Reunión by Andrea Kowch |
EL REGALO
Jacqueline contempló el paisaje que quedaba atrás, adivinaba que por última vez, y dejó que su mirada se nublara más allá de los contornos del departamento del vagón en el que viajaba. El automóvil que circulaba por el camino paralelo al tren se detuvo a los pocos kilómetros de abandonar la estación. Era el adiós definitivo, al pisar el freno, todos los lazos de Jacqueline con la ciudad se habían deshecho.
Tras de sí la mujer dejaba cerrado un capítulo de su vida, tan bello en sus principios como trágico en su final.
Jean Paul estaba muerto, y junto a su nota exculpatoria que declaraba aquel acto como como suicidio, se encontró una pequeña caja de cartón acompañada de un sobre para ella con una carta manuscrita:
“Amor mío, perdóname si puedes. Si no pudieras, al menos cree que has sido lo más precioso y lo mejor que me ha pasado en la vida.
Como has podido comprobar, el pasado, inconmovible a nuestro sentir, viene a cobrarse mis deudas. Es mejor para los dos que todo acabe aquí.
Como has podido comprobar, el pasado, inconmovible a nuestro sentir, viene a cobrarse mis deudas. Es mejor para los dos que todo acabe aquí.
Respecto al interior de esta caja, he de pedirte un último favor: que no la abras hasta que te halles muy lejos de esta ciudad, pues de lo contrario quizá nunca puedas abandonarla ya. He de hacerte otra advertencia: su contenido puede alterar definitivamente el rumbo de tu vida. Contiene una verdad peligrosa. Al conocerla, habrá un antes y un después. Por eso, y porque reconozco tu derecho a saber toda la verdad sobre mí, así como tu derecho a no querer saberla, he decidido dejar a tu criterio tan grave elección.
Si arrojas al fuego esta caja tal como está, sin abrirla, todo seguirá como el curso natural del azar disponga. Valora bien hasta dónde quieres arriesgar. Decide si deseas vivir con la verdad y aceptar sus consecuencias, o quedar en la ignorancia, asumiendo también las consecuencias. Yo no me siento capacitado para decidir por ti, ni tengo ningún derecho.
Te quiero, siempre te he querido, y te querré hasta mi último aliento”.
La mujer acarició las orejas de Lulú, la perrita de Jean Paul. Eran las únicas pertenencias que se llevaba de él; la perra y aquel obsequio perturbador.
Media hora antes de llegar a la estación de Biarritz, ya había tomado una decisión. Esperaría a estar en casa, y en la intimidad, a salvo de miradas indiscretas, destaparía la caja. Prefería luchar con la verdad, si era preciso, en un territorio amigo. No quería pasar el resto de sus días preguntándose si estaría viviendo una mentira. Al menos, siempre podré decirme que por encima del dolor y a pesar de mis miedos, confié infinitamente en el amor de Jean Paul.
Cuadro: Reunión, de Andrea Kowch
Mariaje López©Tu escritora personal por Mariaje López se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial.
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