Alicia tiene el pelo oscuro, largo, bellamente rizado. Ya sabe lo que es cruzar la cuarentena, y que los hijos pasen de largo por la altura de tu nariz para seguir creciendo, que para eso tienen un padre grande; el más alto de los Cámara y el que mejor sonríe. La llamo cuñada, menospreciando el purismo de los convenios firmados, y la aprecio por su corazón y nobleza, la admiro por su talento, y la respeto por su sensatez.
Hace muchos años (a ella le deben parecer toda una vida), que trabaja como educadora en la Fundación Magdalena. Allí viven o pasan el día 44 mujeres con discapacidad intelectual, y allí se desviven las gentes como Alicia para que ellas se integren y aumenten su calidad existencial. Para mi cuñada estas mujeres son su segunda familia.
Recuerdo cómo me impresionó escucharla hablar de su trabajo por primera vez. Quiere a "sus chicas" y con ellas aprende cosas cada día. No le producen lástima, las ve como son, personas diferentes. Sí le indigna, y mucho, la piedad de escaparate. De la compasión con mayúscula todos somos objeto, pero éste es un bien escaso.
A muchas las ha visto evolucionar, hacerse mayores, progresar. Alguna se le perdió por el camino, que la muerte no echa cuentas de los que se lleva. Cuando me cuenta las historias de su labor cotidiana, brilla en su mirada la infrecuente chispa de la pasión. Le gusta lo que hace, aunque no es algo que a cualquiera le guste hacer. A menudo tiene que capear furias intempestivas, esquivar dos tortas, recomponer la patilla de la gafa que salió volando. Los reflejos fallan en algún momento. Pero compensan los abrazos, los besos, las risas, las miradas que ya se han vuelto cómplices, las gratas ocasiones en que el éxito se aviene a compensar los esfuerzos. Sabe que ellas, a su manera, en sus formas variopintas, también la quieren.
Alicia es fuerte, sabe imponerse cuando hace falta; y aplaca esa fortaleza con una cercanía resuelta y acogedora, que siempre te hace sentirte como en casa. En su trato abunda la sencillez y escasea el protocolo. Parece que la estoy oyendo: "Tonterías las justas".
Después de un rato en su compañía, invariablemente me vuelvo a casa convencida de que cualquier país que aspire al título de maravilloso, necesita más de una Alicia.
Mariaje López.
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Personas así son realmente imprescindibles.
ResponderEliminarBesos ;-)
Ciertamente. Gracias Jorge, y un abrazo.
EliminarNo solamente se necesitan Alicias como las que describes, también hacen falta escritoras que, como tú, tengan la habilidad de plasmar en nuestra retina un lienzo que recoge todos los matices de tan importante y dura labor, desde el conocimiento. Si tuviera mil cabezas me quitaría mil sombreros, o me lo quito mil veces desde la misma, algunas en tu honor.
ResponderEliminarQué bien me tratas Antonio. Tantas gracias como sombreros gastarías de tener mil cabezas, que a veces pienso que las tienes, de lo que cabe en la que llevas a la vista.
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