Si lloré cuando vi por primera vez Memorias de África, no fue por Karen Blixen; fue por mí. Aunque estaba casada, o quizá por eso, me sentía profundamente sola. El hombre que era mi marido fue el equivocado, y nada tenía que ver conmigo, por más que fingiera lo contrario durante el noviazgo. Fue una más de esas personas empeñadas en borrar de mí lo genuino, en extirpar cualquier raro destello que se atreviera a desafiar su pretendida superioridad. Durante mucho tiempo permití que se me aislara de cualquier apoyo, que se me mantuviera lejos de todo espejo capaz de devolverme una imagen certera de mi verdadero ser. Llegó el tiempo en que no sabía ya quién era.
Y entonces, una tarde sola en casa, introduje en el aparato de vídeo el VHS que había sacado del videoclub por la mañana, y me dispuse a ver Memorias de África.
No suelo llorar en el cine; no suelo. Solo en tres o cuatro ocasiones. Ahora sé que todas las veces que he llorado, lo hacía por mí. Reconocí el nombre de mis lágrimas, eran la pura tristeza. Inesperadamente había dado con mi espejo: la Karen Blixen y el Denys Finch de la película, juntos y conveniente mezclados, formaban un retrato muy parecido al mío. Los ecos resonaron dentro y se proyectaron hacia fuera irradiando luz. Fue el principio de la reconstrucción. Hay acontecimientos aparentemente inocuos que desatan tempestades. Una vez tocada la cuerda exacta, vibra la música y ya nadie la puede callar.
Me pasó algo similar con El cartero de Pablo Neruda. Ese cartero apenas sin estudios, tan capaz de amar las palabras con la limpieza de un niño. Por un lado me recordaba a mi padre, y por otro, me identificaba con una vocación que había sentido desde pequeña, que guardaba solo para mí, y a la que nunca me atreví a dar alas. Contuve la respiración toda la segunda mitad de la película, y cuando arrancaron los créditos del final, lloré a lágrima viva durante minutos.
La música de estas películas forman ya parte de la banda sonora de mi vida. Felizmente. Y es que el arte ha hecho, y sigue haciendo, mucho por mí.
Mariaje López. ©
Uff, yo lloré a moco tendido, no sé si por Karen, por Dennis o por el negrito que se quedó bajo el árbol o el que esperó su regreso brújula en mano. No he podido volver a ver la película, a lo sumo la primera hora antes de que comiencen los malos tragos, para la protagonista y para mi, un beso
ResponderEliminarJosé Antonio, cualquiera de esas lágrimas está justificada. ;) Recuerdo la forma en que se nos "anticipó" la muerte de Dennis, el coro de voces y su silencio repentino. Belleza de película. Otro beso y gracias por tu visita.
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