miércoles, 23 de septiembre de 2015

Privilegios ínfimos





Cuando tomo esta imagen es el penúltimo día del verano. Las ramas del gran cedro que preside el jardín se mecen perennes y nostálgicas despidiendo el estío, y el encumbrado tronco se asoma muy por encima de los tejados prestos a recibir el otoño. Los gorriones acuden alegres a los comederos dispuestos desde la primavera. Suena música para escribir; lenta flauta y bronca guitarra; voz de mujer, cantos de arena que se deslizan entre las cuerdas y se pierden en el viento rojo de algún desierto dormido. 

Los gatos sestean en el columpio, y uno de ellos, el rubio, al atisbar la parafernalia conocida –yo cargada con el portátil y otros útiles de escritura- se acerca hasta mí de un salto y media docena de pasos elegantes. Maúlla, observa, me ofrece el lomo pajizo demandando caricias, quizá algún rato de juego. Es una liturgia aprendida, pactada, en la que ambos sabemos lo que hay que hacer. 


Este gato viejo que no tiene nombre, que se ha quedado con el apodo a secas, el rubio, tiene una mirada inquisitoria, y un maullido que deja claras las cosas. Mirándole, comprendo que es un privilegio acariciar su pequeño cuerpo, y que a él le consta y me presta esa maravillosa obra de ingeniería peluda, funámbula de barandillas y titiritera inmune de saltos de vértigo. Algún día, si su calendario y el mío siguen cursos previsibles, echaré de menos su tacto, su mirada, su perfil esbelto de orejas puntiagudas contra el cristal. O quizá algún día, por qué no, sea él quien espere inútilmente mi presencia, para reclamar las caricias atrasadas, y escuchar esa voz reconocible que de repente habrá dejado de oír. Sospecho que a los gatos no hace falta explicarles nada llegado el caso, que su sexto sentido les avisa de que hay que pasar página. 

Mientras tanto, aquí seguimos el rubio y yo. El otro gato blanquinegro bosteza en el columpio, nos mira y se despereza con la parsimonia metódica de un asceta hindú.  Yo vuelvo a mi teclado y el rubio a sus menesteres felinos. Ambos únicos, ambos heridos, ambos perdidos y encontrados, vulnerables e indestructibles a ratos, ambos vivos. Momentos, privilegios ínfimos que casi nunca advertimos, ni agradecemos, y que sólo suceden una vez en el tiempo. 






Mariaje López.



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2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias Arancha. Un poquito siempre viene bien en este mundo convulso. Muchos besos.

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