lunes, 19 de agosto de 2013

Deseando amar



María nunca había amado, y por eso no sabía qué cosa era el amor. Conocía algunas personas que amaban, que amaban de verdad. Decían que en el amor no hay temor, pero ella temía, luego no amaba.

No amaba, ni había amado nunca. Había sí, querido esto y lo otro, a este y a aquel, pero eso no era amor y lo sabía. Necesidad, dependencia, o simplemente placer e ilusiones de posesión. Pero amar, lo que se dice amar, eso no. 

Quizá por creer que el amor es algo peligroso. Sin embargo estaba descubriendo que lo peligroso era confundir el amor con otras cosas; cosas que estaban en flagrante contradicción con él. Mientras tanto el vacío se instalaba en su pecho más y más.

Rezó para pedir un corazón amante. Un día sintió el relámpago cruzando su mente:

"Para amar basta con hacer actos de amor".

María examinó su memoria: actos de amor desinteresados había tenido muy pocos, de hecho, en puridad no podía recordar ninguno. El miedo era más fuerte que su deseo de amar. Sería un despilfarro gigantesco llegar a las puertas de la muerte sin haber amado.

Al menos ahora conocía su prisión.

Durante toda su vida había estado huyendo de muchas cosas, sobre todo del miedo. El mero hecho de vivir le producía vértigo... aunque llevaba mucho tiempo preguntándose si vivía realmente. 

Ya no correría más.

Dejaría de huir.

Ya no le serviría nada que no fuera verdad, aunque solo fuera esa verdad unitaria y personal, ésa que no garantiza estar en lo cierto, pero que trata sinceramente de ser honesta. Porque la otra, la verdad universal y objetiva, sabía que era de todos y de ninguno. Acaso fuera solo un sueño inalcanzable de la humanidad. 

María ya no deseaba una vida de aproximaciones. Si había que vivir, que fuera con todas las consecuencias. Intuía que aquel era un camino poco transitado, la realidad a menudo tenía un rostro demasiado franco y despojado. Tal vez habría de marchar en solitario.

¿Y qué tanto daba? ¿Acaso no había estado siempre sola?

Sola, como todo el mundo.

Pues dejaría al fin que la soledad fuera también verdadera, y no un fantasma disfrazado. 

Ya había dejado de huir. ¿Y ahora qué? 

Quedaba sólo comprender. Observar y comprender de qué había estado huyendo, para no volver a huir. Y la vida le entregó sus llaves de amor y gratitud, para cruzar el umbral de la Puerta de Todo (*). 

Amor y Agradecimiento. 

Se adentraría con ellas en el Nuevo Mundo y permanecería atenta a cuanto el Amor quisiera enseñarle.

(*) La Puerta de Todo (Ruby Nelson)


Mariaje López.


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2 comentarios:

  1. El amor no tiene sexo ni género ni parejas. Craso error. No se puede amar, o creer amar, sin alabanzas ni agradecimientos; poco se puede recibir si no las ponemos en práctica, con sinceridad.

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    1. Lo has captado, como es habitual en ti. Realmente me refiero a ese amor universal que se extiende a todo.
      Un fuerte abrazo, caminante!

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