lunes, 15 de febrero de 2021

-21- Serie de relatos "Obras de la pintura". EL TALENTO DE LISSETTE (Parte I)

 

Lissette en la mesa de maquillaje - de Leo Gestel 

Parte I


    Aquel era el mejor empleo que Lissette había tenido jamás. El salario no le alcanzaba para grandes lujos, pero al estar incluidos el alojamiento y la manutención, su cartilla de ahorros era engrosada cada mes con una apreciable cantidad de francos. Ser la asistente personal de una de las vedettes más famosas de París tenía sus inconvenientes, pero también sus ventajas. Había sabido ganarse la confianza de su jefa, y la complicidad femenina establecida entre ellas fulminó hasta cierto punto las barreras contractuales. Además le resultaba menos ingrato atender las órdenes de una sola persona que las de toda una familia, surtida de miembros igualmente caprichosos, por lo general. Así que cuando mademoiselle Bourgeois —conocida en el mundo de las variedades por el nombre de Mistinguett—, le ofreció el trabajo, no se lo pensó dos veces. 
    
    Cierto que Lissette poseía un arte secreto, un talento oculto, que le habría permitido ganarse la vida sobradamente, más creía que al considerarlo como una fuente de ingresos lo habría prostituido de algún modo, y lo tenía por algo tan precioso, que prefería disfrutarlo en su intimidad, y compartirlo únicamente con quien lo mereciese. Aquel don era algo a lo que aferrarse cuando todo lo demás fallaba, cuando alguien la hacía dudar de sí misma y el mundo entero parecía ignorarla; situación harto frecuente para una mujer que aparecía siempre bajo la sombra de la rutilante señorita  Mistinguett. 

    Tras cinco años de servicio, descifraba a la vedette como si se hubieran criado juntas, lo cual simplificaba bastante las cosas ya que a decir verdad, la vida que llevaban era bastante rocambolesca. El más agotador de sus encargos era mantener alejados a los moscones; admiradores inasequibles al desaliento que acosaban a la artista en sus idas y venidas, y que prefería mantener a cierta distancia. Salvo cuando era la misma artista quien con refinada ironía les decía: “Venid”, y los pobres acudían "atraídos como corderillos", palabras con las que solía presumir de su irresistible magnetismo.

    Una noche de tantas, a la salida de la función diaria en el Folies Bergère, la vedette, rodeada de anhelantes galanes y acompañada como de costumbre por su apreciada asistente, pugnaba por llegar al Hispano-Suiza de lujo que la esperaba aparcado junto a la acera. Lissette se percató de que uno de ellos no se afanaba en acorralar a la diva, sino que fijaba en ella sus grandes y hermosos ojos azules. Le pareció tan gratamente inusual que le devolvió la sonrisa con una ligera inclinación de cabeza.

    Aquella escena se repitió en los días sucesivos hasta que por fin, una noche, mientras mademoiselle Bourgeois, que en aquella ocasión se sentía generosa, se detenía para firmar autógrafos, el joven de los bellos ojos se acercó a Lissette identificándose con el nombre de Adrien Leduc, al tiempo que le entregaba su tarjeta de presentación, y de forma atropellaba le declaraba su admiración y la invitaba a cenar.

    —No tiene que responderme ahora, pero se lo ruego, si no está comprometida acepte la invitación. Soy un hombre respetuoso, no tiene nada que temer de mí. Deme una oportunidad.

    Ella tomó la cartulina sin decir nada. Esbozó una sonrisa y asintió.

    A la mañana siguiente, tras haber comentado el suceso con Mistinguett, quien lo escuchó divertida y la animó a hacerle el juego, Lissette llamó al número de teléfono que figuraba en la tarjeta, y concertó una cita con un eufórico y agradecido Adrien. Intuía que aquel hombre era diferente, que tenía algo de lo que carecían los otros. Se había fijado en ella, tan discreta y al lado de su jefa, hasta invisible. Quizá él tuvo la habilidad de intuir su secreta belleza solo con prestarle un poco de atención. Y si era así, tal vez se había encontrado con el hombre de su vida.

    Tenía permiso de mademoiselle Bourgeois, cómplice de sus intuiciones, para utilizar su tocador y todo cuanto allí se contenía. Solo hacía uso de tal prerrogativa en contadas ocasiones, ya que no solía maquillarse demasiado. Pero aquella noche quería brillar. La calidad de los afeites que utilizaba su jefa era muy superior a la de cualquier producto de cosmética que ella pudiera permitirse, y el resultado que proporcionaban estaba en consonancia con su precio. Cuando terminó de maquillarse eligió uno de los numerosos frascos de perfume y se puso unas gotas en el cuello y en las muñecas. Aspiró la fragancia con gesto soñador y antes de apagar las luces se miró por última vez. Sonrió satisfecha de lo que veía, y pensó que a Adrien le complacería también. 

(Continuará)

Mariaje López.


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Pintura: El traje de bodas, de Fred Elwell

           

 

4 comentarios:

  1. Hola López, vaya cuento de hadas nos ha largao, menuda pervertida la niña esa la Lissette, que nos hace la boca agua con su insinuante proceder de esperar su cita sin nada puesto, por lo menos podría haber puesto la radio. En fin López un cuento bonito y con su suspense a lo Hitchock, y al final le da al aspirante con la puerta para dejarle los dientes largos.
    Gracias a vuestra merced por el regalo

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    1. Le había respondido, pero me he dado cuenta de que no ha leído la segunda parte y no he querido adelantarme. Gracias por la visita. 😃

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  2. Hola López, yerra vuestra merced, leí las dos partes y realmente me ha gustado su fabula. Y reconozco que me ha sorprendido el final. Sus falanges han buscado un agudo desenlace después de plantear un nudo bien trazado. Quede con Dios

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    1. Erré. Pero lo doy por bueno tras leer su comentario Esfinge. Gracias por dejarlo. Quede usted también en buena compañía. Un saludo de final de invierno.

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