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JUSTICIA EN TRES ACTOS
Acto III (La madre) 2ª parte y final
—Déjame pasar al baño un momento —rogué con un guiño voluptuoso.
Entorné la puerta dejando sólo una fina rendija abierta, lo justo para excitar su imaginación, y me quité toda la ropa. Saqué una hoja de afeitar de la cajetilla, la despojé de su envoltorio y guardé el resto en un bolsillo. Afortunadamente tengo un par de glúteos entre los que puede esconderse fácilmente una cuchilla. Bendito culo. Un cobijo arriesgado pero eficaz. Hice un gurruño con mis prendas y lo sujeté entre ambas manos como si fuera un balón.
Él me miró enfermizo, con la mandíbula floja y la boca abierta. Vi su lengua reseca paseando los labios febriles, como una rapaz hambrienta. Lancé mi bulto de ropa al pasillo; no quería mancharlo. Él se lo tomó como una suerte de provocación erótica, y complacido se acercó a manosearme el pecho. Todo iba bien. Sentí el odio en el estómago, que se rebelaba, pero ni esa ni ninguna otra circunstancia me impediría culminar mi obra. Empecé a desnudarlo; sólo llevaba puestos los calzoncillos bóxer y una chaqueta de pijama desparejada. Le rocé los labios con la punta de mis dedos y le hice girar con suavidad, desde su espalda comencé a desabrocharle los botones lentamente, notando cómo su respiración se aceleraba. Tembló contra mi piel, sudando, y dejé caer la chaqueta. Jadeaba cuando le acaricié la frente, los párpados arrugados, las palpitantes sienes… mis dedos buscaron el pulso en su cuello marchito y blanco. Con un gesto cuidadoso, entre dulces susurros, extraje la cuchilla de su cálido refugio y le seccioné la carótida. Un furioso chorro de sangre empapó mis brazos y salpicó la pared. Hice bien en alejar mi ropa.
Tardó pocos minutos en agonizar. Luchó por gritar pero no pudo. Era justo: ya había hablado demasiado en vida. Le miré impasible hasta que dejó de moverse, lo arrastré a la bañera y una vez dentro abrí el grifo. Le hice cortes en las muñecas y arrojé la cuchilla al agua caliente. Luego me enfundé los guantes y lo limpié todo concienzudamente. Volví a colocarme el disfraz, y al salir cerré la puerta con mi copia de llave. Antes de llegar a casa arrojé todas las pruebas a un contenedor; el camión de la basura se las llevaría en pocas horas.
Me arrodillo en el confesionario donde aguarda parapetado un fraile franciscano. Cuando le suelto mi culpa guarda un silencio espeso y trata de averiguar algo más, pero no consigue mucho ya que digo cosas al azar y todo parece incoherente. Debe pensar que me falta un tornillo -les pasa mucho-, y se compadece. Allá él, eso es cosa suya. Indaga en mi arrepentimiento, y le juro que sí, que me arrepiento, más no termino la frase. “Sí, padre, me arrepiento... de no haberlo matado justo antes de que nos hiciera daño… a mí, a esa pobre chica a la que amenazaba, y sabe el cielo a cuántas personas más”. Un gusano así no merece vivir y menos como representante de Dios. No era un buen ejemplo. En el fondo he sido un instrumento del cielo. “Pero eso usted no lo reconocerá, padre, ya lo sé yo”. Trata de persuadirme para que me entregue, por si acaso, y no estoy tan loca como se piensa. Prometo que lo consideraré. Alza la mano detrás de la celosía y traza un signo de cruz: “Yo te perdono; en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo”.
Amén. Ya puedo comulgar en paz.
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Menuda justiciera anticlerical, no le temblaba el pulso al asesinar seccionando carótidas. Uff, no me gustaría encontrármela por la noche.
ResponderEliminarCuriosamente la fría y despiadada asesina justiciera (no hay que olvidar las buenas motivaciones para mandar con Dios a su servidor) siente remordimientos y quiere quedar bien absuelta por el formalista sistema de absolución de confesionario.
Bien narrado, impresiona encanto.
Hola de nuevo Salayero: je, je. No es justicia anticlerical, es justicia a secas. Daría lo mismo que el sujeto fuera médico, fontanero o albañil. Seguramente si te la encontraras por la noche tu integridad no correría peligro, a no ser que tú pusieras en peligro la suya. Nada que objetar a tu segundo párrafo, salvo a lo de fría, y muy agradecida por el tercero, imaginándome que pese a tu anonimato me has tratado en alguna ocasión y te consta que suelo ser encantadora. Es broma, jajaja.
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