Toda convivencia discurre en la fricción inevitable de dos mentes (o más). Ignorar esto o infravalorar su calado conduce al fracaso más pronto que tarde. Es en el equilibrio de cesiones y líneas rojas donde cabe la esperanza de que florezca una relación estable y razonablemente satisfactoria.
Condición necesaria es cierta flexibilidad para encajar los esquemas mentales del otro en el día a día, tolerarlos sí, ya que no nos engañemos: asumirlos como los correctos no siempre está al alcance de cualquier mortal.
A pesar de los avances en psicología, accesibles a todos gracias a internet, aun son muchas personas las que piensan en serio que podrán cambiar a su pareja para que sea una prolongación de ellas mismas. No cabe mayor desdicha: la frustración será constante y el batacazo está garantizado.
Siempre habrá que renunciar a algo en pro de la convivencia. La cuestión está en que el balance entre lo que se obtiene y lo que se pierde resulte favorable. A veces no es tan fácil la medida, pero más vale prestarle atención o si no, elegir entre la infelicidad permanente o la compañía esporádica de algún que otro amigo o amiga, porque la mente solo se sentirá a sus anchas en su mismidad.
El dilema eterno es que la mente humana está diseñada para vivir en conexión, pero le faltan algunas piezas para poder conectar de forma íntegra con otras mentes.
Menudo cacao.
Eso nos hace únicos, por supuesto, pero también a menudo, infelices. Solo queda buscar la mayor plenitud factible en lo que somos y hacer el mejor uso de lo que tenemos.
Suerte.
Mariaje López
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