Todavía hay quien dice que los animales no sienten. Que los guía un impulso de supervivencia sin memoria ni anhelo. Pero no siempre el afecto y la lealtad provienen de un corazón humano; con frecuencia el amor se aparece en una pupila inquieta y se desplaza sobre cuatro patas.
Cuando Christian y Pepe se encontraron, comenzó una gran historia. Una historia de amor y de consuelo mutuos, de fidelidad y asombro. Y en las horas más duras, en las inevitables despedidas o en los gozosos reencuentros, ahí estaba Pepe para compartirlo todo, sin pedir a cambio otra cosa que un poco de cariño expresado en gestos y palabras.
Conocí a Christian hace casi
veinte años, cuando yo trabajaba en Marco Aldany como esteticista. Entonces era
un chico gordito, guapo, con unos ojos grandes y risueños, y una sonrisa afable
que prodigaba sin esfuerzo. Daba muestras de conceder un gran valor a la
amistad. Ya entonces, pese a su juventud, era un peluquero apreciado por la clientela,
en su mayoría femenina. Un día, una de sus clientes, médico, le aconsejó que se
sometiera a una gastrectomía. Dijo que sí, y aquello le cambió la vida. Aunque
en lo esencial, siguió siendo el mismo: amigable, divertido y fiel. Un
sentimental en el fondo. Por eso le quiere la gente, por más que como a todos, en
algún momento de la vida, no le faltara alguien que no supo quererlo bien. En
esos casos, a Christian lo rescata siempre su sentido de la dignidad y la
conciencia de su propio valor. Él tiene mucho que dar, y por ello, también
mucho que recibir.
Sus amigos lo sabemos, y Pepe
también.
Quizá Pepe no sea el can más
guapo del mundo, aunque a los que le conocemos nos lo parezca. Porque su imagen —al menos a mí—, nos conmueve de una forma especial y casi podría decir que absoluta.
Tiene una de las miradas más expresivas y campechanas que yo haya visto en un
animal. Transmite un gozo de vivir henchido de gratitud que ya quisiéramos para
nosotros muchos bípedos. Y me encanta esa pose de “chiquillo” ingenuo, ávido de
sorpresas, de buenas sorpresas, siempre dispuesto a la aventura. Pepe sabe
querer y sabe demostrarlo. Por eso me hace muy feliz que él y mi buen amigo Christian
compartan los días y las horas, que sean una familia, que vivan su historia
juntos. Chris se lo merece, y Pepe también.
Larga vida a su amistad.
Mariaje López
Imagen: Christian y Pepe. (Foto de C. Nuño) |
Magnifica oda a la amistad, Escritora, entre bipedo y cuadrupedo, fidelidad mirada agradecida y demás elementos, los sentimientos no entienden ni de raza, ni de especie. Gracias por su calido relato
ResponderEliminarTodavía hay quien opina lo contrario. Yo estoy convencida de ello. Un abrazo y gracias por visitar esta casa.
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