La exclusiva del Asesino. Foto de portada: Maibi Marisa Bilbao. |
Si buscas en una librería la novela de Salvador Robles Miras, "La exclusiva del asesino", puede que la encuentres en la sección de novela negra. Una observación atenta te revelará quizá que no se siente muy cómoda en su estante; la pupila de su caracol vigilará con inquietud peregrina la sección vecina de filosofía.
Está donde está porque esconde un crimen pronto al destape, y policías que seguirán pistas falsas que darán de remate con las verdaderas. Pero el asesinato es sólo una excusa para contarte otras cosas, esas tan difíciles de rastrear, o más, que las huellas de un opaco crimen.
Nada hay más oculto que las claves del alma humana, nada más imprevisible que su previsibles reacciones. El juego de palabras es un guiño al autor, que gusta de ellos, y los reparte con tino a lo largo de un texto preñado de brillantes reclamos a la inteligencia. Hondas reflexiones que pueden enfrentarte con tu propia sombra; así que ándate con cuidado, no vaya a ser que mientras sigues a Telmo y te distraen sus pesquisas, te encuentres con lo que no te esperas. Tal vez con algo que nunca quisiste ver. ¿O es que nunca te has dejado arrastrar por la corriente? Avisado quedas.
Y por ahí sí que es negra la novela; pero que muy negra. Negra como la oscuridad que habita tras el telón rojo, donde no llegan los focos y se atenúan los ruidos, donde se paladea el miedo y la memoria amenaza con su aterradora nada. La novela engancha por la trama, indiscutiblemente, pero a mí me atrapa más el escaparate, con sus maniquíes deslumbrantes y rotos.
Además del esfuerzo creador y el talento narrativo, se percibe en esta obra el sello de un escritor que ama su trabajo apasionadamente. Conocí a un músico que cada San Valentín le compraba una rosa a su gran amor, la música, y depositaba la flor, siempre roja, sobre el teclado del órgano monumental de la Basílica de Jesús de Medinaceli. Era el Padre Esteban de Cegoñal, gran amigo y mentor de Rafael Martos en su escolanía de niños cantores, cuando todavía nadie barruntaba que la "f" sería desplazada en aras de un "ph" apoteósico. No me extrañaría nada que Salvador hiciera lo propio con ese otro teclado, el de su ordenador. Robles sabe del poder de las palabras; eso de que mil no valen lo que una imagen es sólo una mentira publicitaria, otra más. El verbo es creador, la imagen necesita decodificarse en palabras para que la emoción encerrada emerja.
Te resultará imposible no darle una vuelta de tuerca más a tu mirada, raro será que no percibas la huella de quien ha escrito esta novela, pues rezuma entre sus páginas una esencial forma de atrapar esas verdades resbaladizas, que a menudo dejamos pasar de largo. Sí; será muy extraño que no te impregnes de esa mirada lúcida, que no te contagies, a pesar de todos los pesares, de su empecinada fe en este género humano al que tú y yo, para mal y bien, pertenecemos.
Salvador Robles Miras |
Mariaje López.
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Mariaje, no dejas de sorprenderme, le pegas hasta a la crítica literaria, y lo haces tan bien que dan ganas de salir corriendo a la librería y esperar pegado al escaparate mientras no abran. El género me encaja y a mí por lo menos me has despertado el interés y lo pongo en la lista (o lo pediré en la biblioteca, que es un recurso más asequible y al que acudo con mucha frecuencia). No dudo en que este Rafael se merece una ph como tu otro ídolo, si tú lo dices es que va por el camino adecuado.
ResponderEliminarTucho, debo haberme explicado fatal, ja ja. Ese Rafael ES el de la ph famosa. Raphael aprendió a cantar en la Escolanía del Padre Esteban, gran organista reconocido mundialmente en su campo, que mantendría amistad con su pupilo toda la vida, y que celebraría mi boda. Desde entonces me llamó "La novia del beso". Era un encanto de franciscano.
EliminarNo, soy yo el lelo, ha quedado claro. Entendí que lo tenías (a Salvador) en el mismo altar que Raphael y que se merecía la "ph" de Phenomeno...es que la edad me está echando de la carretera.
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