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Se cuentan cuatro décadas desde que abrió los ojos por primera vez. Su naricilla redonda se ha convertido en un órgano de fino olfato, y la desmedida sonrisa ha incorporado matices, sin menoscabo de su franqueza, ni de su compasión.
Se aprendió bien a Machado: caminante no hay camino… que el camino se hace a golpes de tesón, a puñados, sacando la tierra de las trincheras, resistiendo las arias a pleno pulmón. Enseñándonos a todos cómo de fuerte es la fragilidad, y cómo se puede contemplar lo aterrador del mundo sin que el corazón se enfangue de inmundicia.
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