Y llegó el día. Nos fuimos a Alcalá de Henares con la tropa y sedujimos a Alonso Quijano, a su escudero y al mismísimo Diógenes, para unirse a nosotros. Íbamos a Beatricia, y hasta sería propio decir que a la patria de Beatricia fuimos.
Me llega el turno de hablar. Extiendo el discurso unos minutos más sin proponérmelo, quizá por sentirme en casa. En medio se me quiebra la voz, al recordar mi marcha; un aplauso cordial y continúo. Enseguida vuelven las risas, los aplausos para los artistas: el caballero del sombrero pilgrim metido en Yeyo nos ha cantado Life on Mars, y Cristina ha hecho las veces de Mariaje como si la conociera de toda la vida. A Mariaje, tan subida de emoción, se le olvida que hay que leer dos párrafos de Beatricia.
Madrid había sido la primera plaza, con todo lo que eso conlleva de importancia. Pero la del corazón estaba en Alcalá, la heredera de la vieja Cómpluto. Quiso salir el sol y aplacarse el frío, cosa de agradecer en pleno noviembre.
Allí estábamos Yeyo, Cristina, Paco y yo, en la Librería Diógenes —ampliada con otro local igual de grande que el primero hasta la acera de enfrente—, enchufando cables y contando sillas, cuando llegó José César Álvarez, un rato antes que Miguel Ángel de Rus. Ambos presentarían el libro, para cederme luego la palabra.
Pronto se llenó la sala de pared naranja... naranja... casualidad. Muchas personas queridas. Caras y almas familiares casi todas, algunas nuevas. Voces y abrazos que me traían noticia de otras voces y otros abrazos que en la distancia o en el impedimento se nos unían. Vi sus sonrisas y sus rostros a través de los allí presentes, me llegó su abrazo. Los que llenaban la sala habían traído consigo el aliento de otros muchos que no pudieron venir. Allí estaban.
Y yo sin poderme creer lo que de Beatricia decía César. "Abundan en esta novela textos de auténtica antología", y yo mirándole con los ojos muy abiertos, para convencerme de que no soñaba, de que aquello lo estaba diciendo un hombre eminente y un grandísimo escritor. Todavía no estoy segura de no haberlo soñado.
Me llega el turno de hablar. Extiendo el discurso unos minutos más sin proponérmelo, quizá por sentirme en casa. En medio se me quiebra la voz, al recordar mi marcha; un aplauso cordial y continúo. Enseguida vuelven las risas, los aplausos para los artistas: el caballero del sombrero pilgrim metido en Yeyo nos ha cantado Life on Mars, y Cristina ha hecho las veces de Mariaje como si la conociera de toda la vida. A Mariaje, tan subida de emoción, se le olvida que hay que leer dos párrafos de Beatricia.
¡Cuánto lo lamenté! No por mí, sino por lo que hice perderse a los allí reunidos, ya que iban a ser leídos por Yeyo, y más que leídos, interpretados. Como obsequio de consolación, aquí dejo el vídeo de la lectura en Madrid.
Llegamos al final. Abrazos a todos, y besos a la pequeña Alicia, que con menos de tres añitos se ha tragado el acto entero con la misma atención que una persona mayor, asomando la cabecita entre las dos personas que tenía delante para no perderse nada. Impresionante.
Después, nos fuimos los amigos que por allí quedamos con Miguel Ángel de Rus, Vera Kújareva, Sergio Rodríguez, Yeyo y Cristina, a tomarnos un chocolate al Café Libreros, donde nos atendió mi gran amigo Gerardo, que nos invitó a todos. "Sabía que ibas a venir", me dijo. Es encantador.
Como encantador fue poder enseñar a mis amigos actores el teatro más viejo del mundo, el Corral de Zapateros, en un lado de la Plaza de Cervantes.
Y es que yo me marché de Alcalá, pero Alcalá nunca se marchó de mí.
Mariaje López.
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