Escuchas al amigo artista. Lo contemplas... Serio, concentrado en la partitura que él mismo ha compuesto. Sigues el movimiento de sus manos, la ceremoniosa pausa al terminar una pieza, cuando la música alcanza estancias luminosas de tu alma.
Allí, te empapas de la belleza de la otra alma, la de tu amigo, y comprendes que su talento te ayuda a vivir en la belleza, y por tanto, a vivir mejor, a vivir más.