En el cartel de la película
"Time", del director coreano
Kim Ki-duk, aparece una escultura en una playa, que se convierte en una preciosa e inquietante isla cuando la marea sube. Unas manos gigantes empiezan a formar con sus dedos una escalera que quiere prolongarse hasta las nubes. Son manos abiertas, francas, que sugieren, que invitan, que acogen. En ellas, como en un útero abierto al infinito entre el mar y el cielo, descansa una mujer en completa soledad.
Déjame decirte lo que a mí me evoca esta imagen: ese refugio interior inaccesible y enigmático, raramente visitado, y quizá por ello intacto, no contaminado, libre y genuino.
Con demasiada frecuencia, por agradar a alguien en particular o a todos en general, renunciamos a nuestra belleza de origen. Nos vamos desfigurando hasta volvernos irreconocibles. El precio de esta pérdida de identidad es inimaginable. Traicionamos nuestra esencia, nuestros talentos, nuestra misión, nuestras referencias internas; y nos ponemos en manos de un cirujano, léase sistema, o sociedad, a través de la familia, la pareja, los compañeros de trabajo, los amigos o quienes quiera que sean en el juego aquellos que, bajo una apariencia protectora y benigna nos modifica y cercena, sin piedad y con nuestra venia, sobre la mesa de operaciones.
Así es cómo nos convertimos en seres neuróticos e informes, sin vida.
No asumamos pues, concesiones que nos dañen. Ese es el mayor favor que haremos a los demás, y sobre todo a nosotros mismos
¿En qué manos decides ponerte? ¿En las de algún otro o en las propias?
De la respuesta dependerá el curso que tome tu destino.
Mariaje López.
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