Homicidio en casa, de Jakub Schikaneder |
COSTUMBRES
En el callejón de fachadas sucias solo se escuchan las imprecaciones de él, palabras soeces dichas a gritos. Son preguntas que no esperan respuestas, ni las piden; sentencias disfrazadas de preguntas, retóricas que no admiten recurso. Nadie sabe en el vecindario cuál es el pecado que justifica la ira. De ella les consta su dulzura, su timidez, su sonrisa de otoño prematuro. Se han acostumbrado a verla con moratones en los brazos, los labios partidos, las cojeras transitorias. Hace meses que no escuchan sus tímidas protestas, ni siquiera sus llantos. ¿Quiénes son ellos para meterse en las cosas de un matrimonio? Al fin y al cabo un marido tiene sus derechos.
La mujer sale dando tumbos, agarrándose a la puerta, resbalando. La vida se le escapa por el caudal que mana de su frente abierta. La blusa amarillenta ensangrentada. Pediría auxilio si el pánico no le cerrase la garganta. Da tres pasos y cae de bruces sobre el pavimento.
El hombre sale tras ella, la toca, escupe un exabrupto hediondo con tufo de alcohol.
—¡Puta!
Despacio las puertas de las otras casas se abren. Los ojos se asoman e interrogan.
—Se ha caído malamente —dice el borracho transfigurando el rostro.
Ven los adoquines teñidos de sangre. Advierten demasiada sorpresa en él, y demasiada quietud en ella. Comprenden que ya jamás necesitará la ayuda que nunca tuvo. Pobre chica; a este bruto se le fue la mano.
Algunos escuchan las razones torpes del criminal.
Una mujer de tez quemada inclina la cabeza derrotada; la muerta era su amiga, un remanso de consuelo, una comunión de infiernos, dolores compartidos pero nunca expresados. Una niña que no acierta a sentir y se pregunta si estará contemplando su futuro. Una vieja que reza una plegaria muda por un alma que sabe inocente. El alma de ese cuerpo juzgado culpable solo por ser de mujer. La justicia ha huido del mundo de los vivos, si es que en él moró alguna vez.
La mujer sale dando tumbos, agarrándose a la puerta, resbalando. La vida se le escapa por el caudal que mana de su frente abierta. La blusa amarillenta ensangrentada. Pediría auxilio si el pánico no le cerrase la garganta. Da tres pasos y cae de bruces sobre el pavimento.
El hombre sale tras ella, la toca, escupe un exabrupto hediondo con tufo de alcohol.
—¡Puta!
Despacio las puertas de las otras casas se abren. Los ojos se asoman e interrogan.
—Se ha caído malamente —dice el borracho transfigurando el rostro.
Ven los adoquines teñidos de sangre. Advierten demasiada sorpresa en él, y demasiada quietud en ella. Comprenden que ya jamás necesitará la ayuda que nunca tuvo. Pobre chica; a este bruto se le fue la mano.
Algunos escuchan las razones torpes del criminal.
Una mujer de tez quemada inclina la cabeza derrotada; la muerta era su amiga, un remanso de consuelo, una comunión de infiernos, dolores compartidos pero nunca expresados. Una niña que no acierta a sentir y se pregunta si estará contemplando su futuro. Una vieja que reza una plegaria muda por un alma que sabe inocente. El alma de ese cuerpo juzgado culpable solo por ser de mujer. La justicia ha huido del mundo de los vivos, si es que en él moró alguna vez.
Cuadro: Homicidio en casa, de Jakub Schikaneder
Mariaje López©Tu escritora personal por Mariaje López se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial.
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