Muchas veces he sido rehén del sufrimiento. Hasta que el dolor me rescata. Entonces dejo de huir y le miro a los ojos. Veo que no es el enemigo que creo. Entiendo que es un maestro. Que quien me tortura, cuando lo hace, no es él. Quien me tortura es ese ciego sufrir traicionero al que poco a poco aprendo a dejar atrás. Ya sé que nunca muestra sus cartas y que se cubre el rostro para la faena.
Voy en pos de la serenidad en un anhelo constante. Yo sí doy la cara. Alcanzo la paz a veces, en gloriosos momentos sin cánticos de victoria. Allí donde el tiempo, ese misterio, se disuelve. Allí donde cesa el griterío y el susurro del viento alivia mis oídos.
Y en la quietud de las antiguas nanas renace el asombro por la sencillez que rige cada instante, donde lo invisible emerge y otorga sentido a la sinrazón.
Mariaje López
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