jueves, 13 de junio de 2019

Los afectos


Imagen: Silvecpropiedades

Adolfo admiraba a su compañero de oficina desde el primer instante en que lo vio. Su cuidado aspecto con un toque informal, sus bellas facciones, su voz y manera de decir las cosas. Había intentado despertar en él la misma admiración que le profesaba, siquiera un mínimo afecto. Pero aunque Mateo se mostraba correcto en el trato en todo momento, percibía con claridad que no conseguía ninguna de las dos cosas. La realidad era que Mateo no le encontraba lo bastante interesante como para profundizar en la relación, que mantenía dentro de lo estrictamente cordial. Quizá no podía engañarlo, quizá él había visto su lado oscuro y eso explicaba su rechazo. Adolfo sabía de sus imperfecciones, pero ¿quién no las tenía? ¿Y por qué Mateo no apreciaba su lado bueno? ¿Le había dado motivos para juzgarlo así? 


Decidió resignarse, no insistir. No se pueden forzar los afectos, se dijo. Caerle bien a Mateo no estaba en su mano, como no estaba en la mano de Adolfo dejar de admirar a Mateo. Los afectos son caprichosos, bien lo sabía, y muchas veces no obedecen a la justicia ni a la lógica. No cerraría puertas, pero dejaría de empeñarse en conseguir lo improbable. 

Entonces miró a su alrededor y vio a todos los demás. Entre ellos encontró a la gente que sí le apreciaba. No eran pocos. Se centró en disfrutar de su compañía, y cuando el rechazo de Mateo amenazaba con enturbiar su alegría, se obligaba a agradecer la amistad que ellos le brindaban. Se dio cuenta de lo mucho que enriquecían su vida, de lo afortunado que era, y aceptó que los demás fueran tan libres como él para elegir a sus amigos, o para rechazarlos. 

Unas semanas después, Mateo le invitó a cenar. La velada fue tan grata, sorprendente y mágica, que hoy, cincuenta años después, todavía siguen enamorados el uno del otro.


Mariaje López© Tu escritora personal por Mariaje López se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial.

No hay comentarios:

Publicar un comentario