Este hálito que llamamos vida, colmado de pequeñas muertes, sacudido por tormentas, remansado a veces, braceado de olas. Queriendo siempre enmarcarlo, tornarlo seguro y manejable, prendidos en el espejismo que nos empuja a forzar el paso, a correr en pos del ciervo dorado, con ciego afán tras el rastro de tan vano objetivo.
Seguridades, certezas... ¿Existen tales cosas? Son como lágrimas de rocío sobre la fragilidad de un pétalo. En un instante se evaporan antes de que se apague su fulgor, sin haber culminado su belleza.
Y todo el ímpetu y la devoción hacia esa falsa patria de certezas vacías, no tiene mayor sustento que el de esa gota de agua sometida al calor del momento.
¿Quién pudiera no engañarse apostando a ser omnisciente? Y apurar los sorbos de la experiencia, abandonar cualquier sueño de control sobre el destino y aceptar lo eternamente inestable.
Mariaje López
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