A mi gato siamés le puse el nombre del protagonista de La Historia Interminable: Bastian Baltasar Bux. A veces me tomaba el trabajo de pronunciar el nombre completo, pero lo normal era llamarle Bastian a secas -situando la tónica en la primera sílaba-. En todo el tiempo que vivió con nosotras sólo nos dio un disgusto: morirse.
Doce años antes lo había salvado Verónica de una muerte brutal. Era el último de una camada que un grupo de jóvenes -personas que no merecían ese nombre-, había reventado contra la pared. Tuvo que darles las quinientas pesetas que llevaba para que lo dejaran con vida. Era tan pequeño que se perdía en un bolsillo, y miraba el mundo desde sus ojos azules; un azul de mañana limpia que se le fue haciendo lago con los años.
A los tres meses le llegó un compañero; otro macho como él, blanquinegro, igual que el Félix de las latas de comida. Estaba claro que llevaría el nombre del coprotagonista de la novela. Fueron amigos entrañables, y más que eso, hermanos. Atreyu era empalagoso de puro mimo, te rodeaba el cuello con un abrazo de oso, era enorme el gato, travieso como él solo. Bastian lo sobrellevaba con paciencia, a veces parecía su madre.
En casa siempre hemos tenido gatos. A la ternura y respeto que me inspiran los animales en general, en el caso de los felinos se añade la fascinación. Los domésticos, me parecen, entre otras muchas cosas, una forma asequible de incrementar la dosis de belleza cotidiana. Me consta que quienes los han tratado poco, ignoran el amor que se puede llegar a recibir de ellos. Tienen mala fama, como cualquiera que pretenda mantener su independencia en un mundo que reclama vasallaje. Pero esa es una fama injusta. He convivido con bastantes gatos desde mi infancia. Cada uno con su personalidad bien definida, todos fueron maravillosos. Pero nunca, jamás, he tenido un gato como Bastian.
Es verdad que compartía con los de su raza muchas cosas, como lo de la parlanchinería. Cualquiera que tenga en su casa un siamés podrá atestiguar que es cierto lo que digo: son unos habladores incansables. Con ellos pueden mantenerse auténticas conversaciones. Sobre todo si te conocen bien. A Bastian a veces le contaba pequeñas historias gatunas, y me miraba con sus ojos de lago sin parpadear y el cuello muy estirado. Cuando acababa, eso era lo mejor, me respondía. Siempre después del colorín colorado. Era un campeón abriendo puertas, y a diferencia del granujilla de Atreyu, muy educado. Podrían haberse llamado perfectamente Sancho Panza el uno, y Alonso Quijano el Bueno, el otro.
Un día al volver yo de la compra, de puro contento se dio una voltereta. No una de esas de medio lado que se dan los gatos cuando les rascas detrás de las orejas; fue una voltereta completa, de circo, con preparación. Se puso a cuatro patas, colocó cuidadosamente la cabeza entre las dos delanteras, y... ¡alehop! como las que hacía yo de pequeña. Mi regocijo no se le pasó por alto. A partir de entonces aquel fue su recibimiento habitual. Sin embargo lo más increíble no era eso; era que también lo hacía a petición. Le decías:
- Bastian, ¿te das una voltereta?
Y allá que te iba; se colocaba, metía la cabeza entre las patas, y campanada circense. Me reprocho la torpeza de no haberlo filmado; ni se me ocurrió. Aunque supongo que verlo ahora me partiría el alma en dos.
Era un animal muy sentido. Yo siempre le decía cosas al entrar en casa. Me esperaba sentado frente a la puerta de la calle. Nunca he sabido cómo son capaces de distinguir los pasos de sus amos de los de los demás. Un día llegué agobiada por alguna preocupación, y pasé por su lado sin dirigirle la palabra. Se quedó plantado en el sitio, inmóvil como una esfinge, muy tieso, mirando a la puerta y sin querer sin volverse hacia mí. Su decepción era más que evidente. Cuando reparé en él, empecé a llamarle, a decirle palabras de consuelo: "Bastian, bonito, que no me he dado cuenta". Pero él ofendidísimo, allí quieto,cara a la puerta, sentado muy digno, escuchando sin mirar. Me costó más de cuatro arrumacos hacerle olvidar el disgusto.
Me encantaba su olor. Porque Bastian olía muy bien. Como sucede con las personas, cada gato tiene su propia nota. El día que murió, uno de los más tristes de mi vida, Verónica estaba en Barcelona. Por teléfono me confesó que, de forma súbita y durante unos pocos segundos, había rememorado el olor de Bastian. También yo reproduje esa percepción fidedignamente: era agradable, cálida, reconfortante. Todavía puedo revivirlo, y siempre me hace sentir bien, como cuando me llega algún otro matiz oloroso que me transporta a momentos felices del pasado.
Es portentoso que un ser tan pequeño pueda dejar tanta huella. A veces me extasiaba mirándole a los ojos, y al cabo de un rato tenía la sensación de estar delante de alguien que había alcanzado una comprensión extraordinaria de los humanos que le rodeaban. Estoy convencida de que él sabía mucho más de mi que la mayor parte de las personas con las que he convivido.
Bastian Baltasar Bux fue un animal exquisito. Nos entregó cantidades ingentes de amor, de ternura, de alegría, de momentos irrepetibles e inolvidables. Todavía hoy, cuando lo traigo al presente, una inmensa ola de gratitud recorre mi ser, trayéndome nobleza, dignidad, inteligencia y lealtad. Lealtad... parece una condición ajena a los gatos. Nada más lejos. La suya es una lealtad que no se confunde con la servidumbre. Por eso los admiro.
Bastian pasó por mi vida como un bálsamo, como una burbuja de energía vibrante que aún ahora me alimenta, al recordar su humilde y conmovedor ejemplo. Es un movimiento de amor hacia lo que me rodea, un impulso reconciliador que sosiega mi espíritu.
Mariaje López.
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¡Precioso Mariaje!. Tuve la suerte de conocerlos, e incluso de ver como "Atreyu Panza" se alimentaba a base de unos exquisitos cordones de los zapatos de Sonia. Es maravilloso el recuerdo que nos dejan algunos seres que en teroria no tienen razocinio, mientras nos hacen razonar más que muchos profesores de filosofía y grandes maestros del autoconocimiento.
ResponderEliminarBueno, por este comentario no puedes ser otro que Carlos. ¡Qué trastada aquella! Por cierto, hace poco me encontré con una foto tuya con la cisne Bibip. ¡Qué ternura de historia también!
ResponderEliminarEmotivo recuerdo. He convivido con gatos muchos años y veo la decepción de Bastian tal cual, ¡que gracia! El gato es un representante felino en casa, un lujo, lo que daría yo por amoldar mi cuerpo en cualquier lugar y entregarme al descanso. Cuando te lamen es para que pases desapercibido ante un depredador, te consideran de la familia y te protegen, por eso ellos, antes de dormir, de bajar la guardia, se pasan una hora relamiéndose para desprenderse de cualquier olor que los delate. Una lección de la naturaleza en casa. Al frotarse entre tus piernas marcan "su propiedad"
ResponderEliminarY un montón de cosas más que podría contar de ellos. Gracias
Pues aquí tienes una oyente siempre dispuesta a escuchar esas cosas, pues de los gatos me interesa cualquier cosa, es tan grande mi admiración por ellos, que de haber creído en la reencarnación estaría segura de haber vivido en el antiguo Egipto, donde como sabes, eran considerados animales sagrados. Lo de que te lamen para hacerte invisible a los depredadores, no lo sabía, y me ha encantado. Son un misterio sin fin estos bellezones.
EliminarGracias a tí, siempre.
Me ha encantado Mariaje!,ha sido precioso!.Mientras lo leía me he acordado de Bastian, era un gato muy especial y muy inteligente, junto con Atreyu formaban una pareja perfecta,se complementaban. Siempre reuerdo la afición de Atreyu por el agua. A mi también me gustan los gatos,he tenido la suerte de convivir con unos cuantos,cada uno con su propia personalidad. Sonia(la dueña de los deliciosos cordones)
ResponderEliminarSonia.. ja ja ja. Aquellos botines tan preciosos... Por la mañana Atreyu se había comido los cordones. Siempre me asombró lo bien que te lo tomaste. Se nota que entiendes a los animales y que los quieres. Atreyu era travieso y nervioso, pero tan cariñoso. Y una preciosidad.
EliminarUn abrazo.