"Cuando las cosas comienzan a hablar y el hombre a escuchar sus voces, entonces emerge el edificio sacramental. En su frontispicio está escrito: Todo lo real no es sino una señal. ¿Señal de qué? De otra realidad."
¿Quién iba a decir que una colilla de cigarrillo de picadura se podría convertir en sacramento? Está allí, en el fondo del cajón. De vez en cuando se abre la cajita de cristal. Exhala un perfume. Se cubre con el color de un pasado vivo. El cajón no contiene la grandeza de la presencia que se crea. Los ojos de la mente ven, viva, la figura paterna, presentizada en la colilla del cigarrillo de picadura; lo ven cortándola, liando el cigarrillo, encendiendo el mechero, aspirando largamente, exhalando, leyendo el periódico, quemando las camisas con las brasas, adentrándose en la noche en su penoso trabajo de escritorio, fumando..., fumando. El último cigarrillo se apagó junto con su vida mortal. Algo, sin embargo, sigue todavía encendido. Gracias al sacramento.
Los Sacramentos de la Vida. (Leonardo Boff)
Hace mucho tiempo me dio por la teología. Hice algunos descubrimientos interesantes, y cómo no, me acerqué a los teólogos de la liberación. De todo lo que leí recuerdo especialmente dos libros; uno porque reconocí en sus páginas (por aquel entonces) mi propia experiencia de resurrección anímica descifrada, y el otro porque sencillamente continúa siendo increíblemente válido en mi vida actual, a pesar de no contarme ya entre los creyentes. El primero era de un francés; Léon-Dufour, y se titulaba si recuerdo bien La Resurrección de Cristo y la exégesis moderna, y el segundo, del que quiero hablarte hoy, es un pequeño librito en extensión pero una gran maravilla en contenido: Los Sacramentos de la Vida, del teólogo brasileño Leonardo Boff.
Todavía lo conservo, como oro en paño. Soslayo las conclusiones que se circunscriben al dogma católico, y me quedo con lo que me sirve y me resulta inspirador. Porque a mí la existencia siempre me ha parecido una sucesión de pequeños actos sacramentales que conforman el gran sacramento único que es la vida.
Pero empecemos por definir lo que teológicamente es un sacramento para comprender mejor lo que es el sacramento vital.
Sacramento: signo visible que hace presente otra realidad invisible, ex opere operato es decir, por sí mismo y en virtud del propio rito realizado.
Decía este perseguido por el inquisidor moderno Ratzinger —que después sería nombrado papa—, que los ritos actuales de la Iglesia hablan poco por sí mismos, ya que necesitan ser explicados. Y una señal que tiene que ser explicada, no es señal.
Sin embargo los sacramentos de la vida los comprendemos sin mediación. Es más, los comprendemos esencialmente sin ella, y cualquier interpolación tiende a pervertirlos.
El pañuelo de lana que guardo de mi padre, única cosa que de él me queda, las zapatillas minúsculas de cuando mi hija empezaba a andar, aquella foto dedicada por Raphael en mi decimonoveno cumpleaños, el primer vestido largo de gala que me hizo mi madre, el poema que escribió Verónica cuando tenía seis años, una taza con tapadera que me regaló un compañero de trabajo un día cualquiera, porque sí; una carta amarillenta que confirma la realidad de alguien que pasó por mi vida y me hizo soñar, un trébol de cuatro hojas aplastado entre las páginas de un libro, una bella lámina de mujeres árabes que recogí del suelo una caprichosa tarde de lluvia.
Signos visibles y tangibles de otras realidades invisibles. Sacramentos que traen a mi presencia —y hablo de presencia, no de simple recuerdo— la sonrisa de mi padre, los primeros pasos de mi hija, el detalle especial de un artista admirado, una noche de estreno en el Palacio de la Música, el orgullo que sentí por los primeros versos de mi niña, el cariño de un compañero de oficio, un momento de feliz lectura y de sorpresa, y hasta un mensaje cifrado en una lámina que trajo la intemperie para reconfortarme.
En el libro, sacramentos que Leonardo cita como propios de su itinerario: el último cigarrillo que fumó su padre y que le mandaron sus hermanos en un sobre, ya que no había podido despedirse de él, el vaso de aluminio que colgaba junto a la tina de agua fresca en la casa familiar, la vela labrada que le regaló una viejecita en Alemania, aquella primera Navidad lejos de su patria y de su hogar. No me resisto a insertar aquí parte del texto, una pincelada que traza bellamente el relieve de otro gran sacramento: el de la propia historia vital. Una auténtica joya.
EL SACRAMENTO DE LA HISTORIA DE LA VIDA
Hay momentos en la vida en los que la consideración del pasado constituye la verdad del presente. Le manifiesta el sentido y su razón más profunda. Viéndolo más de cerca, el pasado, en realidad, deja de ser pasado. Es una forma de vivir el presente. Una experiencia significativa del presente abre un paisaje nuevo en la contemplación del pasado. Estaba allí, pero nadie era capaz de verlo. Porque faltaban ojos. La presencia experimental del presente, crea ojos nuevos para ver cosas antiguas y entonces éstas se convierten en nuevas como el presente. El pasado aparece entonces, no como un sucederse anodino de hechos, sino como una corriente lógica y coherente. Un nexo misterioso religa los hechos. Emerge un sentido patente, antes latente en el río de la vida.
Había un plano que se fue desdoblando lentamente como cuando se va desdoblando un mapa geográfico de una región. En la maraña de los datos se destacan las ciudades, los ríos, las carreteras, uniendo los puntos principales. La región ya no es una tierra desconocida. La región descrita en el mapa tiene sentido para el viajante. Este puede ir sin errar porque ve el camino. Algo semejante ocurre con la vida. Esta va anotando puntos, va abriendo caminos. Nadie sabe a ciencia cierta hacia dónde pueden conducir. Pero son caminos. De repente, acontece algo muy importante. En el mapa de la vida aparece un punto, como una gran ciudad. Los caminos corren en su dirección. Pasan los ríos; cruzan los aviones. La vida comienza a cobrar sentido porque tenemos un punto de apoyo y una elevación importante desde la que podemos ver el paisaje de alrededor. ¡Se formó la corriente coherente de la vida!
Los Sacramentos de la Vida. (Leonardo Boff)
Creo que después de esta cita, comprenderás por qué digo que este librito es una maravilla. Por si te apetece echarle un vistazo, y aunque te saltes una parte, encontrarás párrafos que te abrirán los ojos a un universo tal vez insospechado.
Por citar a un autor agnóstico (y digo agnóstico porque el ateísmo ya le parecía una forma de ser creyente) transcribo aquí un párrafo de Francisco Umbral:
De modo que vuelvo a lo oscuro, cierro la puerta a los perfumes sutiles de la primavera, pongo una manzana de sombra en los boquetes de la luz y miro la silla de mi hijo, la pequeña silla de paja, inverosímil y realísima, muy a la altura de su infancia, a la medida de su cansancio. Si él no estuviera -ay- para sentarse en ella, si él me faltase, cómo sería esa silla.
Sería él mismo, la silla. La silla sería él, sí, y el hueco de su ausencia tendría ese alabeado de bambú que tiene ahora, y amaría una silla como amo a un niño, y sólo me quedaría su silla, infinitamente suya, para llevar y traer su ausencia. La silla sería sagrada.
(Mortal y rosa - 1975)
Mariaje López©Tu escritora personal por Mariaje López se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial.
Michael Ende |
Leonardo Boff |
PD.- ¿Y yo que le encuentro un parecido con Michael Ende? Será pasión de friki, no lo discuto, pero Ende también ha demostrado gozar de una percepción extraordinaria para los símbolos. No solo maneja con soltura los universales, sino que inventa los propios y con ellos crea mundos, parábolas magistrales que evocan las más densas y crudas realidades. Mas... esa es otra historia, y merece ser contada en otra ocasión. Al tiempo.
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Los apretones de manos, los besos y abrazos, los saludos, las muestras externas de cariño ¿no son también signos sacramentales que llenan nuestras vidas dia a dia casi sin darnos cuenta? Claro, siempre que el signo no sea algo meramente externo sino que esté unido al sentimiento y al corazón
ResponderEliminarNaturalmente estoy de acuerdo contigo Esteban. Y también en la precisión que haces. Desde este punto de vista, cualquier cosa puede convertirse, y de hecho pasa, en un sacramento.
EliminarUn abrazo.
Pues se parecen notablemente. Por otra parte, nunca había pensado en la palabra "sacramento" con ese significado. Sumamente interesante. Y también lo que plantea Esteban en su comentario. Muy bueno, Mariaje. Muchas gracias.
ResponderEliminarJa ja, no sé a quién vi antes en una foto, pero cuando vi al segundo me acordé del primero. Cuando lei el libro me impactó mucho también, y como puede verse por este post de forma perdurable. Siempre me gustaron los símbolos para explicar el mundo, y esta lectura me amplió mucho el campo.
EliminarGracias Victoria.
Acabo de descubir que tengo sacramentos, como tú, de gente que me ha generado energía positiva, y que ellos desconocen, una tontería como una pequeña flor de plástico (a imitación de una hoja perenne, que nunca será más perenne que el propio plástico) muy bonita, que era la "bandera" a un artesano y delicios pastel que trajo un amigo a una cena amable. Y tengo otras enormes "tonterías" secretas que, nada más verlas, despliegan un poder de evocación, mágico, a lo Michael Ende, del que he leido Momo y, cómo no, Una historia interminable. De Boff he leído muchos artículos cuando estaba en el centro de la polémica, y era para mi mucho más Mesías que cualquiera de esos fanáticos vaticanos que le complicaron la vida. Tomo nota de su libro, de tu reliquia. Gracias
ResponderEliminarDe Michael Ende, si te gustó lo que leíste, y una vez adentrado en el mundo simbólico, te recomiendo dos libros menos conocidos, de lectura quizá más compleja, pero toda una aventura para el descubrimiento, la introspección, y la proyección. Uno está inspirado en los bocetos de su padre, Edgar Ende, un notable y reconocido pintor surrealista alemán. Se titula "El espejo en el espejo", y el segundo más político sin dejar de ser interiorista: "La prisión de la libertad". Son historias cortas que muestran realidades crudas y dolorosas que hacen reflexionar, pero todo ello descrito con un potente legado de imágenes simbólicas que retratan sin suavizarlas las sombras de la naturaleza humana. Algunos cuentos son tiernos, otros buscadamente patéticos, otros terribles. Yo necesité releer muchas de esas historias para captar todo su contenido, o eso creo, porque la verdad es que cada vez que las releo descubro algo más.
EliminarQué bueno por otra parte, que hayas reconocido tus sacramentos. Eso renueva la mirada, la refresca, la hace más aguda, y también más amable con nuestro recorrido. ¡Felicidades!
Mi más preciado sacramento, el libro de El Principito, regalo de mi primo Carlos que hace ya mucho que nos dejó. El libro en sí mismo está lleno de "sacramentos", puesto que en sus páginas, además de las mágica palabras de Saint-Exupéry, se disputan los puestos de honor dedicatorias y mensajes de buena voluntad de mis compañeros de campamento. Es verdad que sus rostros se me borraron ya del recuerdo, pero leer esas frases me transportan automáticamente a ese verano en donde, además de canciones y fuegos de campamento, aprendí en qué consiste la convivencia y la camaradería entre unos jóvenes, adolescentes más bien, que salíamos por primera vez de nuestros hogares atemorizados pero felices al mismo tiempo de experimentar todas aquellas aventuras que habíamos leído en otros veranos acompañados por Los Cinco, Los Siete Secretos o los Hollyster.
ResponderEliminarY por lo demás, pues lo siento pero a mí Michael Ende... en fin, que me pasa como con la poesía. Ni chicha ni limoná, vamos, que por más que lo he intentado, ni Momo ni la Historia han conseguido engancharme, más bien los he utilizado como libros de ronquidos, puesto que ha sido leer algo y entrarme un sueño terrible... Sé que no queda muy bien que diga esto, pero qué le vamos a hacer. Me quedo con otro tipo de autores y otro tipo de lecturas. Lo de los símbolos, pues para vosotros, así no nos peleamos
;-D
¡Qué lindo sacramento! Enhorabuena.
EliminarEn cuanto a Ende, afortunadamente las preferencias personales no son uniformes, aunque algunos lo pretendan, y es muy saludable y enriquecedor que así sea.
Y claro que está bien que uno diga lo que piensa, mientras no sea insultante. Y 'este no es tu caso. Un abrazo, amiga.