sábado, 15 de abril de 2017

Lo que quede después... es cosa suya.




Puede que Eugenia Kléber se sorprenda si digo que su literatura no es pan comido. O puede que asienta. En cualquier caso y bajo mi punto de vista, entre las características que la definen notablemente, está la de no entregar la lectura masticada. Eso sí, dispone la mesa con abundancia y buen gusto, con la mejor vajilla y la cubertería de plata, y luego deja al comensal que se sirva solo.

Kléber vuelca en su obra la sensibilidad herida que lucha por encontrar una esperanza. Un empeño en el que a menudo cunde el desánimo, y esto no extrañará a quien se pare de vez en cuando a observar el mundo. Recorren sus historias seres sin patria, despojados, víctimas del tedio y del desamor. Víctimas y verdugos que a veces se confunden entre sí. Abundantes personajes en un mosaico de tipología coral. 


Asegura la autora que le gustaría dar forma a una novela amable, romántica, con final feliz, más se le resiste por el momento. Le resulta muy difícil traicionar su mirada. Metódica para organizar el trabajo, libre para desatar la pluma, no se circunscribe a una forma de narrar encorsetada. La bruma inquieta, para mí su mejor novela, poco tiene que ver con aquel premio Tusquets de su primera juventud, Algo se ha roto. Se la reconoce en ambas, no obstante. La misma fina prosa, la elegancia expresiva, el brillo delicado de la plata antigua en contraposición a lo que describe: retratos sórdidos de la condición humana, espejos fieles de su brutalidad, efigies que de repente, en un trazo inesperado, con una sola frase, se dejan caer como losas sobre la conciencia.




A la frialdad de los hechos, a su feúra, se contrapone la belleza de la palabra en el orden preciso, con la intensidad medida y el detenimiento justo para que alcance la vista. Suavidad y fuerza en equilibrio, réplica de su figura. 

Lo que quede después es su penúltimo trabajo. Cuarenta y ocho relatos breves, abiertos y sorprendentes. Leyéndolos tengo la impresión de estar en una galería de arte, llena de cuadros inéditos de Vermeer, de Hopper o incluso, de la contemporánea Hope Gangloff. Lo que veo en ellos es un instante, pero un instante por el que fluyen el antes y el después, dejándonos también inmóviles en el brochazo final de una estampa fija. 

Lo que nos cuenta Kléber, unas veces de manera diáfana y otras —las más— velada, puede gustar o no, podrá convencer o no, será o no será objeto de discusión, más de lo que no cabe duda es de que ella es una gran escritora, una artista de la palabra que sabe crear imágenes que nos provocan y cuestionan, que nos fascinan con su tinte oscuro sediento de oxígeno, en ese punto preciso donde pueden brotar, como flores del asfalto, la compasión y la ternura.  

Mariaje López. 


1 comentario:

  1. Me gusta este comentario. Estoy leyendo Lo que quede después y no solamente estoy de acuerdo sino que me ayudara a seguirlo leyendo.

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