lunes, 7 de julio de 2014

Petra; un misterio oculto entre montañas.


Cada paso que doy me acerca un poco más a la ciudad perdida. Mi memoria inquieta mezcla imágenes del recuerdo con otras inmediatas. Una televisión muy vieja, un documental en la 2, una adolescente fascinada con un paisaje de fábula. Su complicado vivir no incluía planes de viajes, ni siquiera como sueño a largo plazo. Simplemente miraba sin pestañear, pensando en lo maravilloso que sería poder estar allí.




Cuarenta años después, estoy atravesando el desfiladero del Siq, un pasillo de dos kilómetros de arenisca de todos los colores; desde el blanco puro hasta el negro absoluto, casi todo rojo por el óxido de hierro del que anda sobrado.






Dice la tradición árabe que Moisés golpeó con su bastón aquí para aplacar la sed de su pueblo fugitivo, que se abrió esta grieta y se llenó de agua formando un río. Luego llegaron los nabateos y decidieron aprovechar la fortificación natural de las montañas. Hábiles ingenieros, desviaron el caudal que anegaba el cañón, convirtiéndolo en el único paso a Nabatea. Construyeron canales y depósitos para recoger el agua de las pocas lluvias, y crearon vergeles para abastecer a una ciudad de 15 kilómetros cuadrados en la que vivían 30.000 personas.




Sigo avanzando por el desfiladero. Paredes de 200 metros se estrechan a mi paso, alardeando de formas y escorzos inverosímiles. A veces las rocas llegan a tapar el cielo. Si el milagro de un caudillo semita formó esta grieta, otro milagro, el del amor atento, me trajo aquí. Camino entre la gente, estamos todos en el mismo sitio, pero cada uno en un lugar distinto. Si las gargantas imponen, es porque tienen mucho de incierto.

Un relámpago se quiebra entre los muros, una brecha de luz que se levanta orgullosa como una cobra, destapando una visión de otro mundo y de otro tiempo. No consigo creer que es real. ¡Qué dosis magistral  de prudencia tuvo el desierto, al no mostrar entera y de una vez su maravilla escondida!






Persigo el resquicio del Tesoro, abandono el Siq casi tropezando, sin ver el suelo. Un hechizo fulminante me impide mirar hacia otra parte, y las palabras no salen de mi boca. Un templo grecorromano en un oasis árabe. No, no me habían mentido los folletos, allí estaban las columnas, los capiteles, esculpidos en la falda de la montaña a golpe de cincel y mazo, como todo el edificio. Lineas delicadas, rectas, estatuas, cornisas. Todo desde arriba y hacia abajo, pues no podía hacerse de otra forma.







Pienso que mis sentidos me engañan, que no es posible tanto celo, tanto arte, ni tanta belleza inesperada. Me digo que no puedo estar en Petra, que otra vez estoy soñando. Pero un mar rosa de huellas me desmiente. Detiene los relojes, me envuelve, me atrapa en su grandeza y misterio; me aturde con lo imposible, me abruma con su silencio, me seduce y enamora con formas que desafían mis credos, para que no olvide nunca lo que he visto.

 






Tampoco olvidan ellos, los que moraban aquí antes de que occidente irrumpiera boquiabierto y perplejo, codicioso de prodigios, con su sed de magia y de maravillas. Aquí estaban y aquí siguen los beduínos, descendientes orgullosos de los nabateos.

 Tienen ojos bellos y soñadores, ojos profundos y desafiantes perfilados de kohl








No se acaban las sorpresas; veo un teatro para 8.000 personas, los restos de una iglesia bizantina, una calzada romana con columnas. Subo media ladera a lomos de una mula -y me arrepentiré siempre-, no de haber subido, sino de haberlo hecho encima del esforzado animal. Fue hasta la mitad, el resto lo subí a pie. No es un ascenso fácil ni rápido. Imposible irse de Petra sin llegar al Monasterio de la cumbre.























 

 

























Al caer la tarde nos vamos. La ciudad se queda sola pero no hay cuidado; que ya tiene costumbre. Se hizo amiga por igual  de muchedumbre y silencios. Dicen los beduinos que está encantada, que cuando se marchan todos ella despierta a sus diablillos; que los deja correr entre las tumbas y bajo tierra, por la ciudad que duerme hace siglos convertida en escombros. Hasta que el sol se vacía y el arco iris de piedra se apaga lentamente.











 
Dicen los beduinos que Petra está encantada, que cuando se marchan todos, ella despierta a sus diosas, y las acompaña en su recorrido por templos y escombros hasta que el sol se vacía y el arco iris pétreo se apaga lentamente.

Volveremos una vez más, pero será de noche. Habrá entonces más silencio, y el gran desfiladero resplandecerá débilmente al calor de las lamparillas. Se escucharán pasos lentos y habrá sobrecogimiento mientras arden a los pies de El Tesoro cientos de luminarias. Nos sentaremos sobre hileras de alfombras para escuchar canciones y poemas épicos. Nos ofrecerán un té con hierbabuena, quizá clavo y canela, templado y delicioso. Se arrullarán la música y la palabra, y nos abrazará la noche con sus misterios. 

Reharemos luego nuestros pasos, con melancolía de pérdida, y dejaremos atrás un mundo perdido, junto con la certeza de llevar con nosotros un átomo de su legendaria grandeza. 
Y allá donde la nostalgia surja, el nombre de Petra acudirá puntualmente, para recordarnos que los sueños pueden ser reales.

Imagen: Blog Cadena SER viajes



Fotos (excepto la última) y texto: Mariaje López.
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2 comentarios:

  1. Mariaje me has dejado "hechizada" con las impresiones y lo que has sentido viendo Petra. Desde luego quiero ir a verlo desde hace mucho tiempo, pero al leerte me ha quedado la seguridad que no tardaré en ir.
    La pena que la guinda de este viaje creo que era enlazar con Siria, ver Damasco y todas las maravillas que "tenía"......porque han destruido mucho con la guerra.
    Gracias por hacerme disfrutar de tus fotografías tan fantásticas y tu sentir.
    Un Abrazo! !

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    1. Pues te animo a que lo hagas con tiempo. Petra se merece un par de días. Es una pena lo de las guerras que lo destrozan todo: personas, vidas, patrimonio cultural... en fin. Ya sabemos. Un abrazo u gracias Carmen, por tu visita y palabras.

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