Siempre le creíste mejor persona que tú, y lo cierto es que se trata de una buena persona, aunque no tanto como pensabas.
Tú, consciente de tus fallos, conocedor de tus limitaciones tanto como de tus fortalezas, sabes cuándo tienes que pedir perdón, y lo pides con el corazón, más allá de si te conviene o no, sin excusas ni reivindicaciones. Sin contrapartidas. Esa clarividencia para contigo no te ha funcionado en lo que atañe a él.
Ayer, tras la enésima constatación, alcanzaste la certeza: él casi nunca pide perdón cuando le toca. No posee actitud para ello, reina su orgullo por encima de todo. Si en alguna extrañísima ocasión se disculpa, lo hace muy a regañadientes, con un despliegue de argumentos que te incriminan, de exigencias que desvían la raíz de la ofensa y la hacen recaer sobre tu comportamiento, a la postre tú eres el causante su pecado.
Esa disculpa, tan forzada, tan insincera, resulta ineficaz por tramposa. Y es la que te demuestra que él no es mejor persona que tú, ni lo fue, ni lo será; solo porque su propia soberbia se lo impide.
Mariaje López
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