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MIEDO, ilustración de Marta Virseda García |
Se consideraba afortunado porque no necesitaba ir de acá para allá todo el tiempo, como los pobres humanos, para que las cosas marcharan bien. Es más, sólo con pensar en moverse le entraban sudores. Sus raíces eran ya muy profundas, y temía que un traslado le acarreara un desastre, seguro de que no lo podría resistir. Jamás olvidó los traumas que sufrió de pequeño, en el invernadero, cada vez que lo sacaban del tiesto. Sí, cierto que eso le permitía crecer. Lo peor fue cuando lo mudaron al patio. Y peor aún fue más tarde, cuando lo subieron a un carro tirado por mulas para llevarlo hasta el antiguo Parque del Estanque. Aquella mañana diluviaba, y en el cielo desatado relumbraban incesantes los relámpagos, como chispazos infernales y amenazadores.