Inmersa por estas fechas en el ambiente de mi primer barrio, Canillas. Removiendo las memorias para intentar ordenarlas, comprenderlas, interpretarlas. He vuelto a pisar las calles que pateé de niña, y la remembranza se anega en el recuerdo de los patios encalados, en las calles de tierra, en el aire incontaminado.
Subo por la calle Agustín Calvo, y me detengo en mitad de la acera para observar el bloque de pisos que tengo enfrente; en el bajo está la papelería Pegaso, que lleva con el cierre echado muchos, muchos años. Era de mis tíos, que habían traspasado el bar restaurante del mismo nombre, cambiando los platos y las botellas por los libros y el material escolar. Ahí, justo ahí donde está la papelería, estaba nuestra casa. Con su fachada blanquísima y el membrillo asomando, como un centinela.
Pienso que si el tiempo pudiera doblarse como un pañuelo, yo estaría dando la mano a la Mariaje niña, a Quechu, como me llamaban a la madrileña para decir Ketxu, diminutivo adquirido por mi nacimiento en Bilbao. En Getxo para más señas, acaeció el suceso. Pues bien, podría decirse que el tiempo se solapó un instante, porque sentí como si la niña estuviera allí, mirando su casa como yo miraba el lugar que había ocupado. Y me estremecí. Fue una leve sacudida, la noté en las rodillas y en la garganta. En la mirada húmeda, de improviso. Permanecí clavada allí, casi inmóvil, hasta que un coche aparcó delante.
Seguí recorriendo las calles, reconociendo mis huellas y recovecos, temblando de emoción. A caballo entre el hoy y el lejano ayer. Lejano para mí, no para la vida. Ítaca estaba ahí, en un pliegue del tiempo. Casi pude tocarla con los dedos.
Mariaje López.
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Un caballo alado cabalgaba las paredes de aquel bar de tu tío que trajo modernidad al barrio. La televisión de color, los flipper, la juke-bos.
ResponderEliminarAquella esquina del barrio era celebración y luz y pasé allí dentro muchos ratos mirando desde las cristaleras, pez alucinado, como fraguaba la vida en una barriada de aluvión, de gentes de diferentes orígenes, con poco más que mucha ilusión y más esfuerzo para tirar hacia delante. Por los descampados discurrían libres mis tardes, persiguiendo un balón, algún sueño, cuando salía a las cinco del colegio azul, junto a Correos chapas y canicas. En las pequeñas casas de esas calles iniciaticas, en esas calles que acababan de superar los charcos y el barro, todos éramos vecinos, conocidos, familia en muchos casos. Aún pasaban carros con mulas a las buscas, el agua en las fuentes de las esquinas, la luz insegura en las casas y débiles farolas que aún dejaban ver las estrellas.
Si, Canillas, no era casi Madrid, pero era y es nuestro barrio.
Qué comentario tan bonito. Me encantaría conocerte, tomar un café, charlar. No sé si llegamos a conocernos de pequeños. Yo tenía un amigo chico, uno de los pocos que jugaba con las chicas. ¿No serías tú? Creo que quizá eres más joven que yo. ¿Recuerdas la tienda de golosinas del Tío Constante? Fui al colegio de la señorita María, creo que es el que llaman Azul, pero de eso no me acuerdo. Pero seguro que podría recordar muchas más cosas tomando un café contigo. Gracias por tu visita y por dejarme este comentario tan entrañable. Tienes alma de poeta. A lo mejor hasta escribes. Un abrazo. Esta casa es tuya.
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