miércoles, 26 de julio de 2023

El hervor


    Aún no tenía los ocho años, me faltaba poco para cumplirlos. Antes de partir para la iglesia, en el barrio de Canillas, nos hicieron esta fotografía bajo la sombra del membrillo, abierta la puerta del patio de las maravillas a la calle de mis juegos. Una calle sin asfalto, con charcos. Una calle ancha por la que apenas pasaban coches. La tragedia estaba muy cerca, pero aquel día nadie lo sospechaba. Mi pequeño hermano de diez meses dormiría en brazos de alguien. Pienso en Ibáñez, y me asombro de lo unida que está esta imagen a su recuerdo. Esta casa y los Mortadelos son inseparables, nunca lo había pensado. Y poco después, hasta eso perdí. Me cambiaron los tebeos por el misal, y las canciones infantiles por las letanías del rosario. Los mimos por castigos, las caricias por golpes, los te quiero por burlas. Me quitaron a mi padre para siempre, me devolvieron a mi madre a ratos, me separaron de mi hermano; me lo quitaron todo y me dieron unas monjas despiadadas que vaciaron mis días de amor.

He aprendido a resurgir de los escombros desde entonces, más de una vez, pero hay algo de lo que no puedo desprenderme: el hervor de la sangre ante la injusticia.


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