Vacaciones de verano, de Anders Zorn |
Me ha visto. Sonríe sin disimulo con esa mirada ávida de mis rincones húmedos, sabiéndose protegido por el ala cómplice de su sombrero. Desde el muelle su esposa no puede ver su expresión, tan indiferente a ella en este instante. Lo llama con el afecto cortés de una esposa solícita. Acaso perennemente triste. ¿Cómo no habría de estarlo?
La he observado de lejos estos días. Su actitud sumisa no implica falta de inteligencia. Se nota que es una conformidad aprendida, impuesta por sus confesores y alentada por su familia burguesa. Se mueve con gestos comedidos, y se expresa con pulcritud insegura. No, tonta no es. Debe saberse engañada.
Anoche en el jardín del hotel, durante la fiesta, la sorprendí dos veces mirándome con notable ansiedad. En la primera ocasión ambas retiramos la vista. La segunda mirada en cambio, fue sostenida. Al fin claudicó ella, nerviosa, replegando en sus adentros la amargura.
No es una mujer fea. Posee una belleza formal, ninguno de sus rasgos toca el exceso. Todo en ella es proporcionado y clásico. El resultado es que nada en su físico llama especialmente la atención; entre tanta armonía nada destaca. Resulta agradable a la vista, pero aburrida. La esposa perfecta para mostrar en sociedad con necio orgullo, y menospreciar en la intimidad con vulgar vileza. Todo lo opuesto a mí.
No he recibido ni por asomo —y por fortuna—, esa educación malsana impuesta a las féminas que tanto las cotiza como esposas. Ni mis medidas anatómicas son un dechado de perfección. Soy demasiado alta y mis senos algo pequeños en relación con mi talle. Tengo una nariz prominente y unos labios carnosos en exceso para mi delgado rostro. Sin embargo mis ojos grandes esmeraldinos y un gracioso hoyuelo en la barbilla, unidos a una voz hermosa y un acento reposado, hacen que todo lo demás parezca extraordinario e irresistible. Digamos que el conjunto de mis atributos excita la imaginación de hombres y mujeres por igual, aunque de distinta forma. Para ellos me convierto en una obsesión. Una vez que me han introducido en sus pensamientos ya no pueden —ni quieren— espantarme de ellos. Lástima que no todos logran materializar sus anhelos. Siempre elijo yo.
Como elegí a este infeliz que solo me ha durado unos días, aunque eso todavía, él lo ignora. Me cautivó su conversación el primer día, pero luego en el juego de habitación me resultó monótono. Si eso es todo lo que puede ofrecer a una amante compadezco a su casta esposa. Ella es todo lo que tendrá bajo sus sábanas esta noche, aunque su mirada impaciente demuestre que espera placeres inconfesables entre las mías.
Pintura: Vacaciones de verano, de Anders Zorn
Mariaje López ©
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Magnifica visión de la promiscua amante. Realmente curiosa la disección que practica sobre la esposa del adultero, y magnifica la descripción que realiza sobre si misma y la atracción irresistible que proyecta sobre el amante. Felicidades Escritora
ResponderEliminarMuchas gracias. Es un privilegio contar con lectores de su talla. Sus comentarios hacen que pueda variar la perspectiva desde la que contemplo a mis criaturas.
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