Hace unos días conté en la red la agresión machista que hace varios años sufrí en el portal de mi casa alcalaína a las once de la noche, cuando regresaba de ver una obra de teatro en Madrid. La violación propiamente dicha no llegó a consumarse por la llegada providencial de un hombre que paseaba cerca con sus dos grandes canes. Ninguno de mis vecinos acudió en mi ayuda, pese a que grité mi nombre entre pedidos de auxilio.
Lo conté porque alguien —lamentablemente mujer—, había comentado en redes, a propósito del juicio de La manada: "Yo chillaría, era un portal". Pero no es esta infamia de una mujer contra la víctima, y de paso contra todas las de su género, el asunto de este artículo.
A raíz de mi declaración, fueron varias las mujeres que se solidarizaron y me dijeron que era muy valiente al contarlo. ¿Sabes, tú que me visitas, lo que se siente cuando te llaman valiente por contar algo así? Son reacciones encontradas: por un lado gratitud por esa mano en el hombro de quien probablemente haya sufrido también abusos, como el 98% de las mujeres, de cualquier tipo. Son tantas las maneras de vulnerar la dignidad y el derecho de una mujer, sutiles o burdas, aparentemente inofensivas o abiertamente delictivas, que no hace falta ser un lince para deducirlo. El apoyo de mis iguales féminas es por ello doblemente conmovedor y merece afecto.
El problema está, precisamente, en que sea necesaria la valentía para dar cuenta de una agresión machista. No hace falta ser valiente para denunciar ninguna otra cosa que no esté relacionada con el cuerpo de la mujer. Basta con reclamar justicia. Eso nunca es suficiente cuando se trata de una violación, o de cualquier otro maltrato infligido a una mujer por el mero hecho de serlo. Así que es muy triste que todavía haya que hacer acopio de valor para denunciarlo. Eso por sí solo retrata la sociedad en la que esa circunstancia se produce.
Tristeza de que el valor lo deba tener la víctima, valor de confesarse víctima, valor de plantar cara al injusto prejuicio, prejuicio infame. Rabia de que tener senos y vagina sirva de excusa perfecta para poner en tela de juicio mi integridad ética, y de que de ésta, sea cual fuere, se deduzca mi condición de víctima-culpable. Ese oxímoron repulsivo.
No tendríamos que ser valientes cuando solo esperamos justicia.
Mariaje López
Lo triste es que además de recibir la agresión es que tienes que demostrar con creces que tú no querías de ninguna manera y que llega un momento que las fuerzas te abandonan y te ganan por noqueo técnico, pasado eso viene otro drama, pero: ¿ En que sociedad estamos, que está pasando con la juventud ?
ResponderEliminarEsto no es solo cosa de la juventud, querida Elbe, aunque cabría esperar que ellos estuvieran más evolucionados. El miedo profundo y secreto de muchos hombres —no todos— a las mujeres, crea mucha resistencia en el patriarcado hacia la igualdad femenina. La mayor parte del tiempo,se lleva a cabo de forma encubierta, y en la práctica se vive de forma constante, y a menudo, como se está viendo, brutal. Un abrazo, amiga.
EliminarSé muy bien lo q sientes.Llevo media vida culpando la agresión( por suerte no hubo mas)y culpándome de mis silencios.Intento protegerme con un " me pudo la situación": década de los 80,mi temprana adultez y el lugar(la consulta privada de un médico, marido de una compañera.
ResponderEliminarHola María: Aleja de ti la culpa, no te corresponde como no corresponde a ninguna víctima. Cada cual calibra la situación que vive como mejor sabe y puede. Tu papeleta para hablar era y es difícil, porque las consecuencias siempre son imprevisibles. Estoy segura de que el 98% de las mujeres han tenido al menos un episodio de abuso en su vida, cuando no muchos más. Yo misma he sufrido innumerables situaciones de acoso. Pasa que cuando se normalizan cosas que no lo son, nos pasan desapercibidas como tales. La consulta de un médico es terreno propicio para los indecentes, y la cultura patriarcal los protege. Un abrazo enorme, compañera.
EliminarGracias. Tu comentario tranquiliza, sosiega.
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