Sara había llegado a detestar a su padre, un hombre huraño y terco. Nadie soportaba mucho tiempo su compañía, ni él soportaba la de nadie, salvo la de su gato, un animal grande y negro, con los ojos más azules que el mismo océano.
Ella estaba convencida de que el felino era la reencarnación de algún santo, por el cariño y la complacencia que le demostraba en todo momento, aunque justo es decirlo, el viejo le trataba bien.
Aquel gato era muy viejo y enfermó gravemente, los veterinarios no pudieron hacer nada por él. El hombre no fue capaz de matarlo, ni de dar consentimiento para que lo ayudasen a morir. Sara estuvo acompañando su agonía, tumbada en el suelo frente al mar de aquellos ojos hipnóticos.
—Tenías que haberle puesto la inyección, y no estaría pasando por todo esto. Eres un viejo cabezota.
El padre no dijo nada, estaba demasiado asustado y se sentía culpable por no haber tenido la entereza de evitarle a su peludo amigo tanto sufrimiento.
Dos horas interminables estuvo Sara en el suelo, sus ojos fijos en los del gato, los del gato fijos en ella. Sintió como el perdón la inundaba, como le llegaba en oleadas todo el amor que aquel animal sentía por el viejo, mientras la vida se le escapaba.
Cuando al fin expiró, Sara miró al hombre tras la cortina de lágrimas. Estaba viendo a su padre con los ojos del gato.
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La transmigración de las almas, Sara ve a su papa con ojos de felino gracias a ella. Así pudo experimentar perdón y amor hacia quien detestaba y no podía ni ver. Se le quedaron unos bonitos ojos azules con los que enamorar. Bonito cuento corto Escritora
ResponderEliminarGracias Salayero; perfectamente interpretado. Un abrazo.
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