Noches lentas, de música errante en los oídos,
noches de duermevela.
Mundos que se deslizan tibios
entre las brumas.
Extramuros, donde el presente habita,
brilla la claridad del día, jubilosa.
Y me mira.
Detrás del cristal, al otro lado de la noche.
"Ya no precisas seguir mi rastro: aquí me tienes.".
Afirma desde su reluciente prado;
y acaricia la imagen que le devuelve
mi oscuridad insomne.
"Me tienes a mí -repite-, que ostento tus mismos rasgos
y corro con tu misma suerte.".
Sé que dice la verdad
y me arrincono en su pecho
como un ave golpeada y rota.
Tengo frío.
Su caricia me trae el perfume
de dulces horas ya olvidadas,
barre las viejas flores y esparce otras jóvenes,
abre caminos entre los barrizales,
me ofrece abrigo y reposo
en cálidas estancias donde crepita el fuego,
donde mis pies fatigados encuentran alas,
y mi corazón náufrago inmensidades.
Mariaje López.
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