Cada vez está más complicado mantener a salvo los reductos. Me empeño sin embargo en librar a esta casa de alborotos. No es fácil cuando todo grita con voces injusta o justamente airadas. De las dos se oyen, y me temo que las primeras algo más.
Las mil voces de esta casa, sin duda son distintas. Llegan de la profundidad del ser, como las otras, pero sin interceptaciones. En todos nosotros hay voces que cantan, y voces que gritan.
En mí también, como en cualquiera, están las dos. No tengo intención de negar ninguna. Mantengo, eso sí, la voluntad de separarlas. ¿Por qué? Sólo para que no me falte un oasis donde recobrar las fuerzas.
Más allá del jardín están el ruido y la esperanza. La esperanza... si. Es un mal síntoma.
Mientras no aprieta la sed no se siente la urgencia de beber. De igual modo sólo necesitamos la esperanza cuando empezamos a desesperar. Mi esperanza tiene forma de paraguas, y solamente la abro para salir cuando la tormenta arrecia.
Me reitero: mala señal es la esperanza; pero es peor no tenerla. No es lo mismo cruzar el desierto con media cantimplora, que tirar la cantimplora y dejarse morir en cualquier duna. Es aquí donde les damos poder a los que matan.
Quédate tranquilo, amigo mío. No les abriremos esta casa. Antes la quemamos. Pero mientras siga en pie, puedes venir cuanto quieras. En el jardín tengo hierbas amargas que curan, y en la despensa frutos dulces que consuelan. Sentados en el porche conversaremos sobre aquellas cosas importantes de las que casi nunca hablamos, y hasta puede que lleguemos a tocar el rastro esquivo que a veces nos sorprende, en el tramo de un segundo, para volver a diluirse en la bruma del recuerdo.
No lo sientas, quedará el aroma inconfundible de aquello que identificas como tu esencia, que tantas veces se te escapa, que no logras retener el tiempo suficiente para deformarlo, y que sigues preguntándote de dónde vino y por qué te hace sentir tan bien.
Que no te preocupe ser el reverso de un genio: a Monet le pasaba lo mismo con la luz del instante, y a ti te pasa con un instante de luz.
Claude Monet - Saint-Georges majeur au crépuscule |
Mariaje López.
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Pues yo soy un alborotador...de la esperanza, vaya lío, a ver cómo hago para acceder a esa casa. Sí, la esperanza debe ser algo como el seguro del coche, mejor tenerlo, y mucho mejor no utilizrlo nunca. Estupenda oracíón, en plena semana santa.
ResponderEliminarTucho, deja de hacer cábalas sobre cómo entrar en la casa, que el paso lo tienes franco. Gracias a espacios como el de tu Icástico me puedo permitir el lujo de mantener este reducto, así que tienes derecho de hospedaje permanente.
ResponderEliminarSé que yo también tengo hospedaje permanente, aún así, eso me da más esperanzas de seguir encontrando belleza a lo largo de mi recorrido vital. Me encanta el símil de Monet y el instante de luz.
ResponderEliminarJa ja ja! ¡Por supuesto que tienes hospedaje, Arancha, y lo considero un honor. De Monet... este cuadro lo vi en París, en el Museo de Orsay, el de los impresionistas. Es increíble. Desde entonces sé mejor que nunca el abismo que hay entre una reproducción y el original. Pasa con todo. ;.)
EliminarEfectivamente, hay un abismo entre lo falso y lo real. Lo bueno es no dejarse engañar...
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