recorrer las numerosas cuestas y escalinatas alfombradas de verde, en un jardín que se torna cada vez más salvaje y anárquico hasta lindar con los muros de la quinta.
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Torre del Zigurat |
Mientras paseas rememoras las leyendas que este lugar mágico ha suscitado en la imaginación de las gentes. Lo contrario había sido extraño, porque aquí lo real y lo soñado se entrelazan y confunden.
De alguna forma, o de muchas, Luigi Manini logró reflejar la visión y los ideales de Carvalho Monteiro, y materializar su afán por
trascender al tiempo. Tal vez por ello le encargó además construir su tumba en el
Cementerio de los Placeres. Y quizá también por eso, la
llave de la tumba era la misma que abría la puerta del
Palacio de Regaleira. ¿Pensaba el dueño visitar la casa por las noches?
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Rostro de Carvalho en el Invernadero, con cuernos de carnero |
Maje, estuve ahí hace cinco años, pero tras leer tu post creí que no. Me haces sentir como un turista japonés, esos que tienen un ojo libre y otro pegado a una cámara, sin más, Eres una catedrática, un microscopio de la belleza y la sensibilidad, tu no recuerdas las cosas: las resucitas. Nos conviertes (a mi) en turistas de medio pelo y de menús baratos, nos degradas ;-)
ResponderEliminarTucho, ¡qué salao! ja ja. Es bonita tu exageración. Me la quedo por graciosa y ocurrente, pero no por verdadera, ya quisiera yo poder ver lo que sucede a mi alrededor como lo haces tú, admirado cronista del que me sirvo para paliar mi distancia de la prensa. Muchas gracias por leerme y regalarme lo más precioso: tu tiempo.
EliminarNunca defraudas. Ni al curioso historiador, ni poeta soñador, ni al mistico alquimista. Eres un impresionante pozo iniciatico.
ResponderEliminarGracias poeta. Lo mismo me sucede con tus versos, que tanto se hacen esperar, aunque la espera vale la pena.
EliminarGracias por este maravilloso paseo, por tus explicaciones que ninguna guía igualaría, por tus fotos de ensueño y por transportarme a un mundo mágico. Si vuelvo a Sintra, llevaré este post para no perderme ni uno de los preciosos detalles que nos enseñas. Ha sido un recorrido absolutamente delicioso.
ResponderEliminarCuánto me gusta lo que dices, sobre el recorrrido y sobre mi forma de mostrarlo. Sin duda la visita merece la pena y te encantará. Muchas gracias por comentar, siempre me gusta verte por esta mi casa.
Eliminar¡Qué alarde! Un placer pasear por la Quinta de Mariaje, espacio sin llaves y de puertas abiertas
ResponderEliminarA la Quinta de Mariaje, siempre eres bienvenido. La de Regaleira visítala cuando puedas, no te arrepentirás. En uno de tus viajes quizá... Un abrazo y gracias por tu comentario.
EliminarSer gnostico y hallarte esta joya de historia fascinante ..todo en perfecta armonia complementado uno al otro en una arquitectura impresionante por su razon de ser..gracias por compartir.
ResponderEliminarGracias a ti por comentar. ¿Has estado allí? Es una experiencia inolvidable. Un saludo.
EliminarMuchas gracias. Estoy de acuerdo con los comentarios anteriores. Y por muchas fotos que he visto de la quinta NADIE HIZO UNA FOTOGRAFIA DESDE EL FONDO DEL POZO...lastima que no nos hables del otro. Gracias a Vd. He viajado a la magia,más allá de unos comentarios. Saludos
ResponderEliminarEstimada Ana: muchas gracias por tu comentario. Me alegra que hayas rememorado el viaje. En cuanto a la foto desde abajo del pozo, hay una en este artículo, así como también hablo del otro. Sin duda se te ha pasado por alto entre foto y foto: "Tu figura se difumina suavemente en la penumbra. Llegas a otro pozo, contrahecho, replegado, inhóspito. Por su tosquedad adivinas que éste es el llamado Pozo Imperfecto. Es al que llegan los que han errado el camino. También aquí hay aprendizaje, y mucho, aunque no es placentero". Un abrazo.
EliminarHe estado dos veces en Sintra. Una, hace años, con una lluvia fina y desmoralizante. Otra, ahora, cuando acabo de leer este precioso texto tuyo que ha rescatado hoy Carmen Arche. Me ha gustado mucho más la segunda vez que la primera, porque si sólo ves, pero no entiendes, vives como si te quedaras en la puerta de la vida; pero si ves y entiendes, incluso si entiendes, aunque no veas, te encuentras paseando por el camino que te lleva al gozo de la vida. Tan es así que me ha abierto el apetito y ya deseo ir a Sintra por tercera vez, a revivir lo que ha renacido contigo. Muchas gracias, mi querida Mariaje. Y leyendo tu texto me vino a la mente Beatricia.
ResponderEliminarQuerido Manuel: me alegra que te hayas vuelto a pasear de mi mano por Sintra, y por su Quinta de Regaleira. También hubo fina lluvia, y sol a ratos, cuando nosotros estuvimos. Hay quien dice de Sintra como de Santiago de Compostela; que si no está mojado no luce igual. Sea como fuere me dejó buen recuerdo este pequeño laberinto iniciático. Un abrazo grande, amigo.
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