miércoles, 15 de octubre de 2025

Sus voces en la brisa

 



    Había vuelto después de mucho tiempo. No sabía exactamente por qué ese día, ni por qué la necesidad se le hizo tan urgente.

Se apoyó sobre la lápida tras la cual, en sendas urnas funerarias, reposaban las cenizas de sus seres queridos. Con delicadeza retiró los geranios marchitos de la vasija y colocó unos nuevos, aún húmedos del rocío.
Aquella planta le hablaba de la infancia: del patio donde jugaba feliz, del sol sobre los mosaicos, del zumbido lejano de una avispa y del viento que, a veces, derribaba a sus soldados de plástico.

Pasó los dedos sobre las inscripciones, como si leyera en braille los nombres: primero el de él, luego el de ella. Debajo, las palabras grabadas junto a las fechas.
La de él decía: “Se durmió en la orilla.”
La de ella: “Se compadeció de todos.”

La mañana era serena. Un sol tibio satinaba el césped y hacía brillar las hojas de los grandes ficus. El hombre apoyó una mano sobre el mármol frío y polvoriento. Con voz apenas audible, entre lágrimas, susurró:

Han pasado los años, y todavía me duele vuestro dolor. Me duele y no puedo aliviarlo, porque entonces no supe descifrar el presente con claridad. No he hallado quien me ayude, y cada día vuestro dolor pasado me duele más. Ayudadme vosotros, porque, si no, no habrá nadie capaz de hacerlo.

Permaneció inclinado sobre la lápida, la mano aún posada en ella, cuando percibió que el sol se había velado y que una brisa suave arrastraba las hojas otoñales sobre el pavimento.
El murmullo que levantaban le pareció un susurro antiguo, una voz que su alma reconoció como caricia.

Entonces comprendió: aquella era la respuesta.

Después, el sol volvió a brillar con un leve fulgor más firme, y el aire se aquietó, manso y limpio, durante el resto del tiempo que permaneció en el cementerio.


Mariaje López

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