El pasado a menudo se nos queda como un cuadro borroso en la memoria. Algunas cosas permanecen grabadas en la retina, en el corazón, en el cuerpo... también en el cuerpo.
Rostros, gestos, miradas, lugares... Nos acompañan siempre, encauzan nuestra manera de ser, de pensar, de estar en el mundo. Unas veces para bien, otras para mal. Nos abren hacia los demás o nos encierran en la soledad no deseada.
Importan las dioptrías del pensamiento, las heridas del alma, y del cuerpo... también del cuerpo. Las heridas del cuerpo también nos marcan, nos encauzan y definen. Ante los demás, y ante nosotros mismos.
Sin mis quemaduras, sin mis problemas visuales, sin mis limitaciones, quizá sería otra Mariaje. También sería otra Mariaje sin ese anhelo mío de regresar a Ítaca. Sin esa habilidad prospectiva que encuentra los tesoros ajenos, a veces tan ocultos para ellos mismos.
No sería esta Mariaje, empeñada en napar de dulzura los infiernos.
O llámalo tontuna, si quieres.
Mariaje López
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